— ¡Krenoj! — exclamó Ijale corriendo hacia un cesto que se vislumbraba en la alcoba. Jason se mostró pasivo. Ella lo olió unos instantes, palpándole entre los dedos —. No es muy viejo; diez días, o quizá quince. Bueno para sopa.
— ¡Precisamente lo que necesita un estómago hambriento! — expuso Jason carente de entusiasmo.
Mikah daba gritos desde la otra habitación, y Jason encendió la fogata antes de ir a ver lo que quería.
— ¡Esto es criminal! — decía Mikah al mismo tiempo que con sus movimientos hacía chasquear las caderas.
— Yo soy un criminal — y Jason hizo ademán de volver a marcharse.
— ¡Espera! No puedes dejarme así. Somos hombres civilizados. Sácame de aquí y te daré mi palabra de que haré lo que me digas.
— Muy amable por tu parte, Mikah. viejo amigo, pero toda mi confianza se esfumó, desapareció, se agotó en mi alma siempre tan confiada antes. Soy un nuevo converso al ethos y ahora de ti no confío más que en lo que te veo hacer. Es todo cuanto puedo hacer, pero dejaré que estires las piernas por aquí para ver si al menos dejas de gritar.
Jason le liberó de las cadenas que le sujetaban los pies, y dio media vuelta dispuesto a alejarse.
— Te has olvidado de quitarme el aro, el collar — dijo Mikah.
— ¿Ah, si? ¡Qué descuido! — respondió Jason —. No he olvidado que me traicionaste ante Edipon, y por tanto, tampoco he olvidado el collar. Entretanto seas un esclavo no me volverás a traicionar, de manera que continuarás siendo un esclavo.
— Debí haberme esperado esto de ti — la voz de Mikah estaba preñada de una ira sorda y fría —. Tú no eres un hombre civilizado, sino un perro. No te daré mi palabra de ayudarte en ningún momento, sea cual fuere. Estoy avergonzado de mí mismo por haber considerado la posibilidad de llegar a tal extremo. Eres un satánico, mefistofélico, y como mi vida entera está dedicada a combatir tales cosas, lucharé contra ti.
Jason tenía el brazo medio levantado para descargar el puño sobre él, pero de pronto desistió de tal idea y por el contrario se puso a reír.
— Nunca debes amenazarme, Mikah. Parece imposible que un hombre pueda ser tan insensible a los hechos, a la lógica, a la realidad y a lo que solía denominarse sentido común. Me alegro de que admitas que estás en contra mía, pues así me será más fácil guardar mis espaldas. Además, de este modo no olvidaré que no debo cometer nuevas tonterías contigo. Te guardaré como a esclavo, y te trataré como a tal. Así que coge ese recipiente de piedra y vete a buscar agua, adonde van a buscarla los otros esclavos.
Giró sobre sus talones, y salió de la habitación sobreexcitado todavía por la ira, pero comenzó a mostrar cierto entusiasmo cuando vio la comida que Ijale había preparado tan cuidadosamente.
Con el estómago lleno, y calentándose los pies en el fuego, Jason se sentía casi cómodo. Ijale estaba agazapada a su lado entreteniéndose en reparar algunas pieles con una enorme aguja de hierro, mientras que desde la otra habitación llegaba hasta ellos el ruido de las cadenas que Mikah iba arrastrando. Era tarde y Jason estaba cansado, pero le había prometido a Hertug toda una relación de posibles descubrimientos, y quería terminarla antes de irse a dormir. Alzó la cabeza sorprendido al oír un ruido de llaves en la puerta de entrada, pero casi antes de apercibirse de lo que ocurría, Benn’t irrumpía en la habitación seguido de uno de sus soldados, que llevaba una antorcha.
— Vamos — dijo Benn’t señalando hacia la puerta.
— ¿Adónde y por qué? — preguntó Jason, sin moverse de su sitio, aunque un tanto preocupado.
— Vamos — repitió Benn’t, en el mismo tono desagradable, y sacando una pequeña espada del cinturón.
— Estoy empezando a aborrecerte — espetó Jason poniéndose lentamente en pie y de mal grado. Se echó una de sus pieles sobre la espalda y cruzó la habitación.
No se veía la guardia en la puerta de la habitación, pero sin embargo, había unas formas oscuras en el suelo visibles a la luz de la antorcha. ¿Sería la guardia? Jason reaccionó de repente y quiso dar media vuelta, pero la puerta se cerró de golpe tras ellos, y la punta de la espada de Benn’t se hundió en sus ropajes de cuero, dejando sentir lo que serían los efectos de la afilada punta por encima de los riñones.
— Como hables o te muevas, date por muerto — le susurró el soldado al oído.
Jason lo pensó durante unos instantes y decidió no moverse. No era porque la amenaza le causara la menor preocupación, pues estaba seguro de poder desarmar a Benn’t y caer sobre el otro soldado antes de que pudiera sacar la espada, sino porque se sentía atraído e interesado por el nuevo rumbo que tomaban las cosas. Tenía la firme sospecha de lo que estaba ocurriendo era totalmente ajeno a Hertug, y se preguntaba adónde iría a parar aquella situación.
Pero al momento se arrepintió de haber tomado tal decisión. Le metieron en la boca un trapo maloliente, y para que no se pudiera desprender de él le cruzaron la boca con cuerdas que le hirieron el cuello y las mejillas. Le ataron los brazos al mismo tiempo, y una segunda espada le oprimía uno de los costados. Ya era imposible intentar la menor resistencia, a no ser de exponerse a riesgos muy serios, de manera que fue subiendo las escaleras en la dirección que le indicaban, hasta que llegaron al techo del edificio.
El soldado apagó la antorcha, y quedaron a merced de la oscuridad de la noche, con un viento frío, casi helado, que les azotaba. Descendieron lentamente a lo largo de las resbaladizas tejas. La balaustrada era invisible en la oscuridad reinante, y cuando Jason tropezó con las piernas por debajo de las rodillas con ella, se venció su peso hacia adelante y hubiera caído al otro lado si un soldado no le hubiera retenido a tiempo. Trabajando lentamente y con el mayor de los sigilos le ataron una cuerda por debajo de los brazos, y le fueron bajando por el alvero de la fachada. Aquel lado del edificio de los perssonoj estaba rodeado por el canal, y Jason, al descender, se fue hundiendo en él hasta quedar sumergido hasta la cintura. De pronto, entre la oscuridad fue apareciendo la silueta de un bote ante sus ojos. Unas manos rudas le ayudaron a subir y momentos más tarde el bote cortaba las aguas, después de situarse debajo del edificio, para que los raptores de Jason pudieran embarcarse junto con él. Los remos apresuraban la marcha. La alarma no había sonado.
Los hombres del bote le ignoraron por completo; tendido como estaba en el fondo, hacían descansar los pies sobre él, hasta que molesto se hizo a un lado. No había mucho que ver en aquel viaje de sorpresa, y menos en la posición en que se hallaba, pero al fin divisó unas luces. y alzando un poco la cabeza divisó una amplia entrada de mar, muy parecida a la que había visto a su llegada al territorio de los perssonoj. No le costó mucho trabajo llegar a la conclusión de que había sido raptado por una de las organizaciones rivales. Cuando el bote se detuvo fue literalmente arrojado al embarcadero, para ser más tarde empujado hacia un alto y rústico portal de hierro. Benn’t había desaparecido — probablemente después de haber recibido las treinta monedas de plata — y los nuevos guardianes permanecían en silencio. Le desataron, le quitaron la mordaza y le obligaron prácticamente a atravesar una puerta de hierro, cerrándola tras él. Le dejaron solo, frente a los escalofriantes horrores de la habitación.
Había siete figuras sentadas sobre alto entarimado, armadas y terriblemente enmascaradas. Cada una de ellas se apoyaba sobre un largo montante. Ardían unas lámparas de extrañísima concepción produciendo un humo tal que el aire enrarecido rebosaba olor sulfuroso.
Jason se echó a reír fríamente, y miró alrededor en busca de una silla. No había ninguna a la vista, de manera que cogió una lámpara, con forma de culebra y que arrojaba llamas por la boca, de una mesa próxima, y la puso en el suelo, para después sentarse sobre la mesa. Volvió a lanzar una mirada llena de incredulidad a las horribles siluetas que se alzaban ante él.