Ijale salió corriendo y Jason se recostó nuevamente, con la respiración alterada. ¿Habría en los alrededores alguna nave espacial que se había percatado de sus SOS? ¿Habría a bordo algún médico o algún sistema que detuviera su avanzado estado de infección? Tenía que haberlo, todas las naves espaciales estaban dotadas de un modo u otro de alguna previsión médica. Por primera vez desde que había sido herido se permitió pensar que había alguna oportunidad de sobrevivir, quitándose con ello un gran peso de encima. Hasta llegó a sonreír a Mikah.
— Tengo el presentimiento, viejo Mikah, de que ya nos hemos comido el último krenoj. ¿Crees que podremos soportarlo?
— Me veré obligado a hacerme cargo de ti — dijo Mikah con gravedad —. Tus delitos son demasiado serios; no puedo obrar de otro modo. Me veré obligado a decirle al capitán que notifique a la policía…
— ¿Qué me impide ahora mismo matarte para que dejes de meterte conmigo?
— No creo que lo hagas. Al fin y al cabo debo reconocer que posees un cierto sentido del honor.
— ¡Un cierto sentido del honor! ¡Palabra de oración para ti! ¿Es posible que baya un tanto de luz y de inteligencia en tu mente?
Antes de que Mikah pudiera responder se volvió a oír el runruneo de los motores que se acercaban y que no moría al alejarse el aparato como había ocurrido antes, sino que iba aumentando hasta el extremo de hacerse ensordecedor.
— Cohetes — gritó Jason —. Es una nave espacial atraída por mi aparato de radio.
En aquel momento Ijale entraba corriendo en la habitación tratando de ocultarse bajo la cama de Jason.
— Los sacerdotes han huido — susurró —; todo el mundo está escondido. Una bestia enorme que respira fuego acaba de llegar para destruirnos a todos. — Su voz se convirtió de pronto en un grito y el ruido de los motores en el patio exterior dejó de oírse.
— Ha tomado tierra felizmente — suspiró Jason. Mientras señalaba los objetos que había sobre la mesa — Ijale. Tráemelos. Voy a escribir dame papel y un lápiz, una nota que quiero que lleves tú misma a la nave que acaba de llegar. — Ella se echó hacia atrás temblorosa —. No tienes que tener miedo, Ijale. No es más que un barco como los que tenemos aquí, sólo que en lugar de ir por el agua va por el aire. Esa nave lleva gente que no te hará ningún daño. Sal fuera y dales esta nota; luego tráelos aquí.
— Tengo miedo…
— Pues no lo debes tener; ningún mal te harán. La gente de esa nave me ayudará, y creo que me sanarán en seguida.
— Si es así, iré — se limitó a responder, sacando fuerzas de flaqueza y temblando todavía en el momento de salir por la puerta.
Jason la vio salir.
— Hay veces, Mikah — dijo — que si no te veo llego a sentirme orgulloso de la raza humana.
Pasaron los minutos, y Jason, sin darse cuenta, no hacía más que tirar de las sábanas, retorciéndolas entre sus dedos, pensando en lo que estaría ocurriendo en el exterior. Oyó de pronto un ruido de metales, seguido de una rápida serie de explosiones. ¿Estarían atacando aquellos locos la nave,? Lanzó unas imprecaciones y maldijo su propia debilidad al no poder ponerse en pie. Todo cuanto podía hacer era quedarse allí y esperar; entretanto su existencia dependía de otros.
Sonaron más explosiones — esta vez en el interior del edificio —, así como gritos y desgarradores chillidos. Se oyeron pasos en el pasillo, hasta que Ijale entró corriendo, y Meta, con el revólver humeante entre sus manos, entró tras ella.
— Hay mucha distancia desde aquí hasta Pyrrus — dijo Jason reposando los ojos sobre la turbada belleza de Meta —, pero no esperaba que apareciera otra persona por esa puerta…
— ¡Estás herido! — corrió hacia él, arrodillándose al lado de la cama, pero de tal forma que no perdía de vista la puerta de entrada. Cuando ella le tomó la mano sus ojos mostraron sorpresa y temor. No dijo nada, pero rápidamente sacó una caja que llevaba en el cinturón, le inyectó tres veces con una aguja hipodérmica en rápida sucesión.
Cuando terminó, el rostro de Meta estaba junto al suyo; ella se inclinó un poco y le besó en los labios, mientras una hebra de oro de su pelo descansaba sobre la mejilla de Jason. Era una mujer, pero una mujer Pyrrana, y le besaba con los ojos abiertos, y sin separarse de su posición disparó un tiro que deshizo un rincón del marco de la puerta e hizo retirar a los soldados que se habían acercado.
— No les dispares — dijo Jason cuando ella había dejado de besarle —. Mientras no se demuestre lo contrario son nuestros amigos.
— No míos. Tan pronto como salí de la nave me hicieron fuego con una especie de arma primitiva. Pero yo supe responder. Hasta llegaron a disparar contra la muchacha que trajo el mensaje. ¿Te encuentras mejor?
— Ni mejor ni peor. Un poco desmayado por los inyectables que me has puesto. Pero será mejor que nos vayamos a la nave. Veremos si puedo caminar.
Sacó las piernas de la cama, y en el momento de querer ponerse en pie perdió el conocimiento, cayendo de bruces sobre el suelo. Meta lo volvió a meter en la cama y le arregló las sábanas.
— Tienes que quedarte aquí hasta que te encuentres mejor. Estás demasiado enfermo para moverte ahora.
— Pero estaré mucho más enfermo si me quedo. Tan pronto como Hertug (que es el que manda aquí) se dé cuenta de que me quiero marchar, hará cuanto sea posible para retenerme aquí, sin importarle los hombres que pueda perder para conseguirlo. Tenemos que marchar antes de que ese corto de entendimiento llegue a esta conclusión.
Meta miró alrededor de la habitación y su mirada cayó sobre Ijale, que estaba a su vez mirándola, pero pasó sobre ella como si formara parte del mobiliario, para después detenerse en Mikah.
— ¿Es peligroso este bicho encadenado al muro? — preguntó.
— A veces si; tienes que vigilarlo con todo esmero; es el que se apoderó de mí en Pyrrus.
La mano de Meta voló hacia un bolsillo que tenía en el cinturón y sacó un revólver de repuesto.
— Aquí tienes un revólver… supongo que lo querrás matar tú mismo.
— Mira, Mikah — dijo Jason notando el peso familiar del arma sobre su mano —. Todo el mundo quiere que te mate. ¿Por qué querrá todo el mundo deshacerse de ti de esa manera?
— No tengo miedo a morir — respondió Mikah irguiendo la cabeza y echando hacia atrás los hombros pero sin llegar a alcanzar un aspecto impresionante a causa de su barba gris y las cadenas que llevaba.
— Pues tendrías que tenerlo — dijo Jason bajando el revólver —. Es sorprendente cómo un hombre, tan empeñado siempre en hacer las cosas mal y al revés haya podido vivir durante tanto tiempo.
Se volvió hacia Meta y añadió:
— Me he cansado de matar por ahora — le dijo. En este planeta no se puede hacer otra cosa. Además lo necesitamos para que me ayude a bajar las escaleras, puesto que no creo que pueda hacerlo por mí mismo, y estoy seguro de que es la mejor camilla que podamos encontrar por aquí.
Meta se volvió hacia Mikah, sacó el revólver y disparó. Mikah se encogió, se puso la mano delante de los ojos y después pareció sorprendido de hallarse aún con vida. Meta le acababa de dejar en libertad rompiendo las cadenas. Después se acercó despacio hacia él y dijo:
— Jason no quiere que le mate, pero no siempre hago lo que él me dice. Si quiere continuar viviendo hará lo que yo diga. Sacará el tablero de esa mesa para improvisar una camilla. Ayudará a llevar a Jason hasta la nave. Si nos causa el menor problema ya puede darse por muerto. ¿Comprendido?