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Los ruidos no le habían significado lo más mínimo; de haber pensado en ellos tenía que haber llegado a la conclusión de que otros soldados tenían que haber salido detrás de él para unirse a la batalla.

«Pero yo fui el último en atravesar esa puerta. ¡Nadie bajó las escaleras!» En el mismo momento en que se decía estas palabras, iba corriendo hacia las escaleras y, una vez en ellas, las fue subiendo de tres en tres.

Llegó al pasillo, continuó avanzando y saltó por encima de un cuerpo yaciente, y al fin se dio cuenta de que los ruidos de la lucha proceden de sus propias habitaciones.

En el interior de las mismas, todo aquello parecía una casa de locos. No quedaba en pie y encendida más que una lámpara, bajo la incierta luz de la cual los soldados saltaban, corrían y se movían por encima de lo que quedaba del mobiliario, luchando a muerte. Las habitaciones parecían más pequeñas, llenas como estaban de hombres entregados a la lucha, y Jason saltó por encima de unos muertos para unirse a las filas de los perssonoj.

— Ijale — gritó —, ¿dónde estás? — entre tanto descargaba la estrella de la mañana sobre el casco de un soldado. El hombre se desplomó, arrastrando a otro consigo.

— ¡Ése es! — gritó una voz desde la retaguardia de las filas de los trozelligoj, y Jason casi se vio desbordado por los atacantes que se volvieron hacia él. Había tantos que casi tropezaban entre sí, lanzados a un furioso ataque. Le asediaban por todas partes, intentando herirle en las piernas o bien hendir sus brazos con pequeñas lanzas. Una espada logró alcanzarle en una brazo, lo que, a causa del dolor que le producía, le obligaba a realizar grandes esfuerzos para manejar la estrella de la mañana, que estaba produciendo estragos entre los enemigos. No se apercibía más que de los hombres que le atacaban, ni de los soldados que habían llegado en defensa de aquella situación obligando a sus atacantes a retirarse de los dominios de los perssonoj.

Jason se limpió el sudor que le cubría los ojos con la manga y siguió corriendo tras ellos. Hablan aparecido más antorchas, y llegó a la definitiva conclusión de que los incontables asaltantes se batían en retirada, luchando en un terrible cuerpo a cuerpo y dirigiéndose todos hacia las ventanas que daban al canal. Todas las ventanas, tan cuidadosamente montadas por Jason, habían sido destrozadas a patadas, mientras que algunos garfios se agarraban a los muros, de los que pendían recias cuerdas.

Oscuras siluetas desaparecían a lo largo del muro, bajando desesperadamente por las escaleras de cuerda pendientes de los mismos.

Los gritos de los vencedores aligeraban el paso de los que huían, hasta que Jason, impuso el restablecimiento del orden a fuerza de golpes y empujones.

— ¡No… seguirlos! — gritó, mientras cruzaba una pierna el marco de la ventana. Con el mango de su arma, estrella de la mañana, sujeto entre los dientes, descendió la escalera de cuerdas, maldiciendo aquellos ataques que podían ser tan peligrosos como inesperados.

Cuando llegó abajo vio que los extremos de las cuerdas se hundían en el agua del canal, y oyó el ruido de remos que se apresuraban por alejarse, perdiéndose en la oscuridad.

De pronto, Jason se apercibió de un dolor intenso que le producía la pierna, así como de su estado de agotamiento: estaba seguro de que no tendría fuerzas para volver subir.

— Diles que hagan traer un bote por aquí — le dijo a un soldado que le había seguido en su intento de persecución. Luego se quedó colgado, con los brazos cruzados entre las cuerdas, hasta que llegara el bote. Fue el mismo Hertug quien llegó, blandiendo una espada en la mano.

— ¿Qué es este ataque? ¿Qué significa esto? — preguntó Hertug. Jason se dejó caer en el bote y se tendió sobre el banco.

— Pues está bastante claro… todo el ataque iba encaminado a apoderarse de mí.

— ¿Qué? No puede ser…

— Pues lo es y te darás cuenta si te detienes un momento para pensarlo. El ataque por la puerta del mar no estaba preparado para tener éxito; su única finalidad era disimular el verdadero intento de raptarme. La suerte fue que esta noche yo estaba trabajando en el taller, cuando en otras ocasiones a esas horas estoy durmiendo.

— ¿Y quién quería apoderarse de ti? ¿Por qué?

— ¿Aún no te has despertado ante el hecho de que soy la pieza más valiosa de toda la propiedad de Appsala? Los mastreguloj fueron los primeros en darse cuenta; ellos consiguieron raptarme, como puedes recordar. Tenías que haber previsto un ataque de los trozelligoj; después de todo, ahora ya tienen que saber que estoy construyendo motores de vapor, que hasta este momento constituían su monopolio.

El bote llegó al embarcadero, y Jason saltó dolorosamente a tierra.

— ¿Pero cómo consiguieron entrar y localizar tus habitaciones? — preguntó Hertug.

— Era un trabajo interno, un traidor, como ocurre siempre en este corrompido planeta. Alguien que conocía mi rutina de vida, alguien que pudo colocar las escaleras en los muros en beneficio de los botes que se aprestaban al ataque. No fue Ijale… dios han debido capturarla.

— ¡Yo descubriré quién es el traidor! — aseguró Hertug —. Le voy a someter al arco calorífico pulgada a pulgada.

— Yo sé quién es ese traidor — dijo Jason con gran pesar en los ojos —. Oí su voz al llegar, diciéndoles quién era yo. Reconocí su voz… era mi esclavo, Mikah.

Capítulo XV

— ¡Pues lo pagará, ya lo creo que lo pagará! — gritó Hertug rechinando los dientes de un modo horrible. Estaba bebiendo un vaso de brandy de Jason, y sus ojos y nariz estaban más colorados que de costumbre.

— Me alegro de oírte decir eso, porque es lo mismo que yo pensaba — dijo Jason, echándose hacia atrás sobre un cojín con un vaso más grande todavía apoyado sobre el pecho. Se había limpiado la herida de la pierna con agua hervida, y la había cubierto con vendas esterilizadas, Le dolía un poco en aquellos momentos, pero estaba seguro de que no le traería problemas. Prefirió olvidarse de ello y volvió a sus proyectos:

— Empecemos la guerra ahora — dijo.

Hertug parpadeó perplejo,

— ¿No es demasiado pronto? Quiero decir, ¿estamos ya preparados?

— Invadieron tu castillo, mataron a tus soldados, te produjeron pérdidas…

— ¡Muerte a los trozelligoj! — gritó Hertug estampando el vaso contra la pared.

— Eso me gusta más. No olvides lo bastardos que son. No les puedes dejar que se vayan así como así. Además. es la mejor ocasión para empezar la guerra ahora, o nunca tendremos otra oportunidad. Si los trozelligoj armaron tanto lío para apoderarse de mi, ahora deben estar preocupados. Puesto que sus planes no salieron bien, deben estar pensando en un ataque más potente y probablemente recurrirán a otras tribus para que les ayuden. Están ya empezando a temerte, Hertug, de modo que será mejor empezar la guerra ahora antes de que decidan asociarse y nos barran a nosotros. Aún podemos caer sobre las tribus, unas tras otra, y asegurarnos la victoria.

— Sería mejor si tuviéramos más hombres y un poco de tiempo…

— Tenemos aproximadamente dos días… el tiempo suficiente para equipar a los hombres que formarán en la invasión. Eso te dará también el tiempo requerido para llamar a todas las reservas. Hay que asegurarse bien, ya que nuestro fin debe ser atacar y apoderarnos de la fortaleza de los trozelligoj, aparte de que ésta es la única oportunidad que tenemos. ¡La nueva catapulta de vapor estoy seguro de que hará un buen trabajo!

— ¿Ya ha sido probada?

— Lo suficiente como para demostrar que cumplirá con sus designios. Empezaré a trabajar con las primeras luces, pero sugiero que envíen mensajeros para que recluten a todos los hombres posibles y puedan estar aquí con tiempo suficiente. ¡Muerte a los trozelligoj!