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Cuando Jason llegó al puente del Dreamnaught vio que los trozellinoj habían decidido hacerse a la mar y se dirigían directamente hacia ellos. Jason había oído escalofriantes descripciones de poderosas armas de destrucción y se alegró al ver que no se trataba más que de un barco de remos y desarmado, tal como esperaba.

— ¡Adelante a toda velocidad! — gritó a través de un altavoz.

Los barcos avanzaban uno hacia otro, de frente, a toda velocidad, y las flechas de los jetiloj se estrellaban contra la armadura del Dreamnaught y caían rebotadas al agua. Sin haber sufrido todavía ningún daño, las dos embarcaciones continuaban su loca carrera hacia una terrible colisión. Pero la vista a corta distancia de la envergadura del Dreamnaught debió asustar un tanto al capitán enemigo, dándose cuenta de que un choque a aquella velocidad no les beneficiaría en nada a ellos, por lo cual hizo cambiar rápidamente el rumbo. Jason hizo instantáneamente la maniobra necesaria para seguir al otro, y dirigió la quilla hacia el flanco de la nave enemiga.

— ¡Agarraos… vamos a chocar! — gritó en el momento en que la proa de dragón del otro barco pasaba cerca de ellos y sobre la cual se apercibían rostros expectantes llenos de horror. El terrible impacto que se produjo hizo saltar de los puestos que ocupaban a los hombres del Dreamnaught, en el mismo momento en que éste se detenía.

— ¡Marcha atrás a los motores para que podamos salir de aquí! — ordenó Jason.

Un soldado, que a causa de la fuerza del choque había caído desde el otro barco sobre la cubierta del Dreamnaught, había quedado medio inconsciente. Lanzando gritos de guerra, Hertug salió por la ventana del puente y atacó al soldado, dándole un golpe en el cuello y arrojándolo al agua. Después Hertug, entre gritos de dolor, chillidos y estertores de agonía de algunos soldados, corrió a ponerse a salvo en el puente, en el instante en que comenzaban a caer flechas sobre la nave.

Los propulsores rugían, puestos a toda velocidad, pero el Dreamnaught sólo vibraba y no se movía. Jason se hizo cargo de la maniobra y, poniendo el motor en posición de avance, aceleró, y después intentó avanzar de costado. El barco quedó libre y comenzó a moverse lentamente.

— ¿Viste cómo me deshice del insolente que se atrevió a atacarnos? — preguntó Hertug con inmensa e incontenible satisfacción.

— Nadie duda de tu fuerte brazo — respondió Jason —. ¿Y viste la brecha que abrí en la barcaza? ¡Ahhh! ¡La caldera! — añadió mientras hasta ellos llegaba un terrible zumbido desde la posición enemiga, seguida de una nube de vapor y humo, mientras la nave, partida por la mitad, se hundía lentamente.

— Tras los sobrevivientes — ordenó Hertug, pero Jason no le hizo caso.

— Hay agua abajo — dijo un hombre asomando la cabeza por una trampilla —. Sin duda cubre los pies.

— Alguna de las juntas que se ha abierto con el choque — le dijo Jason —. ¿Pues qué se pensaba? Por esta razón precisamente instalé las bombas achicadoras, y tenemos diez hombres esclavos extra a bordo. Ponerlos a trabajar.

— Hoy es un día de victoria — dijo Hertug contemplando su espada teñida de sangre —. ¡Qué arrepentidos deben estar esos cerdos de haber atacado nuestra fortaleza!

— Y aún se arrepentirán más a medida que pase el día — dijo Jason —. Ahora vamos hacia la última fase. ¿Estás seguro de que tus hombres saben perfectamente lo que hay que hacer?

— Yo mismo se los he dicho muchas veces, e incluso les he dado hojas impresas con las órdenes que tú preparaste. Todo está a punto para dar la señal. ¿La damos ya?

— Es demasiado pronto. Tú quédate aquí en el puente, con la mano sobre el silbato, mientras yo voy a hacer unos disparos más.

Jason se pasó a la barcaza y lanzó unas cuantas bombas incendiarias especiales sobre el tejado enemigo para mantener el fuego vivo. Después, colocó pesadas piedras sobre la catapulta y las lanzó contra la fortaleza, hasta conseguir que algunas de ellas alcanzaran la puerta que se abría al mar. Le bastaron cuatro disparos para dejarlas totalmente rotas. El camino estaba abierto. Jason hizo señas con las manos y saltó al bote. El silbato sonó tres veces y los impacientes perssonoj en sus naves se lanzaron al ataque.

Puesto que allí no se podía confiar a nadie un trabajo determinado, Jason no era solamente el comandante en jefe de los atacantes, sino también el capitán del barco, el artillero, el estratega y todo lo demás, y las piernas empezaban a cansársele de tanto correr arriba y abajo y de un sitio a otro. El subir al puente del Dreamnaught ya constituyó un esfuerzo. Una vez que los atacantes estuviesen en el reducto enemigo, podía empezar a descansar y dejar que los otros terminaran el trabajo con su característica sed de venganza. Él ya había hecho su parte: había debilitado las defensas enemigas y causado un gran número de destrozos. Ahora el grueso de las fuerzas se estrecharían en un combate mano a mano, abriendo el camino de la victoria.

Todas las naves estaban en movimiento. Algunas ya habían llegado a mitad de camino de las puertas del mar, y el Dreamnaught todavía no se había movido. En cuanto lo consiguió, lanzaron los motores a pleno desarrollo y en pocos minutos estuvo en cabeza de la formación. Cerca de las puertas, la noble guardia de Hertug marchaba en cabeza, y el resto de las naves, en formación desplegada.

Jason sacó el frasco de emergencia, del brebaje de destilación casera y engulló una buena dosis. Se sirvió un segundo vaso para saborearlo más tranquilamente, mientras desde el lugar privilegiado que ocupaba en el puente contemplaba la batalla.

Desde el primer momento en que las fuerzas se encontraron no había la menor duda de cuál sería el desenlace. Los defensores estaban abatidos, disminuidos en número, y desmoralizados. No podían hacer otra cosa que resignarse a la carga de los perssonoj. El patio quedó limpio en un momento, y la batalla comenzó a llegar al corazón de la guarnición: había llegado el momento de que Jason hiciera el resto.

Agotó el vaso, colgó un pequeño escudo de su brazo izquierdo, y en la otra mano blandió su estrella de la mañana, que había demostrado ser de efectos incuestionables. Estaba seguro de que Ijale tenía que estar allí, y tenía que encontrarla antes de que tuviera que sufrir mayores peligros. Se sentía en cierto modo responsable de la muchacha — ella estaría aún caminando a lo largo de las costas desérticas, con una tribu de nativos, si él no hubiera llegado allí —. Para bien, o para mal, ella estaba metida en aquel lío por su culpa, y tenía que sacaría de allí sana y salva. Saltó a tierra.

El fuego del techo parecía que se apagaba sin llegar a causar mayores daños a las piedras del edificio, pero aún humeaba y por todas partes se hacía difícil la respiración. En la entrada a la fortaleza no había más que muerte: cuerpos y sangre y unos cuantos heridos. Jason abrió de una patada una puerta y se internó en el reducto enemigo. Un último vestigio de lucha se desarrollaba en uno de los salones, pero Jason hizo caso omiso y se internó en lo que resultó las cocinas. Aquí y allí no había más que esclavos que se escondían debajo de las mesas y el jefe de cocina que le atacó con un cuchillo. Jason le desarmó de un golpe y le amenazó con promesas de una muerte horrible si no le decía dónde estaba Ijale. El cocinero habló de buen grado, sosteniendo su brazo herido, pero no sabía nada. Los esclavos no hacían más que temblar de miedo y estaban indefensos. Jason pasó entre ellos y salió de allí.

Entró en una habitación, atraído por los gritos y el ruido de las armas, hallando un lugar totalmente cubierto de hombres muertos y heridos, y donde el suelo se hacía resbaladizo con la sangre.

Toda una alineación de hombres armados y protegidos con escudos se desplegaba en la habitación, y detrás de ellos había un pequeño grupo de hombres más ricamente vestidos y enjoyados que indudablemente debían ser la noble familia de los trozelligoj. Se hallaban sobre el entarimado que en otras ocasiones sirviera para cobijar grandes festines, y desde el lugar que ocupaban veían perfectamente a los hombres que se batían abajo. Uno de ellos se apercibió de la presencia de Jason cuando entró y señaló hacia él con la espada, mientras hablaba rápidamente con los otros. Todos volcaron su atención en él, y el grupo se desplegó.