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— No confío en este mercenario. No confío en él ni un momento — murmuró.

— ¿Me hablabas? — preguntó Mikah.

— No, no te hablaba, pero es igual. ¿Has observado algo interesante en esta región, algo diferente?

— Nada. Es un lugar salvaje, donde nunca se ha posado la mano del hombre.

— Entonces estás ciego, amigo mío, porque he observado cosas distintas durante estos días, y eso que yo sé tanto del ambiente de estos parajes como tú, Ijale — llamó —. Y ella separó la cabeza de la caldera, donde estaba haciendo cocer los últimos restos de krenoj. — Deja eso, sabe igual de mal en todas partes, y si Snarbi tiene un poco de suerte tendremos esta noche carne asada. Dime, ¿has visto algo raro o diferente en la tierra que hemos atravesado hoy?

— No, nada raro, únicamente algunas huellas de gente. Hemos pasado dos veces por sitios donde la hierba estaba truncada y había ramas rotas, como si hubiera pasado un caroj hace dos o tres días o quizá más. Y hemos pasado un sitio donde alguien hizo fuego, pero no era reciente.

— ¿De manera que no había nada que observar, — ironizó Jason —. Mira lo que toda una vida de buscar krenoj puede hacer para desarrollar el sentido de la observación y el reconocimiento del terreno.

— Pero es que se da la circunstancia de que yo no soy un salvaje. No pretenderás que yo ande buscando ese tipo de cosas.

— Desde luego. He aprendido a no esperar nada de ti desde el primer momento que haya un problema. Pero ahora necesito tu ayuda. Ésta es la última noche de libertad de Snarbi, y no quiero que él haga ninguna guardia esta noche, de manera que tú y yo nos repartiremos el trabajo.

Mikah quedó sorprendido.

— No te comprendo. ¿Qué es lo que quieres decir con eso de que ésta es su última noche de libertad?

— Pues tendría que estar muy claro, incluso para ti, después de ver cómo funciona la ética social en este planeta. ¿Qué es lo que te crees que íbamos a hacer cuando llegáramos a Appsala? ¿Seguir a Snarbi como una cabra a su dueño? No tengo ni la menor idea de lo que se lleva entre manos, pero lo que sí sé es que algo planea. Cuando le hago alguna pregunta acerca de esa ciudad sólo me responde con generalidades. Ya sé que no es más que un mercenario a sueldo y que por tanto no debe estar muy metido en detalles, pero desde luego sabe más de lo que nos dice. Su versión es de que todavía estamos a cuatro días de camino de la ciudad, pero yo estoy seguro, por el contrario, de que nos hallamos a más de uno o dos. Al amanecer quiero apoderarme de él, atarle con fuerza y acercarnos a aquellas colinas para ver lo que se divisa. Yo lo ataré con cadenas para que no pueda escapar y luego subiré allí y haré algunas exploraciones.

— ¡Vas a encadenar a ese pobre hombre y hacer un esclavo de él sin razón alguna!

— ¡No voy a hacer un esclavo de él! sino solamente voy a encadenarle para estar seguros de que no nos lleva a ninguna trampa que le beneficie. Esta porquería de caroj vale lo suficiente como para ser la tentación de cualquiera de los locales, y si él es capaz de venderme como a una máquina de vapor, su suerte está echada.

— ¡No te puedo soportar! — estalló Mikah —. Condenas a un hombre sin prueba evidente, por el simple hecho de que sospechas de él. ¡Es muy distinto de juzgar a ser juzgado! Y además no puedo por menos de decirte que eres un hipócrita, porque me permito recordarte que, según me dijiste, un hombre es inocente mientras no se demuestre lo contrario.

— Bueno, pues si adoptas esa postura, te diré que este hombre es culpable; culpable de ser miembro de una Sociedad hundida, destrozada, lo cual le llevará siempre a actuar de un modo idéntico en cada oportunidad. ¿Aún no has comprendido lo suficientemente bien a esta gente?

«— ¡Ijale! — Ella alzó la cabeza sorprendida, evidentemente ajena a la conversación —. Dime, ¿cuál es tu opinión? Pronto vamos a llegar a un lugar donde Snarbi tiene amigos o gente que le ayudará. ¿Qué es lo que crees que hará?

— Saludará a las que conoce. Y hasta quizá le den un poco de krenoj — sonrió satisfecha por su respuesta.

— Estoy hablando muy en serio y no me refiero a eso — dijo Jasen pacientemente —. ¿Qué sucederá si vamos los tres con él cuando lleguemos a algún sitio donde haya gente y la gente nos vea a nosotros y al caroj…?

Ella se sentó, asustada.

— ¡No podemos ir con él! Si se reúne con gente a quienes conoce lucharán contra nosotros, nos harán sus esclavos y se apoderarán del caroj. Tienes que matar a Snarbi inmediatamente.

— ¡Siempre sedientos de sangre… — comenzó a decir Mikah con voz acusadora, pero se detuvo cuando vio a Jason recoger una pesada maza.

— ¿Aún no lo comprendes? — se exasperaba Jason atando a Snarbi no hago más que ponerme a la altura de la ética social del código que rige aquí, algo como… un saludo en el ejército, o no comer con los dedos cuando se está en una sociedad distinguida. En realidad aún creo que soy un poco blando o demasiado razonable, pues si tuviera que seguir al pie de la letra las costumbres sociales locales, creo que tendría que matarle, antes de que nos creara mayores problemas.

— No puede ser. No puedo creerlo. Es que no puedo creerlo. No se puede juzgar y condenar a un hombre por una simple suposición.

— ¡Pero si no le estoy condenando! — dijo Jason comenzando a montar en cólera —. No hago más que asegurarme de que no nos pueda causar ningún disgusto. Estoy de acuerdo en que no estés de acuerdo conmigo y en que no me ayudes; ¡pero no te metas ni te interpongas en mi camino! Comparte la guardia conmigo esta noche, y sea lo que sea lo que yo haga mañana por la mañana irá sobre mis espaldas y no tendrá nada que ver contigo.

— Ya vuelve — susurró Ijale. Y al cabo de unos segundos Snarbi aparecía de entre la alta hierba.

— Atrapé un corvo — anunció con orgullo, dejando caer el animal ante ellos —. Trocéenle, hagan buenos trozos y los asaremos. Esta noche comeremos.

Por su aspecto y sus palabras aparentaba una total inocencia; lo único que denotaba en él cierta sensación de culpabilidad eran sus ojos cruzados. Jason llegó a dudar durante unos segundos si su aseveración de sospecha había sido correcta; pero después pensó en el lugar donde se hallaba y desaparecieron sus dudas. Snarbi no cometería ningún delito intentando matarles o esclavizarles; no haría con ello más que obrar como cualquier otro bárbaro mantenedor de esclavos hubiera hecho en su lugar. Jason buscó entre su saco de herramientas algunas cuerdas que le permitieran atar al nativo.

Cenaron todos tranquilamente y todos los demás se durmieron rápidamente. Jason, cansado de los trabajos de la jornada y por el viaje, y un tanto pesado por la digestión de la cena copiosa, a la que ya no estaba acostumbrado, tenía que esforzarse por permanecer despierto y alerta para cualquier contingencia que se pudiera presentar, que bien pudiera provenir del interior del campamento como del exterior. Cuando ya no podía resistir el sueño, caminaba alrededor del campamento, hasta que el frío le obligaba a retirarse al lado de la caldera. Por encima de las estrellas parpadeaban serenamente, y cuando una, más brillante que las demás, alcanzó su cenit, estimó que había llegado la medianoche. Sacudió a Mikah para que despertara.