— ¿Te gustaría ser el dueño de todo eso? — preguntó Jason.
— Continúa hablando — los ojos de Hertug comenzaban a bailar en sus órbitas.
— Antes ya te mencioné esto, pero ahora… te hablo muy seriamente. Te voy a revelar cada uno de los secretos de cada uno de los clanes de este condenado planeta. Te voy a enseñar cómo los d’zertanoj destilan el petróleo, cómo los mastreguloj hacen el ácido sulfúrico, y cómo los trozelligoj fabrican motores. Además, voy a mejorar tus armas de guerra e inventar otras nuevas. Haré de la guerra algo tan terrible, que nunca será larga. De vez en cuando la guerra se recrudecerá, pero tus tropas siempre ganarán. Barrerás para siempre a la competencia, uno tras otro, empezando por los más débiles, hasta que te conviertas en el dueño y señor de la ciudad, y después, de todo el planeta. Las riquezas de un mundo serán tuyas, y tus atardeceres se verán animados por las horribles muertes que tú ordenarás para tus enemigos. ¿Qué dices a todo esto?
— ¡Supren la Perssonoj! — gritó Hertug poniéndose en pie de un salto.
— Eso es lo que pensé que dirías. Si voy a tener que quedarme aquí durante un periodo de tiempo, quiero hacerme cargo de algunas cosas concernientes al sistema. Me he sentido demasiado incómodo durante algún tiempo, y ya ha llegado el momento de cambiar.
Capítulo XIV
Los días se hicieron más largos, el tiempo se tornó en lluvias, pero al fin se alejaron éstas. Las últimas nubes, impulsadas por el viento, se refugiaron en el mar, y al fin el sol brilló sobre la ciudad de Appsala. Las flores germinaron, los capullos se abrieron y el aire se llenó de perfumes, mientras que de las aguas tibias de los canales, se elevaba otro olor menos agradable, que a Jason no le hubiera importado ni lo más mínimo que desapareciera. Pero en realidad tenía muy poco tiempo para apercibirse, pues se pasaba largas horas trabajando en la investigación y la producción, en una tarea exhaustiva. La investigación pura, y el desarrollo de la producción eran muy caros, y cuando los gastos subían demasiado, Hertug se mesaba la barba e invocaba los viejos y apacibles días. Entonces Jason tenía que dejarlo todo, y hacer al instante un nuevo milagro o dos. El arco de luz fue uno, y después el arco calorífico, que contribuyó a los trabajos metalúrgicos y agradó mucho a Hertug, y sobre todo cuando descubrió lo útil que era para torturar, como quedó demostrado en un trozelligoj capturado que llegó a decirles cuanto querían saber. Cuando este invento perdió novedad, Jason introdujo el galvanizado, que ayudó a su vez a incrementar la tesorería.
Después de abrir la esfera de vidrio de los mastreguloj, con grandes precauciones, Jason se sintió realmente satisfecho de que contuviera ácido sulfúrico, y con él construyó una tosca pero efectiva batería, Todavía molesto por el rapto de que había sido objeto, condujo un ataque a la gabarra de los mastreguloj, y se apoderó de un gran aprovisionamiento de ácido así como de otros productos químicos. Hacía experimentos con estos últimos cuando tenía tiempo. Había llevado a efecto un gran número de ensayos en su intento de realizar nuevos inventos, pero como no recordaba la técnica de los mismos totalmente se vio forzado a abandonarlos. La fórmula de la pólvora se le había olvidado, y esto le deprimió, si bien alegró a sus asistentes que habían estado rastrillando entre viejos montones de aprovisionamientos de salitre.
Alcanzó mayores éxitos con el caroj y las máquinas de vapor, como consecuencia de sus anteriores experiencias. En los ratos perdidos inventó los signos móviles, el teléfono y el altavoz, que añadido al disco de fonógrafo, hizo maravillas en las recaudaciones religiosas, produciendo voces de ultratumba. También construyó un propulsor naval, y estaba perfeccionando una catapulta a vapor. Por su propio gusto instaló una retorta de destilación en su habitación, con lo cual obtenía un tosco pero efectivo brandy.
«Después de todo las cosas no van tan mal», se dijo, poniéndose cómodo en su silla y sirviéndose un vaso de la más reciente destilación. Había sido un día caluroso, y más que nada pesado por la humedad que subía de los canales, pero en aquel momento del atardecer la brisa del mar era fría y agradable al trasponer las ventanas. Entre pecho y espalda se había metido un buen bistec, cocinado en una parrilla de carbón de su propia invención, acompañado con krenoj y pan cocido de harina molida en un aparato de su reciente fabricación. Ijale cantaba en la cocina mientras limpiaba, y Mikah pasaba un trapo por los tubos de la retorta de destilación, para su mejor funcionamiento…
— ¿Seguro que no quieres acompañarme a echar un trago? — preguntó Jason irónico.
— El vino es burlón, y la bebida fuerte encoleriza… Proverbio — declamó Mikah en el mejor de los estilos.
— El vino alegra el corazón del hombre. Samon. Yo también he leído ese libro. Pero si no quieres tomar una copa en plan amistoso, ¿por qué no te tomas un vaso de agua fresca y descansas un poco? Ese trabajo puede esperar hasta mañana.
— Yo soy un esclavo — respondió Mikah amargamente, tocando el collar de hierro que tenía en el cuello por un momento y volviendo después al trabajo.
— Bueno, pero eso sólo te lo puedes reprochar tú mismo. Si se pudiera tener más confianza en ti, yo te daría la libertad. En realidad, ¿por qué no lo hago ahora mismo? Dame simplemente tu palabra de que no provocarás más problemas y te sacaré de ese collar antes de que puedas decir antidesestablementarianismo. Creo que estoy en bastante buena situación con Hertug como para poder hacer frente a los pequeños líos que puedas formar. ¿Qué me respondes? Aunque tu conversación sea de muy pocos alcances, es al menos el doble de despierta de lo que se pueda encontrar en este planeta.
Mikah llevó la mano al collar de nuevo, y dudó durante unos instantes. Luego gritó:
— ¡No! — y separó los dedos como si el hierro quemara —. ¡Atrás, Satanás! ¡Fuera! No voy a implorar nada, ni voy a confiar mi honor a un hombre como tú. Prefiero estar encadenado hasta que llegue el día de la liberación, en cuyo día te veré cómo te se somete a juicio por delitos como éste, ante un tribunal de justicia, siendo sentenciado a muerte.
— Ya veo que tienes muchas esperanzas en conseguir tus ambiciones — dijo Jason apurando el vaso y volviéndolo a llenar —. Espero que se cumplan, al menos en lo que se refiere al día de la liberación; a partir de ese momento, creo que nuestras opiniones difieren un poco. Pero, ¿te has parado a pensar lo lejos que puede estar ese día de liberación? ¿Y crees tú que has hecho algo por contribuir a que llegue ese día?
— Yo no puedo hacer nada… ¡Soy un esclavo!
— Sí, y los dos sabemos por qué. Pero aparte de eso. ¿crees que podrías hacer algo mejor si estuvieras libre? Yo contestaré por ti. No. Pero yo sí que puedo hacer más y mejor, y he llegado a hechos concretos. Encontré algunos cristales que resonaban muy bien, y construí una radio cristal. No oigo otra cosa que las señales atmosféricas, y mi propio y bendito S.O.S.
— ¿De qué blasfemia estás hablando?
— ¿Aún no te lo había dicho? Hice una radio muy simple, con apariencia de orador electrónico, y los creyentes han estado transmitiendo religiosamente desde ese día.
— ¿Es que no hay nada sagrado para ti, blasfemo?
— Ya hablaremos de eso en otra ocasión, aunque no veo de qué te quejas ahora. ¿Acaso me quieres decir que respetas esta religión fónica con el gran dios Electro y todo lo demás? Tenías que estar agradecido de que yo sacara algún provecho de los reverentes. Si cualquier aparato espacial entra en la atmósfera de este planeta recogerá la llamada de auxilio y vendrá hacia aquí.
— ¿Cuándo? — preguntó Mikah sin poder disimular su interés.
— Pues podría ser dentro de cinco minutos, o dentro de quinientos años. Aunque haya alguien buscándote hay muchísimos planetas en esta galaxia. Por mi parte, dudo que los Pyrranos vengan a por mí, no tienen más que una nave espacial y siempre está muy ocupada. ¿Y tu gente?