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— ¡Muerte! — repitió Hertug.

Había muchas cosas que hacer y Jason decidió continuar los preparativos sin ir a dormir ni un momento. Cuando se cansara pensaría en el traicionero Mikah y preguntaría lo que le habría ocurrido a Ijale, y la incertidumbre y la ira le devolverían al trabajo. No estaba seguro de que Ijale continuara viviendo; llegaba solamente a la conclusión de que había sido raptada. En cuanto a Mikah, tendría que responder de muchas cosas.

Puesto que los motores de vapor y el propulsor ya habían sido instalados en un barco y experimentados en el mar interior, con lo que terminar la guerra no sería muy largo. Todo quedaba reducido a un acoplamiento. Primero pensó en instalar la catapulta de vapor en el barco de guerra, pero después decidió lo contrario. Había un sistema más sencillo y mejor. La catapulta fue instalada en una barcaza ancha, con la caldera, tanques de fuel y una gran selección de escogidos misiles.

Los perssonoj fueron llegando, todos ellos destilando irritación y sed de venganza. A pesar de los gritos que lanzaban, Jason consiguió dormir unas horas en la segunda noche, y se despertó al amanecer. La flota estaba reunida, y con gran redoble de tambores se hicieron a la mar.

En primer lugar iba el barco de guerra, el Dreamnaught, con Jason y Hertug en el puente. A su alrededor, una gran variedad de naves, de todos los tamaños, repletas de tropas. Toda la ciudad sabía lo que estaba ocurriendo y los canales estaban desiertos, mientras que la fortaleza de los trozelligoj estaba guardada y al acecho. Jason dejó escapar un silbido de la caldera de vapor, antes de llegar al alcance de las armas enemigas, y toda la flota se detuvo.

— ¿Por qué no atacamos? — preguntó Hertug.

— Porque nosotros los tenemos a tiro, mientras que ellos no pueden alcanzarnos. Mira. — Inmensa, una gran nube en forma de flechas se hundía en el agua, a unos treinta metros de la quilla del barco.

— Flechas jetilo — murmuró Hertug —. Les he visto traspasar el cuerpo de siete hombres sin detenerse.

— Pero no sucederá esto en esta ocasión. Dentro de poco te demostraré las glorias de una guerra científica.

El fuego de los jetiloj no era más efectivo que el grito de los soldados en las murallas, donde alzaban las espadas y lanzaban maldiciones, y que pronto se detuvieron. Jason se pasó a la barcaza, comprobó que estaba bien anclada y que estaba perfectamente orientada hacia la fortaleza. Mientras subía la presión del vapor, apuntó la catapulta y la emplazó en posición de disparo.

El arma era simple, pero poderosa, y tenía grandes esperanzas puestas en ella. Sobre la plataforma, que podía desplazarse tanto en elevación como en rotación, había un cilindro, cuyo pistón estaba conectado directamente al brazo corto de una larga palanca. Cuando el vapor llegara al cilindro, la poderosa fuerza del pistón impulsarla el brazo del mecanismo. Tal brazo, lanzado con enorme potencia, se vería detenido por una barra cruzada, pero cualquier carga que hubiera en la cazoleta del extremo del brazo saltaría por el aire con una fuerza terrible. Todo el mecanismo había sido probado y funcionaba perfectamente, aunque no se había hecho todavía ningún ensayo de tiro.

— Presión al máximo — ordenó Jason a los técnicos —. Poned una de esas piedras en la cazoleta. — Había preparado una cantidad de misiles, todos ellos del mismo peso aproximadamente. Mientras cargaban el arma, verificó una vez más todas las piezas.

— ¡Ahí va! — gritó apretando sobre la válvula.

El pistón saltó con velocidad suficiente, el brazo saltó y se estrelló estrepitosamente contra la barra de contención. La piedra salió silbando. Todos los perssonoj lanzaron gritos de alegría. Pero tales gritos de satisfacción se acallaron cuando la piedra pasó por encima de la guarnición, yendo a parar a unos cincuenta metros del blanco escogido, desapareciendo por el otro lado. Los trozelligoj estallaron en estruendosas risas al ver la inofensividad de la piedra que se hundía en el canal por el lado contrario.

— Fue un tiro de ensayo — dijo Jason tratando de quitar importancia a aquel fallo —. Un poco menos de elevación y haré caer una piedra como una bomba en el patio.

Repasó las válvulas y con evidente preocupación puso el brazo articulado en la posición horizontal, al mismo tiempo que ponía el pistón en posición de disparo. Con mucho cuidado Jason cerró la válvula y operó sobre la rueda de elevación. Pusieron la piedra nuevamente y disparó.

En esta ocasión los únicos que lanzaron gritos de júbilo fueron los trozelligoj, ya que la piedra tomó bastante altura y cayó casi en vertical hundiendo uno de los botes atacantes a menos de cincuenta metros de la barcaza.

— No tengo mucha confianza en tu máquina — dijo Hertug.

— Siempre hay problemas de campo de acción — respondió Jason entre dientes —. Ya verás el próximo disparo. Decidió abandonar todo intento de cálculo de trayectorias, ya que la máquina era mucho más poderosa de lo que había calculado. Maniobró con diligencia otra vez sobre la rueda de elevación, y levantó la parte posterior de la catapulta, hasta situarla de forma que la piedra tuviera que salir de la cazoleta casi paralela al agua.

— Este es el tiro de la verdad — anunció con mucha más convicción de la que en realidad sentía; cruzó uno sobre otro los dedos de la mano libre, y disparó. La piedra salió con un impulso terrible y fue a estrellarse contra la parte más alta del muro, debajo justo de las almenas. Esto hizo saltar en pedazos una gran parte del sitio donde se había producido el impacto, derribando al mismo tiempo a los soldados que se hallaban en aquel lugar. Ya no se oyeron más gritos de júbilo por parte de los trozelligoj.

— ¡Se retiran asustados! — gritó Hertug exultante ¡Al ataque!

— Todavía no — explicó Jason tranquilamente —. No hay que olvidar la verdadera misión de las armas que tienen que poner sitio a la fortaleza. Les tenemos que hacer tanto daño como podamos antes de atacar… lo cual nos será de gran utilidad después. — Dio media vuelta a la rueda de elevación y el siguiente proyectil hizo saltar otra parte del muro.

Cuando las piedras habían llevado a efecto una gran parte de sus funciones sobre el muro, y habían conseguido abrir grandes brechas en la cara principal del edificio,

Jason cambió de sistema.

— Poned un proyectil especial — ordenó —. Se trataba de unos fardos de tela, impregnados con aceite, que llevaban en su interior piedras y bien sujetas con cuerdas.

El mismo la prendió fuego, y no la disparó hasta que estuvo bien encendida. La gran velocidad del proyectil dejó una estela de humo en el aire y cuando cayó sobre el tejado del reducto enemigo, se mantuvo bien prendido.

— Vamos a lanzar unos cuantos más de éstos — dijo Jason, mostrándose contento y frotándose las manos.

La parte posterior del muro estaba agujereada por varios sitios, dos torres hablan caído y la mayor parte del techo estaba en llamas, antes de que los desesperados trozelligoj pudieran hacer nada por apagarlo. Jason había estado esperando este momento y se dio cuenta perfectamente cuando las puertas que se abrían al mar comenzaban a ponerse en movimiento.

— ¡Alto el fuego! — ordenó —, y estad bien atentos a la presión. Yo mismo me encargo de matar y despedazar a cualquiera de vosotros que sobreviva, si dejáis que estalle la caldera. — Saltó al bote que esperaba al lado de la barcaza —. ¡Hacia los barcos de guerra! — dijo, mientras el bote se ponía en movimiento y Hertug, viniendo tras él, gritaba:

— ¡Hertug es siempre el que dirige! — gritó, dándole un golpe sin querer a uno de los remeros, con la espada que blandía sin mucho acierto.

— Me parece muy bien — dijo Jason —, pero ten mucho cuidado en el sitio en que pones la espada, y esconde la cabeza cuando empiecen los disparos.