— ¡De pie mortal! — dijo la figura que ocupaba el centro de la reunión —. ¡Sentarse ante el Mastreguloj es tanto como pedir la muerte!
— Pues yo me siento — respondió Jason, haciendo acción de ponerse más cómodo —. Estoy seguro de que no me raptaron con la simple intención de matarme, y cuanto antes os deis cuenta de que vuestras tragicómicas vestimentas no me asustan lo más mínimo, antes iréis al grano de lo que queráis de mí.
— ¡Silencio! ¡La muerte está a mano!
— Ekskremento! — respondió Jason silabeando la palabra —. Vuestras máscaras y vuestras amenazas son de la misma calidad que la de los esclavizadores del desierto. Vayamos cuanto antes a los hechos. Han llegado hasta vosotros rumores respecto a mí, y os habéis sentido interesados. Habéis oído hablar de los caroj y los espías os han hablado del orador electrónico en el templo y hasta quizás os han dicho más cosas. Todo eso os parecía tan bueno que me quisisteis para vosotros, y entonces tratasteis de conseguirme por medio de algunos traidores, por un poco de dinero. Pues aquí estoy.
— ¿Sabes a quién le estás hablando? — preguntó la figurilla de la derecha con una voz chillona y temblorosa. Jason examinó al que había hablado detenidamente.
— ¿Al Mastreguloj? He oído hablar de vosotros. Se dice que sois los brujos de esta ciudad, porque poseéis el fuego que arde en el agua, el humo que quema los pulmones, el agua que quema la carne, y más cosas por el estilo. Y yo lo que creo es que sois los aprendices de químico de estos contornos; y aunque también se dice que sois muy pocos en número, sois lo suficientemente pestilentes como para tener asustadas y alejadas de vosotros a las otras tribus.
— ¿Sabes lo que esto contiene? — preguntó el hombre, alzando una esfera de vidrio con un líquido amarillento en el interior.
— Ni lo sé ni me importa lo más mínimo.
— Pues contiene la ardiente agua mágica que te marchitará en un instante si te toca…
— ¡No me hagas reír! Ahí no hay más que un ácido cualquiera, de los más comunes, sulfúrico probablemente, porque el otro ácido proviene de él, y que es el que produce el olor a huevos podridos que hay en la habitación.
Su conclusión pareció haber conmovido todo el edificio; las siete figuras se movieron nerviosas, y susurraron palabras ininteligibles a aquella distancia para Jason. Entre tanto estaban distraídos, Jason se puso en pie y avanzó despacio hacia ellos. Ya se había cansado de aquel juego de acertijos científicos y le irritaba pensar que había sido raptado, atado, puesto a remo o en aquella agua helada, y continuó avanzando. Estos mastreguloj eran temidos y repudiados de Appsala, pero según los cálculos que se había hecho, no formaban un clan muy numeroso. Por un buen número de razones había respaldado a los perssonoj para que se alzaran con el poderío y no pensaba cambiar de idea ni de bando.
Aprovechando el charloteo que aún continuaba llegó a su mente el recuerdo de un libro que leyó en una ocasión acerca de huidas célebres. Se acordó siempre de algunos detalles porque tenía un verdadero interés profesional en tal técnica, ya que en muchas ocasiones sus propósitos y los de la policía habían sido totalmente dispares. Y la conclusión que había sacado de aquel libro era que el mejor momento para escapar era siempre inmediatamente después de haber sido capturado. Y ésta era la ocasión.
Los mastreguloj hablan cometido el error de dejarle suelto y solo; estaban tan acostumbrados a intimidar, a asustar a la gente que se habían hecho descuidados… y viejos. A juzgar por las voces y la manera de actuar estaba seguro de que no había ningún joven entre los presentes, al igual que el hombre que estaba a la derecha estaba ya bien metido en la vejez. Lo revelaba su voz. y ahora que Jason estaba más cerca, podía apreciar mejor la ostensible vibración de la espada en la mano del hombre.
— ¿Quién te reveló el secreto y el sagrado nombre del sulfurika adda? — preguntó irritado la figura del centro —. Habla, espía, o de lo contrario te arrancaremos la lengua y arrojaremos fuego por tu garganta…
— No hagáis eso — rogó Jason, poniendo una rodilla en tierra y cruzando los brazos conmiserativamente ante su pecho —. ¡Cualquier cosa menos eso! ¡Hablaré! — Se fue acercando de rodillas hacia el entarimado, dirigiéndose al mismo tiempo hacia la derecha —. Diré la verdad, no lo resisto más… éste es el hombre que me habló de los sagrados secretos. — Señaló al más viejo de la derecha, y acercó al mismo tiempo la mano hacia la espada que sostenía el anciano.
Jason se puso en pie y arrancó la espada de la mano del viejo en el mismo instante que le propinó un empujón que le lanzó contra el otro que tenía al lado. Ambos hombres rodaron por el suelo.
— ¡Muerte a los infieles! — gritó arrancando de un tirón la cortina negra que llena de dibujos de calaveras y demonios colgaba del muro. La arrojó sobre los dos hombres más próximos en el preciso instante en que se ponían de nuevo en pie, y veía una pequeña puerta que hasta entonces había permanecido oculta tras la cortina. La abrió de un golpe, yendo a desembocar a un pasillo de tenue luz, y casi en los brazos de dos guardias allí estacionados. La ventaja de la sorpresa estaba de su parte. El primero se desplomó al proporcionarle Jason un golpe terrible con la parte plana de la espada sobre la cabeza, y el segundo dejó caer la espada cuando la punta de la de Jason le hirió en la parte superior del brazo. El entrenamiento en la lucha que había adquirido en Pyrran le hacía ahora un buen servicio. Podía moverse con más rapidez y matar a sus enemigos gracias a sus reflejos más ágiles, que cualquiera de los de Appsala. Lo dejó bien demostrado cuando al dar la vuelta a una esquina, yendo en dirección a la puerta, casi tropezó con Benn’t, su primer guardián.
— Gracias por haberme traído aquí… como aún no tenía bastantes problemas… y aunque ser un traidor a sueldo sea normal en Appsala, no fue muy delicado por tu parte matar a uno de tus propios hombres. — Alzó la espada y atravesó la garganta de Benn’t casi decapitándolo. Aquel arma era pesada y difícil de manejar, pero una vez puesta en movimiento cortaba cuanto se hallaba en su camino. Jason continuó corriendo y atacó con todas sus fuerzas a los guardianes que había en el patio de entrada.
La única ventaja que tenía era, una vez más, el elemento de la sorpresa, por tanto, tenía que moverse con la mayor rapidez posible. Si llegaban a reagruparse aquellos hombres podrían capturarle y matarle, pero la noche estaba muy avanzada y la menor cosa del mundo que pudieran sospechar era un ataque furibundo por la retaguardia. Uno cayó, otro soltó el arma y echó a correr con el brazo destrozado, y Jason entre tanto reunía todas sus fuerzas sobre la pesada barra que cerraba la entrada. Con el rabillo del ojo vio aparecer a uno de los enmascarados, Mastreguloj.
— ¡Muerte! — chillaba el hombre lanzando una esfera de vidrio hacia la cabeza de Jason.
— Gracias — dijo Jason atrapando el objeto en el aire con la mano libre. Se lo metió entre sus ropas y abrió la puerta.
Ya estaban organizando la persecución cuando bajó las resbaladizas escaleras, y saltó al interior del bote más próximo. Era demasiado ancho para poderlo remar con facilidad pero cortó las amarras y haciendo presión con un remo sobre el embarcadero se internó en el canal. Un ligero oleaje se había levantado en el canal y dejó que el bote se meciera entre las olas mientras sujetaba los remos en sus puntos de apoyo. Algunas siluetas aparecieron en las escalera, hubo gritos y parpadeos de antorchas, hasta que poco a poco fueron perdiéndose en la distancia y desaparecieron de su vista. Jason remaba internándose en la oscuridad de la noche y sonriendo amargamente para consigo mismo.