— Iba a matar al traidor — dijo Hertug —, pero después pensé en lo bonito que sería que tú mismo lo torturaras hasta que muriera. Te gustará, disfrutarás. El arco calorífico estará pronto a punto, y tú mismo puedes asarle, centímetro a centímetro, enviándole por delante como sacrificio a Elektron, y para que te allane y suavice el camino que tú debes recorrer.
— Es una gran consideración por tu parte — dijo Jason mirando con el rabillo del ojo a Mikah, que continuaba encogido en el suelo —. Encadenadlo a la pared y luego dejadnos solos, para que yo pueda pensar en la más ingeniosa y terrible de las torturas.
— Haré lo que me pides. Pero después me tienes que dejar presenciar la ceremonia. Siempre he tenido un gran interés en conocer nuevos métodos de tortura.
— Me lo creo, Hertug.
Se fueron y Jason vio a Ijale que se acercaba a Mikah con un cuchillo de cocina.
— No hagas eso — le dijo Jason —. Eso no es bueno.
— No, no es bueno.
Ella, obediente, dejó el cuchillo y cogió una esponja para limpiar el rostro de Jason. Mikah levantó la cabeza y miró a Jason. Mostraba diversas heridas en el rostro, y un ojo lo tenía completamente tapado.
— Me querrás decir — preguntó Jason — ¿qué demonios te proponías traicionándonos e intentando que yo fuera capturado por los trozelligoj?
— Aunque me tortures mis labios permanecerán eternamente cerrados.
— No seas más idiota que de costumbre. Nadie te va a torturar. Lo único que me pregunto es qué mosca te picó en esa ocasión.
— Hice lo que creí más conveniente — respondió Mikah, poniéndose en pie.
— Siempre haces lo que crees más conveniente, sólo que siempre te equivocas. ¿No te gustaba la forma en que yo te trataba?
— No había nada personal en lo que hice.
— Pues yo creo que lo hiciste por la recompensa y por un nuevo trabajo, ya que estabas irritado conmigo — puntualizó Jason conociendo el punto débil de Mikah.
— ¡Nunca! Si quieres saberlo… lo hice para evitar la guerra…
— ¿Qué quieres decir con eso?
Mikah daba una impresión omnipotente y judicial a pesar de su ojo hinchado. Las cadenas dejaron oír sus chasquidos en el momento en que señalaba con dedo acusador a Jason.
— Un tanto ahogado en alcohol, un día me confesaste tus delitos y me hablaste de tus planes de sembrar una guerra mortal entre estas gentes inocentes, haciendo que la muerte y el despotismo cayeran sobre sus cuellos. Yo me di cuenta de lo que tenía que hacer. Tenía que detenerte. Me mordí los labios para que continuaran callados, y de ese modo no llegaran a decir ni una palabra que revelara mis pensamientos porque yo conocía el medio de evitar todo aquello.
«En cierta ocasión — continuó — se me había acercado un hombre a sueldo de los trozelligo, un clan de honestos labradores y mecánicos, que me aseguró que había quien deseaba hacerse con sus servicios, liberándolo de los perssonoj. En aquella ocasión no le respondí porque cualquier plan para librarnos de estas gentes llevaría consigo violencias y pérdidas de vidas, y por tanto no pude considerar tal proposición aun a precio de que negarme era tanto como continuar entre cadenas. Entonces, cuando me di cuenta de tus intenciones sedientas de sangre, examiné mi conciencia y comprendí lo que tenía que hacer. Saldríamos de aquí, raptados por los trozelligoj, quienes prometieron no hacerte ningún daño, aunque serías guardado como prisionero. La guerra se habría evitado.
— Eres un imbécil — dijo Jason.
— No me importa la opinión que tengas de mí. Volvería a hacer lo mismo si tuviera la ocasión.
— ¿Aun a pesar de saber que las gentes a las que querías venderme no eran mejores que éstas? ¿No evitaste tú mismo que uno de ellos matara a Ijale durante la lucha? Creo que debería darte las gracias por eso, aunque en realidad fuiste tú quien la metió allí.
— No necesito tu agradecimiento. Era la pasión del momento lo que les hizo lanzarse sobre ella. No les podemos culpar de ello.
— De cualquier modo, no importa. La guerra ha terminado; ellos perdieron y mis planes para conseguir una revolución industrial se llevarán a efecto, aun sin mi atención personal. Lo único que has conseguido con todo esto ha sido matarme… lo que considero muy difícil de olvidar.
— ¿Qué tontería…?
— ¡Tontería, especie de idiota sin cerebro! — dijo Jason apoyándose en un brazo, pero volviendo a caer, a causa del dolor que el movimiento le produjo. ¿Te crees que estoy aquí porque estoy cansado? Vuestro rapto e intrigas me metieron en la lucha más de lo que pretendía, y con ello fui a dar con una espada, larga, aguda y poco recomendable. Me derrumbó como a un cerdo.
— No comprendo lo que estás diciendo.
— No me extraña. Me atravesaron de parte a parte, de abdomen a la espalda. Mis conocimientos de la anatomía no son tan buenos como quizá debieran, pero creo que ningún órgano de vital importancia recibió el menor daño. Si me hubieran dañado el hígado o cualquier otra vesícula, no estaría hablando contigo ahora. Pero no veo la manera de hacer un agujero a través de un abdomen sin perforar algún intestino. Y en tal caso, si no has leído el libro de primeros auxilios, lo que ocurre después es una infección, sin conocimientos médicos de este planeta, es cien por cien fatal.
Esto hizo callar a Mikah, pero Jason no aprovechó esta circunstancia para seguir hablando, y cerró los ojos para descansar un poco. Cuando los volvió a abrir era de noche, y descansó y abrió los ojos varias veces hasta el amanecer. En aquel momento tuvo que despertar a Ijale para que le trajera la caja con raíces de bede. Ella le limpió la frente, Jason observó la expresión de su rostro.
— No es que haga más frío aquí — le dijo —. Soy yo. Te hirieron por mi culpa — dijo Ijale empezando a gimotear.
— Tonterías — le dijo Jason —. No importa de la forma que muera, siempre hubiera sido un suicidio. Yo mismo lo había predicho hace mucho tiempo. En el planeta en que nací no había más que días llenos de sol, paz interminable y larga vida. Decidí abandonarlo, prefiriendo una vida corta, pero rebosante de acción, que una larga y vacía. Bueno, dame un poco más de esas raíces porque me gusta olvidar mis problemas.
La droga era fuerte, y la infección muy extendida. Jason se sumió en la rojiza niebla que le proporcionaba el bede y cuando volvió en sí se dio cuenta de que nada había cambiado. Ijale continuaba allí, junto a él, y Mikah en el otro extremo de la habitación cargado de cadenas. Se preguntó qué les ocurriría a ellos cuando él muriera, y el solo hecho de pensarlo le estremeció.
Fue durante uno de esos momentos de negros presagios que oyó un ruido, un murmullo creciente que traía el aire. Haciendo un acopio desmedido de fuerzas, se apoyó sobre los codos y gritó.
— ¡Ijale! ¿Dónde estás? ¡Ven aquí inmediatamente!
Ella llegó corriendo desde la habitación de enfrente y él se percataba de los gritos en el exterior, de las voces en el canal y en el patio central. ¿Había oído bien? ¿Sería una alucinación de su estado enfebrecido? Ijale estaba tratando de acostarle de nuevo, pero él se resistía y llamo a Mikah.
— ¿Oíste algo? ¿Lo has oído?
— Estaba dormido… creo que oí…
— ¿Qué?
— Un murmullo, un zumbido… me despertó. Parecía como si… pero es imposible…
— ¿Imposible? ¿Por qué imposible? Era un motor a propulsión, ¿no es cierto? Aquí, en este primitivo planeta.
— Pero aquí no hay cohetes espaciales.
— Pero ahora si que los hay, idiota. ¿Para qué crees que construí mi emisora de largo alcance de plegarias?
«Ijale — urgió a la muchacha, buscando debajo de la almohada —. Toma este dinero, todo, y baja al templo de Elektro y dáselo a los sacerdotes. No dejes que nadie te detenga, pues es la cosa más importante que hayas hecho en tu vida. Probablemente han dejado todos de hacer funcionar el aparato y han salido todos al exterior a contemplar el extraño fenómeno. Esa nave nunca descubrirá el lugar exacto sin alguien que la guíe, y si se posa en algún lugar distinto de Appsala quizá se vea metida en problemas. Diles que la hagan funcionar y que no dejen un solo momento de hacerlo, porque una nave de los dioses viene hacia aquí, y necesita la ayuda de todas las plegarias.