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— Lo podría hacer si tuvieras las herramientas que necesito para trabajar. Pero tengo que saber primero, cuál es la especialidad de tu pueblo, si entiendes lo que quiero decir. Por ejemplo, los trozelligoj hacen motores, y los d’zertanoj obtienen aceite: ¿qué hace tu pueblo?

— ¡No puedes saber tanto como dices, si no conoces las glorias de los perssonoj!

— Vengo de una tierra muy lejana, como sabes, y las noticias tardan mucho en extenderse en este planeta.

— Pero no de los perssonoj — dijo Hertug molesto, dándose un golpe en el pecho —. Podemos hablar a todo lo largo de la región y siempre sabemos dónde están nuestros enemigos. Podemos conseguir con nuestra magia, que se encienda una luz en el interior de una bola de vidrio, o la magia de hacer soltar la espada de entre las manos del enemigo haciendo que el terror llegue hasta su corazón.

— Esto me hace pensar que tú y los tuyos, debéis tener el monopolio de la electricidad, lo cual me alegro de oír. Si tienes algún equipo de potencia…

— ¡Detente! — interrumpió Hertug —. ¡Fuera! ¡Todo el mundo fuera excepto los sciuloj! No, el nuevo esclavo, no, éste que se quede aquí — gritó cuando los soldados cogían a Jason para llevárselo.

Cuando los demás salieron, sólo quedó en la habitación un puñado de hombres. Todos ellos llevaban un dibujo en el pecho que recordaba un sol radiante. Eran indudablemente adeptos en el secreto de las artes eléctricas. Todos miraban con rabia a Jason.

El Hertug les habló de nuevo:

— Has hecho uso de una palabra sagrada. ¿Quién te habló de ello? Habla inmediatamente o morirás en el acto.

— ¿Pues no te dije que yo lo sabía todo? Puedo construir un caroj y, si se me concede un poco de tiempo, estoy seguro de que podré mejorar vuestros trabajos y conocimientos eléctricos, si es que vuestra técnica está al mismo nivel que el resto del planeta.

— ¿Sabes lo que se esconde tras ese portal prohibido? — preguntó Hertug, señalando hacia una puerta cerrada, custodiada, protegida con una barrera que había al otro extremo de la habitación —. Es imposible que hayas visto nunca lo que hay ahí, pero si eres capaz de decirnos lo que se esconde tras ella, reconoceré que eres el hechicero que pretendes y proclamas.

— Tengo el extraño presentimiento de que me he encontrado en una situación parecida en otra ocasión — suspiró Jason —. De acuerdo, pues ahí va. Tu gente hace aquí electricidad, quizá químicamente, aunque dudo que tuvierais bastante energía para hacerla de esa forma, de manera que debéis tener alguna especie de generador. Será una gran magneto, un hierro especial unos cables alrededor, y ya está la electricidad. Todo ello lo hacéis con cables de cobre, del cual no debéis tener gran abundancia. Dices que habláis a lo largo de la región a gran distancia. Apostaría cualquier cosa a que no habláis, sino que lo que hacéis es emitir golpes secos, ruidos, ¿es cierto o no?

Un trasiego de pies inquietos y voces que elevaban cierto murmullo de entre los adeptos, eran signos inequívocos de que había acertado en gran parte.

— Se me ocurre una idea para ti: creo que inventaré el teléfono. En lugar de ese tictac seco, podréis hablar de un lado a otro de la región. ¿Os gustaría poder hacerlo así? Habláis al lado de un aparato, y vuestra voz es reconocida al otro extremo del cable.

Los ojos de cerdo de Hertug brillaron inconteniblemente de ilusión.

— Dicen que antiguamente se podía hacer así, pero nosotros lo hemos intentado con insistencia, y siempre hemos fracasado. ¿Sabrías realmente hacerlo?

— Podría hacerlo… si primero llegáramos a un acuerdo. Pero antes de hacer ninguna promesa tengo que ver vuestro equipo de trabajo.

Esto era rebelarse contra el secreto tan celosamente guardado, pero al fin y al cabo la avaricia era más fuerte que el tabú. y la puerta del lugar más sagrado de entre los sagrados se abrió para Jason, mientras que dos de los sciuloj, con las dagas desnudas y prestas para el ataque, se ponían a su lado. Hertug abría el camino, seguido por Jason y sus septuagenarios guardianes, con el resto de los sciuloj, más jóvenes detrás. Cada uno de ellos hizo una inclinación de cabeza y murmuró una plegaria antes de penetrar en el sagrado recinto, mientras que Jason, a la vista de aquello, casi estuvo a punto de estallar en risas.

Una columna rotativa — indudablemente movida por esclavos — entraba en la gran habitación, a través del muro más alejado, y hacía mover un entretramado de correas y poleas, que daba la impresión de que todo iba a fundirse de un momento a otro. Todo aquello sorprendió a Jason, e incluso le llegó a desorientar hasta que examinó detenidamente las piezas, una por una y se apercibió de lo que se trataba.

— ¿Qué otra cosa podía haber esperado? — se dijo a sí mismo —. Si hay dos maneras de hacer una cosa, es seguro que esta gente escogerán la peor.

Todo el conjunto recordaba una ilustración de la edad del bronce en una edición de los primeros pasos en la electricidad.

— ¿No se estremece tu alma a la vista de estas maravillas? — preguntó Hertug viendo a Jason boquiabierto y casi petrificado.

— Sí que se estremece, sí — respondió Jason —, ¡pero de dolor! al ver esta colección raquítica, enfermiza, mal concebida, de mecánica errónea.

— ¡Blasfemo! — chilló Hertug — ¡Acabad con él ahora mismo!

— ¡Esperad un momento! — dijo Jason sujetando con fuerza los brazos armados de los dos sciuloj más próximos, e interponiendo su cuerpo entre él y los otros soldados —. ¡No interpretar mal mis palabras! Es un gran generador el vuestro, la séptima maravilla del mundo, aunque más maravilloso sea todavía cómo se las arregla para producir electricidad. Es un invento extraordinario que se adelanta en muchos años al standard de vida de este tiempo. Sin embargo, yo me atrevería a sugerir algunas pequeñas modificaciones, que harían producir más electricidad con menos trabajo. Creo que sabréis que la corriente eléctrica se genera en un cable, cuando la atraviesa un campo magnético.

— No tengo intención de discutir de teología con alguien que no cree — respondió fríamente Hertug.

— Teología o ciencia, llámalo como quieras, pero las respuestas son siempre las mismas. — Jason apretó un poco los brazos de los dos ancianos, con sus músculos endurecidos en Pyrran, y las dagas que ellos sostenían cayeron al suelo. El resto de los sciuloj no parecieron muy decididos a lanzarse al ataque —. ¿Pero nunca se les ha ocurrido pararse a pensar que podrían tener corriente eléctrica continuamente y con mayor facilidad moviendo el cable alrededor del campo magnético, en lugar de hacerlo al revés? Podéis tener así la misma afluencia de corriente, con la décima parte de trabajo.

— Siempre lo hemos hecho así, y siempre dio resultados excelentes a nuestros antepasados…

— Ya lo sé…, ya lo sé… no me cites ahora a tus antepasados. Me parece que ya he oído hablar antes de ellos en este planeta. — Los sciuloj comenzaron a moverse inquietos de nuevo con las armas prestas —. Mira, Hertug, ¿quieres matarme o no? Díselo a tus muchachos.

— No matarle — decidió Hertug tras unos momentos de duda —. Lo que dice puede ser verdad. Puede ser capaz de ayudarnos en el funcionamiento de nuestras máquinas sagradas.

Amparándose en la tregua, Jason dio una vuelta por la habitación examinando detenidamente los aparatos que la llenaban de extremo a otro, intentando por todos los medios controlar sus reacciones promovidas por el horror.

— Supongo que esta maravilla que hay aquí es tu santificado telégrafo.

— Exactamente — respondió Hertug.

Jason se encogió de hombros.

Cables de cobre colgaban desde el techo, y terminaban en un embrollo que hacía las veces de electroimán. Cuando la corriente salía del electroimán, atraía una pieza de hierro plano. Y cuando la corriente se interrumpía, el peso del extremo de la pieza, a modo de péndulo, volvía a la vertical. Había un trozo de metal puntiagudo, a modo de rayador, en el extremo opuesto del metal, y en la punta del rayador un trozo de tiza. Todo ello se movía según el balanceo del péndulo.