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Los soldados se miraron confundidos los unos a los otros, y miraron a su oficial en espera de órdenes.

— ¿Quién es éste? — le preguntó a Snarbi mientras señalaba a Jason, que continuaba sentado —. ¿Hay alguna razón para que no le mate en el acto?

— ¡No debes hacerlo! — se apresuró a responder Snarbi —. Ése es el que construye los vehículos y conoce todos sus secretos. Hertug Persson le torturará hasta que le haga construir uno.

Jason se limpió los dedos en la hierba y se puso en pie.

— Muy bien, caballeros, podemos marchar. Y en el camino quizás alguien me pueda explicar quién es Hertug Persson y cuál es la suerte que nos espera.

— Yo te lo diré — se ofreció Snarbi poniéndose a su lado mientras iniciaban la marcha —. Se trata de Hertug de Perssonoj. Yo he combatido junto a los perssonoj y ellos me conocen, y yo vi a Hertug en persona, y me creyó. Los perssonoj son muy poderosos en Appsala y poseen muchos secretos ocultos, pero no son tan poderosos como los trozelligo que poseen los secretos del caroj y del jetilo. Sabía que podía pedirles cualquier precio a los perssonoj si les proporcionaba el secreto del caroj. Y me decidí. — Acercó el rostro a pocos centímetros del de Jason y añadió —: Tú les descubrirás los secretos. Yo les ayudaré a torturarte hasta que lo hagas.

Jason extendió el pie al mismo tiempo que caminaban, y Snarbi tropezó en él y cayó de bruces, circunstancia que aprovechó Jason para continuar la marcha de tres o cuatro pasos, por encima del cuerpo de Snarbi.

Ninguno de los soldados prestó atención a este incidente. Cuando Snarbi se puso en pie, corrió hasta la altura de Jason y los soldados, gritando y escupiendo maldiciones, pero Jason ni siquiera las oyó, por entender que bastantes problemas tenía con los suyos.

Capítulo XI

Vista desde la montaña, Appsala parecía una ciudad en llamas que se estuviera hundiendo en el mar. Sólo al acercarse más, dedujeron que el humo salía de una gran cantidad de chimeneas, grandes y pequeñas, que ponían cima a los edificios, y que la ciudad comenzaba en la tierra, y cubría un cierto número de pequeñas islas, que se alzaban en lo que sin duda era una laguna. Había embarcaciones sujetas por cabos a los embarcaderos de un lado de la ciudad, y por todas partes se veían discurrir canales. Jason buscó con ansiedad un aeropuerto del espacio, o al menos algún signo de cultura interestelar, pero no vio nada.

Había una nave de respetable tamaño en uno de los extremos de un embarcadero, que sin duda les estaba esperando, y los cautivos fueron atados de pies y manos y arrojados dentro. Jason consiguió dar media vuelta sobre sí mismo, hasta situarse de cara a la ciudad y se puso a discursear a medida que avanzaba el crucero, aparentemente para tranquilizar a sus compañeros pero en realidad en beneficio propio, puesto que el sonido de su propia voz siempre le reconfortaba y le daba ánimo.

— Nuestro viaje está llegando a su fin, y ante nosotros se alza la romántica y antigua ciudad de Appsala, famosa por sus asquerosas costumbres, sus nativos criminales, y sus arcaicos progresos sanitarios, uno de cuyos canales acuosos surca esta nave que parece resignada desde hace tiempo a discurrir por lo que parece ser la cloaca mayor. Hay islas a ambos lados, y las más pequeñas están pobladas de cabañas tan decrépitas, que en comparación con los agujeros que hacen en el suelo los más humildes animales, son al lado de sus palacios, mientras que las islas mayores parecen fortalezas, cada una de ellas amurallada, y presentando un rostro de guerrero al mundo exterior. No puede haber tantas fortalezas en una ciudad como ésta, o de lo contrario me inclino por creer que cada una de ellas es indudablemente el celoso guardián de una de las tribus, grupos o clanes de que nos habló nuestro amigo Judas. Mirad esos monumentos del más refinado egoísmo; esto es el producto acabado de un sistema que comienza con esclavizadores como el antiguo Ch’aka, con sus tribus de buscadores de krenoj, pasando por familias jerárquicas como los d’zertanoj, y que alcanza su cenit en la depravación que se esconde tras esos muros. Todavía es el poder absoluto el que rige, cada hombre apoderándose de cuanto esté a su alcance, y siendo el único medio de ascender, el caminar sobre los cuerpos hundidos o medio hundidos de los demás. En estas circunstancias todos los descubrimientos físicos y todos los inventos, son tratados como asuntos secretos, privados y personales, y de esa forma hacer uso de ellos en aras de un beneficio personal. Nunca había visto un grado de egoísmo humano llevado a tales extremos. Y admiro la capacidad y sapiencia de Homero, en seguir siempre fiel a una idea, sin importarle a quien le duela.

El barco llegó y Jason tuvo que abandonar su precario discurso para volver a la realidad.

A medida que descendían, Jason aprovechó para echar una ojeada por los alrededores. No pudo ver nada importante porque rápidamente fueron empujados a través de una puerta, bordeada al igual que los pasillos por guardianes, hasta que desembocaron en una enorme habitación central. Carecía totalmente de mobiliario, a excepción de un entarimado en el extremo opuesto, sobre el que se alzaba un rústico trono de hierro. El hombre que se sentaba en él, era sin lugar a dudas Hertug Persson, que llevaba una magnífica barba blanca, y el pelo largo hasta los hombros; tenía la nariz roja y redonda, y los ojos azules y acuosos. Se estaba llevando en aquel momento un trozo de krenoj a la boca, suspendido delicadamente de un tenedor de hierro de dos púas.

— Decidme — gritó Hertug de pronto —, ¿por qué no se les puede matar de inmediato?

— Somos tus esclavos, Hertug, somos tus esclavos — gritó todo el mundo en la habitación al unísono, al mismo tiempo que alzaban los brazos al aire.

Cogido por sorpresa Jason, no llegó a gritar con ellos la primera vez, pero lo hizo a la segunda. Sólo Mikah fue el único que no se unió a aquella algazara y cantó, hablando por contra en solitario cuando la plegaria de saludo hubo terminado.

— Yo no soy esclavo del hombre.

El que mandaba a los soldados blandió el arco y lo descargó sin compasión sobre la cabeza de Mikah, el que cayó inconsciente al suelo.

— Ya tienes un nuevo esclavo, oh, Hertug — dijo el oficial.

— ¿Cuál es de entre vosotros el que conoce los secretos del caroj — preguntó Hertug.

Y Snarbi señaló a Jason.

— Él, oh, Todopoderoso. Sabe construir caroj y monstruos que abrasan y hacen huir. Lo sé porque yo mismo lo vi. Vi cómo quemaba a los d’zertanoj. Y aún sabe hacer muchas otras cosas. Te lo traje para que fuera tu esclavo y para que hiciera un caroj para los perssonoj. Aquí están las piezas del caroj en el que viajábamos juntos, o las que quedaron después de que se viera consumido por el fuego.

Snarbi saco las herramientas y fragmentos del vehículo que esparció en el suelo. Hertug se mordió los labios, incrédulo.

— ¿Y qué demuestra esto? — preguntó volviéndose hacia Jason —. Esto no quiere decir nada. ¿Cómo me puedes demostrar, esclavo, que eres capaz de hacer todo cuanto dices?

Por la mente de Jason pasó fugaz la idea de negar el ser conocedor de tales asuntos, lo cual sería una buena venganza contra Snarbi, quien sin lugar a dudas tendría un trágico final por armar tanto revuelo por nada, pero descartó tal pensamiento, y reaccionó rápidamente. Por una parte había razones humanitarias, pues Snarbi no tenía la culpa de ser como era, pero principalmente porque Jason no tenía ningún interés en ser sometido a tortura. No sabía nada de los métodos locales de tortura, y quería continuar desconociéndolos.

— Pues, probarlo es muy fácil, Hertug, de todos los perssonoj, porque yo sé todo de todo. Sé construir maquinas que andan, que hablan, que corren, vuelan, navegan, y que ladran como un perro.

— ¿Construirás un caroj para mí?