— ¡Está usted terriblemente equivocado! — decía Mikah apuntando con un dedo e inclinando su cuerpo hacia delante —. La Verdad es una abstracción filosófica, uno de los útiles de que se han servido nuestras mentes para alzarnos por encima de las bestias… es la prueba de que nosotros mismos no seamos bestias, sino un orden más alto de la creación. Las bestias pueden ser verdad, pero no pueden conocer la Verdad. Las bestias pueden ver, pero no pueden ver la Belleza.
— ¡Brrr…! — gruñó Jason —. No se puede hablar con usted, y mucho menos llegar a disfrutar de un intercambio comprensible de ideas. Ni siquiera estamos hablando en el mismo idioma. Olvide por un momento quién tiene razón y quién no la tiene. De ese modo se hallará usted en los principios básicos de la cuestión y al menos accederá a reconocer el significado de los términos que estamos utilizando. Para empezar…, ¿sabe definir la diferencia entre ética y ethos?
— Desde luego — respondió Mikah alzando la cabeza ligeramente y mostrando un brillo especial en los ojos que mostraba placer —. Ética es la disciplina que trata de lo que es bueno o malo, de lo que está bien o mal, y también del deber moral y la obligación. El ethos se refiere al conjunto de creencias, similitudes o ideales que caracterizan a un grupo o una comunidad.
— Muy bien. Ya veo que se ha pasado las largas noches espaciales con la nariz aplastada contra los libros. Pues, ahora el asegurarse de la diferencia entre estos dos términos es muy sencillo, porque es el corazón, la medula del pequeño problema de comunicación que tenemos aquí. El ethos está inextricablemente ligado a una sociedad simple, y en ningún caso se puede separar de ella, so pena de peder todo su significado. ¿Estamos de acuerdo?
— Pues…
— Vamos, vamos… tiene que estar de acuerdo con los términos de su propia definición. El ethos de un grupo es lo que rodea al término de los medios necesarios para que los miembros del grupo estén en contacto social y psicológicamente unidos los unos con los otros. ¿De acuerdo?
Mikah, aunque con desgana hizo un signo de aquiescencia.
— Pues ahora que estamos de acuerdo con esto, podemos avanzar un paso más. La ética, de acuerdo con su definición debe tratar con cualquier número de sociedades o grupos. Si hay leyes absolutas de éticas, deben ser tan inclusivas que se podrán aplicar a cualquier sociedad. Una ley de éticas, debe ser tan universal en su aplicación como la ley de la gravedad.
— No le comprendo muy bien…
— Estaba seguro de ello, desde el primer momento que llegamos a este punto. Hay mucha gente como usted, que no hacen más que charlar y charlar acerca de las Leyes Universales, y ni siquiera se dan cuenta del verdadero significado de esas palabras. Mis conocimientos respecto a la historia de la ciencia son bastante vagos, pero apostaría cualquier cosa a que la primera Ley de la Gravedad de que se pudiera tener noticia determinarla que las cosas caen a tal y tal velocidad, y en su caída se produce una aceleración que aumenta según tales y tales principios. Pero eso no es una ley, sino una observación que no puede tomarse como definitiva hasta que usted no añada y especifique: «sobre este planeta». En un planeta que difiera en su masa de otro, se llegaría a diferentes observaciones. La ley de la gravedad es la fórmula: F = mM / — d2 a la cual se puede recurrir para calcular la fuerza de la gravedad entre dos cuerpos.
«— Esto no es — continuó — más que un medio de expresar fundamentales e inalterables principios, que pueden aplicarse en todas circunstancias. Por tanto, si lo que usted pretende es tener, crear, fundar, verdaderas leyes éticas, éstas tendrán que tener la misma universalidad que la ley antes mencionada. Tendrán que responder del mismo modo en Cassylia que en Pyrrus que en cualquier planeta o sociedad que se pueda hallar. Y esto nos lleva nuevamente a lo que decíamos antes. Lo que usted con tanta grandilocuencia llama (con letras mayúsculas y un buen coro de trompetas) «Leyes Éticas», no son leyes ni nada. No son más que pequeños retazos de ethos triviales, observaciones aborígenes efectuadas por unos cuantos pastores del desierto, con el fin exclusivo de mantener el orden y el respeto en casa o en la choza. ¡Esas reglas no pueden tener ninguna aplicación universal!; usted mismo puede verlo. Piense en los distintos planetas que ha visitado y en los innumerables, fantásticos, y maravillosos medios que la gente tiene para reaccionar los unos contra los otros, y luego intente dar forma a diez reglas de conducta que fueran aplicables a todos los tipos de sociedades humanas imaginables. Eso es una tarea imposible. Le aseguro que no es usted muy ético si trata de imponer sus principios a donde quiera que vaya, a no ser que encuentre un interés muy particular en cometer un suicidio.
— ¡Me está usted insultando!
— Eso espero, que se sienta ofendido. Si no consigo hacerle reaccionar por otros medios, quizá con el insulto pueda sacudirle ese estado de moral medio adormecido que hay en usted. ¿Cómo se atreve usted a considerarme merecedor de un juicio por robar dinero del casino de Cassylia, cuando todo lo que dice fue de acuerdo con el propio código de ética de aquellas gentes? Ellos consienten los juegos de azar, lo cual quiere decir que la ley, según el ethos local, debe ser que los juegos perversos sean una norma. Y si ellos han creado posteriormente una ley que diga que el castigar los tejemanejes de los garitos de juego es ilegal, entonces, es la ley la que carece de ética, y no el castigo. Si usted me lleva a juicio, para ser juzgado por la ley, usted no responde a la ética, y yo seré una víctima indefensa de un hombre endemoniado.
— ¡Maldición de Satanás! — gritó Mikah, poniéndose en pie de un salto y paseando de un lado a otro por delante de Jason, al mismo tiempo que enlazaba y desenlazaba las manos presa de gran agitación —. Usted lo que quiere es confundirme con su semántica y ética, que no son al fin y al cabo más que un oportunismo y un acuerdo. Pero hay una Ley Más Alta que no se puede discutir…
— ¡Eso es un juicio imposible…, y se lo puedo demostrar! — al decir estas palabras Jason señaló hacia los libros que había en la pared —. Y se lo puedo demostrar con sus propios libros. Con el Aquinas no… ése es demasiado denso. Me basta el pequeño volumen ese donde dice «Lull» al dorso. ¿No es El libro de la Orden de Chyialry de Lull?
Los ojos de Mikah se abrieron de par en par a causa de la sorpresa.
— ¿Conoce ese libro? ¿Ha leído las obras de Lull?
— Pues claro que sí — respondió Jason con hipócrita seriedad, pues era el único libro de la colección que recordaba haber leído; sin razón justificada el título había quedado grabado en su memoria —. Déjemelo ver, y le demostraré lo que decía.
Nadie hubiera podido apreciar, a juzgar por la naturalidad de sus palabras, que había llegado a un momento crítico de sus propósitos. Dio un sorbo en la taza de té, sin mostrar la más leve señal de la incertidumbre que le embargaba.
Mikah Samon tomó el libro de la estantería y se lo dio.
Jason fue hojeando paulatinamente mientras hablaba.
— Sí…, sí, esto es perfecto. Y casi es un ejemplo ideal de su modo de pensar. ¿Le gusta leer a Lull?
— ¡Extraordinario! — respondió Mikah con vehemencia —. Hay belleza en cada una de sus líneas, y muestra la Verdad que hemos olvidado con las prisas de la vida moderna. Es una reconciliación y una prueba de la intercorrelación entre lo Místico y lo Concreto. Por una simple manipulación de símbolos, lo expresa todo con aplastante lógica.