— Ahora te toca a ti. Ten los oídos y los ojos bien atentos a cualquier ruido o movimiento, y sobre todo no olvides de vigilar con toda atención por ahí — señaló con el dedo pulgar hacia la silueta silenciosa de Snarbi —. Despiértame inmediatamente si hay algo sospechoso.
Se quedó dormido casi de inmediato, y Jason apenas se movió hasta que las primeras luces del alba irrumpieron en el cielo. Sólo se divisaban ya las estrellas más brillantes, y se apreciaba una densa capa de niebla que se alzaba de entre la hierba de los contornos; cerca de él se dibujaban las siluetas de los dos que dormían; el que estaba más lejos de él experimentó un sobresalto en su sueño y Jason se dio cuenta de que era Mikah.
Saltó de entre las pieles que le cubrían y cogió al otro hombre por los hombros.
— Pero, ¿qué haces dormido? — gritó —. ¡Habíamos quedado en que estarías de guardia!
Mikah abrió los ojos y parpadeó con majestuosa seguridad en sí mismo.
— Estaba de guardia, pero hacia el amanecer Snarbi se despertó y se brindó a relevarme en mi puesto. No pude rehusarle.
— ¡Que le dejaste que se hiciera cargo de la guardia!
— No podía juzgar a un hombre inocente como culpable, formando parte al mismo tiempo de sus actos carentes de toda justicia y honradez, Jason. Por tanto le dejé que él se hiciera cargo de la guardia.
Las palabras se agolpaban en la garganta de Jason:
— ¿Y entonces, dónde está? ¿Ves a alguien de guardia?
Mikah miró a su alrededor con toda atención y vio que en todo cuanto abarcaba su vista no estaban más que ellos dos e Ijale que comenzaba a despertar.
— Parece que se ha ido. Con esto ha demostrado que no se puede tener confianza en él, y en el futuro no se le permitirá que haga la guardia.
Jason echó el pie hacia atrás para proporcionarle una nueva patada, pero rápidamente pensó que no tenía tiempo para tales indulgencias y se lanzó hacia los mandos de la máquina. El encendedor de la caldera funcionó al primer intento por casualidad y lo aplicó a la caldera. Comenzó a elevar la presión, pero cuando miró los indicadores pudo apreciar que carecían casi totalmente de fuel. Tenía que quedar de todos modos suficiente en el último barril, como para sacarles de allí y ponerles a salvo antes de que volviese Snarbi trayendo problemas y disgustos, pero el barril había desaparecido.
— Esto lo echa todo por tierra — expuso Jason amargamente tras una búsqueda infructuosa por todos los rincones del caroj. El agua de poder había desaparecido con Snarbi, quien, asustado como estaba de aquella máquina de vapor, debía saber bastante de todos modos a fuerza de observar a Jason cómo alimentaba con fuel las calderas, y de donde deducía que aquel aparato no podía funcionar sin aquel líquido vital.
— ¿Y no te preocupa — dijo — ni te remuerde el habernos condenado a todos a esclavitud nuevamente?
— Hice lo que era de razón. No tenía otra alternativa. Tenemos que vivir como criaturas con moral o hundirnos hasta el nivel de los animales.
— Pero cuando tú vives entre gente que se comporta como animales, ¿cómo haces para sobrevivir?
— Vive como ellos… como tú, Jason — juzgó con majestuosidad —, arrastrándose Y doblegándose al temor, pero incapaces de librarse de su destino, se retuercen o se arrastren como quieran. O se vive como yo lo he hecho, como un hombre de convicción, sabiendo lo que está bien y lo que se debe hacer en todo momento, y no dejándose influenciar o engañar por las pequeñas necesidades diarias. Si se vive de esta manera se puede morir feliz.
— ¡Pues muérete feliz! — gritó Jason haciendo mención de avanzar hacia la espada. Pero se contuvo antes de llegar hasta ella —. Pensar que siempre tuve el convencimiento de que llegaría a enseñarte algo de lo que es la existencia aquí, y que ahora estoy seguro de que antes te morirás que llegarás ni siquiera a comprender lo que quiero enseñarte. Tú llevas contigo, en tu ser, lo que crees que es tu realidad, y no te separas de ella ni siquiera un momento, siendo más firmes y más sólidos tus convencimientos que el suelo que estamos pisando.
— Por una vez estamos de acuerdo, Jason. He intentado abrirte los ojos a la luz de la verdad, y tú siempre has girado el rostro para no verla. Ignoras, o haces por ignorar las Leyes Eternas por las exigencias del momento, y por consiguiente estás condenado.
Los indicadores de presión de la caldera habían llegado al punto máximo, pero el nivel del fuel estaba a cero.
— Coge comida para el desayuno, Ijale — dijo Jason —, y alejaros de esta máquina. El fuel se ha terminado y con él se ha acabado todo.
— Haré un fardo que podamos llevar con nosotros y escaparemos a pie.
— No. eso por descontado que no. Snarbi conoce estos territorios y sabía que le echaríamos de menos al amanecer. Cualquiera que sea el problema que nos acarree, aún está por ver, y sin embargo no seríamos capaces de hallar una solución escapando a pie. De manera que lo mejor será que nos ahorremos energías. ¡Pero os aseguro que no se van a apoderar de mi aparato a vapor casi fabricado por mí mismo de pura artesanía! — añadió con cierta vehemencia, mientras recogía el arco —. ¡Atrás, atrás los dos! Harán de mi un esclavo por mis posibilidades y conocimientos, pero no les voy a dejar ninguna muestra de ello. Si quieren uno de estos vehículos a vapor tendrán que pagarlo caro.
Se tiró largo en el suelo y a la tercera flecha incendiada alcanzó el caroj. Éste se prendió fuego, y al cabo de pocos segundos estallaba la caldera, lanzando al aire una lluvia de metal y madera que se esparció alrededor.
En la distancia oyó gritos y ladridos de perros.
Cuando se puse en pie divisó una línea lejana de hombres que avanzaban a través de la hierba que les llegaba casi a la cintura, y cuando estaban más cerca distinguió unos perros enormes que tiraban furibundos de las correas. Aunque todavía deberían tardar unas horas en llegar hasta allí, se acercaban a un trote rapidísimo. Expertos corredores ataviados con cueros, portadores de arcos y carcaj llenos de flechas. Se desplegaron en semicírculo e hicieron alto cuando los tres extranjeros estuvieron al alcance de sus flechas. Montaron los arcos y esperaron alerta, a que las ruinas humeantes del caroj se desvanecieron, hasta que al fin Snarbi avanzó, sosteniéndose en pie gracias a otros dos corredores.
— Ahora pertenecéis a… al Hertug Persson… y sois sus esclavos… — dijo Snarbi. Parecía demasiado exhausto para apercibirse de cuanto le rodeaba —. ¿Qué le ha ocurrido al caroj? — Su pregunta fue casi un chillido al apercibirse de las humeantes ruinas, y se hubiera desplomado al suelo a no ser por los que le sostenían entre sus brazos. Evidentemente los nuevos esclavos perdían mucho valor con la pérdida de la máquina.
Snarbi se acercó, y sin que ninguno de los soldados le ayudara recogió todas las herramientas de Jason que pudo encontrar. Cuando ya había hecho un paquete con ellas y la caballería de a pie comprobó que no sufría ningún daño con ello, accedieron, aunque no de muy buen grado, a transportarlas. Uno de los soldados, idéntico en la indumentaria a todos los demás, parecía ser el responsable de la patrulla, y cuando hizo la señal de que daban la vuelta para alejarse, cercaron a los tres prisioneros y les conminaron para que se pusieran en pie.
— Ya voy, ya voy… — dijo Jason royendo un hueso —. Pero primero voy a terminar el desayuno. Veo un horizonte interminable de krenoj que se cierne sobre mí, y quiero saborear esta comida antes de entrar en el servilismo.