Comenzó por mirar todas las válvulas, vigilando estrechamente los indicadores: no había vapor suficiente para rodar diez metros. La poca agua que quedaba hervía estrepitosamente, mientras los gritos de rabia de los d’zertanoj que acababan de atravesar los muros de cueros y pieles llegaban hasta él. Jason metió el extremo de uno de los recipientes que había acondicionado para bombas en la caldera de fuego, y tan pronto como prendió la lanzó a los otros. Los gritos de rabia se convirtieron en gritos de temor, mientras las lenguas de fuego lamían a los perseguidores, que se lanzaban en retirada en total desorden. Jason se lanzó tras ellos y les hizo apresurar la retirada lanzando otra bomba. Parecía que se retiraban hasta los muros de la refinería, pero no llegaba a estar seguro de sí, amparándose en la oscuridad, no habría habido algunos de ellos que se habrían escondido para después acercarse a rastras hasta los flancos de la máquina.
Volvió corriendo al carro, le dio un golpe al indicador de presión, que se mantenía inmóvil, y abrió la alimentación de fuel de par en par. Una vez efectuadas diferentes comprobaciones y verificaciones en la válvula de seguridad y en los indicadores de nivel de la caldera, no le quedaba más que esperar, pues no podía hacer otra cosa hasta que la presión volviera a subir. Los d’zertanoj estarían reuniéndose, reagrupando sus fuerzas y organizando un ataque en pleno. Si la presión subía lo suficiente antes de que esto ocurriera, podrían escapar, pero si no…
— Mikah… y tú, estúpido Snarbi, meteros detrás de este aparato y empujad…
— ¿Qué ha ocurrido? ¿has dado rienda suelta a una revolución? Si es así… no cuentes con mi ayuda…
— ¡Nos vamos! ¡Escapamos! ¡Huimos! Si es que eso te convence y no te molesta. Nos vamos Ijale, yo y un guía — ordenó Jason.
— Yo también iré. No hay nada punible en escapar de estos bárbaros.
— Muy delicado por tu parte el pensar y hablar así — respondió Jason irónico —. Ahora empuja. Quiero poner el vehículo en el centro, lejos de los muros, y apuntando hacia el desierto. Hacia el desierto… creo que es por aquí, ¿no es eso, Snarbi?
— Hacia el desierto… sí, eso es, ese es el camino. — Todavía le temblaba la voz del miedo que acababa de pasar. Jason se alegró al darse cuenta de ello.
— Ahí está bien, y ahora todo el mundo arriba. Cójanse a las barras que puse a los lados para que nadie caiga, si es que conseguimos salir de aquí, claro está.
Jason echó una ojeada al lugar donde guardaban las cosas más imprescindibles para ver si faltaba algo y subió a bordo. Apagó la linterna y se sentó en la oscuridad, mientras iba creciendo a pasos agigantados la tensión de aquellos momentos, con los ojos puestos en la oscuridad y las caras iluminadas por las llamas que se asomaban por la boca de la caldera. No se podía medir el tiempo; cada segundo parecía que duraba una eternidad. Los muros de pieles que rodeaban el centro de trabajo ocultaba la vista del exterior, y en unos momentos la imaginación convertía los murmullos del viento y el silencio de la noche en hordas terribles de gentes que saltaban sobre ellos, prestos para aplastarlos en un instante.
— Mejor será que escapemos corriendo y abandonemos este aparato — dijo Snarbi poniéndose en pie y tratando de saltar al suelo desde la plataforma —. Aquí estamos atrapados, y nunca conseguiremos huir.
Jason le atenazó antes de que saltara, y de un puñetazo con todas sus fuerzas le dejó tendido en el suelo para después, acercándose a él, cogerle la cabeza y golpearla contra la madera de la plataforma hasta que le hizo perder el conocimiento.
— No puedo por menos que ponerme de parte de ese pobre hombre — intervino Mikah con severidad —. Eres un bruto, Jason, por castigarle a causa de un sentimiento natural. Deja ya tus ataques sádicos y únete a mí en una plegaria.
— Si ese pobre hombre por el que tú sientes compasión hubiera cumplido con su deber y hubiera vigilado la caldera de vapor como yo le había indicado, estaríamos todos a salvo muy lejos de aquí. Y si tú tienes todavía fuerzas y aire que gastar rezando, empléalos en algo más práctico soplando el fuego de la caldera. No van a ser las brujas, las plegarias, ni la intervención divina lo que nos saque de aquí… sino el vapor…
Un grito de guerra terrorífico salió de gran número de gargantas a la vez, y un nutrido grupo de d’zertanoj apareció en la entrada del recinto. Al mismo tiempo, la parte trasera del muro de pieles cayó y apareció otro grupo de hombres armados. El caroj, inmóvil, estaba atrapado entre dos grupos de atacantes, que se lanzaban a la carga. Jason, maldiciendo, encendió cuatro bombas y las lanzó dos a dos en dirección opuesta. Antes de que llegaran a su destino saltó hacia la válvula de vapor y la abrió de golpe; con un salto tremendo el caroj se puso en movimiento. Por un momento los atacantes se vieron contenidos por las llamas y comenzaron a lanzar gritos de rabia al ver que la máquina se ponía en movimiento.
A cada vuelta que daban las ruedas la velocidad se aceleraba, y cuando llegaron a la cortina que formaban las pieles las arrancó de su sitio con toda facilidad. Los gritos se iban haciendo más débiles y las llamas perdían vivacidad tras ellos al internarse en una carrera suicida en el desierto, saltando sin reparos por encima de los altibajos del terreno. Jason se aferró al timón y llamó con urgencia a Mikah para que le reemplazara. Si abandonaba el timón, y con ello el control de la dirección de la máquina, era seguro que se estrellarían en un momento, y, sin embargo, mientras estuviera allí no podía controlar la fuerza de salida del vapor. Por fin Mikah llegó a apercibirse de lo que Jason se proponía, y arrastrándose desesperadamente y con sumo cuidado, avanzó poco a poco hacia él.
— Coge este timón y mantenlo con fuerza, procurando sortear los desniveles del terreno.
Tan pronto como abandonó aquel lugar, Jason se abrió paso hacia los mandos y redujo la velocidad; fueron aminorando lentamente hasta que se detuvieron por completo. Ijale no tuvo fuerzas para reincorporarse, y Jason tenía la sensación de que cada molécula de su cuerpo hubiera sido apaleada con mazos. No se divisaba señal alguna de persecución tardaría al menos una hora antes de que volviera a subir la presión de vapor en el caroj, pero nadie que fuera a pie podría darles alcance.
— De pie, Snarbi — ordenó —. Os he sacado a todos de la esclavitud y ha llegado el momento de que nos guíes. Hasta ahora he servido de faro para la construcción y puesta a punto de esta máquina, y en este momento te toca a ti caminar delante e ir indicándonos el mejor camino dentro de la dirección apropiada.
Snarbi saltó de la máquina con cierta dificultad y avanzó unos pasos. Jason abrió un poco la válvula del vapor y el aparato se puso en marcha, mientras Mikah volvía al timón para seguir al gula.
Ijale se arrastró unos pasos y fue a colocarse al lado de Jason, estremecida a causa del frío y del miedo. Él le dio unos golpecitos cariñosos en el hombro.
— Tranquilízate — le dijo —. A partir de este momento todo será un viaje de placer.
Capítulo X
Hacía seis días que habían salido de Puti’ko, y las provisiones estaban casi exhaustas. El terreno, una vez alejados de las montañas, se había hecho más fértil y comenzaba a dibujar en el horizonte pampas de hierba con bastantes riachuelos y manadas de animales que les aseguraban el no tener que morir de hambre. Lo que les preocupaba era el fuel, y Jason aquella misma tarde había abierto el último bidón. Se detuvieron unas cuantas horas antes de que anocheciera, ya que la carne fresca se les había acabado, y Snarbi cogió el arco y las flechas y salió a cazar. De entre todos ellos era el único que podía manejar aquella arma con cierta destreza, aun a pesar de su deficiencia ocular, puesto que era el único que conocía los intríngulis de aquellas tierras; de modo que los quehaceres de la caza le fueron asignados a él. A fuerza de la costumbre el temor que había experimentado en un principio por el caroj fue desapareciendo, y su propia estima fue creciendo gracias a su habilidad como cazador. Avanzaba arrogante entre la hierba a la altura de la rodilla, con el arco pendiente del hombro y silbando notas desconocidas por él mismo entre dientes. Jason le contemplaba al alejarse y experimentó una sensación de malestar que no le era desconocida en los últimos días.