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Mikah abrió la boca para protestar, o quizá para lanzar uno de sus discursos, pero algo en la fría apariencia de la muchacha le detuvo. Se limitó a asentir y fue hacia la mesa.

Ijale se hallaba al lado de la cama de Jason, estrechando su mano con fuerza. No había entendido ni una sola palabra del idioma que hablaban.

— ¿Qué es lo que ocurre, Jason? — susurró —. ¿Qué fue esa cosa brillante que mordió tu brazo? Esta nueva te besó, o sea que debe ser tu mujer, pero tú eres fuerte y puedes tener dos mujeres. No me dejes.

— ¿Quién es esa muchacha? — preguntó Meta fríamente.

— Una nativa. Una esclava que me ayudó — dijo Jason con una indiferencia que no sentía —. Si la dejamos aquí, probablemente la matarán. Vendrá con nosotros…

— No creo que sea aconsejable. — Los ojos de Meta eran refulgentes en aquel momento. Una mujer Pyrrana enamorada era siempre una mujer… y una Pyrrana, lo que resultaba ser una combinación peligrosa. Afortunadamente un ruido en la puerta la distrajo y lanzó dos disparos en aquella dirección antes de que Jason pudiera detenerla.

— Detente… es Hertug.

Una voz asustada habló desde fuera.

— No sabíamos que ella fuera tu amiga, Jason. Algunos soldados, demasiado fogosos, se apresuraron a disparar. Les he hecho castigar. Somos amigos, Jason. Dile a la de la nave que no siga disparando para que yo pueda entrar y pueda hablarte.

— No entiendo sus palabras — dijo Meta —, pero no me gusta su tono de voz.

— Tu instinto es correcto, cariño — le dijo Jason —. Aunque tuviera dos ojos, nariz y boca en la parte posterior de la cabeza no podría ser más falso y de doble intención.

Jason se movió y se dio cuenta de que sentía mareos a causa sin duda de las drogas que había en su cuerpo. El pensar con naturalidad le suponía un esfuerzo, pero era un esfuerzo que tenía que hacer. Aún no habían terminado los problemas, y aunque Meta era muy diestra con las armas, era imposible que pudiera hacer frente a todo un ejército. Y eso es lo que estaba llamado a ocurrirles si él no prestaba esmerada atención a los futuros acontecimientos.

— Pasa, Hertug — llamó —. Nadie te causará el menor daño… a veces ocurren estos errores. — Y luego le dijo a Meta —: No dispares, pero tampoco te muestres demasiado confiada. Trataré de hablar y conseguir que no haya jaleo, pero no puedo garantizarlo, así que estate presta para cualquier cosa.

Hertug apareció en la puerta, miró en la habitación y desapareció de nuevo. Al fin consiguió dominar los nervios y entró con desconfianza.

— Es un arma muy bonita la que tiene tu amigo, Jason. — Quedó sorprendido al ver el uniforme y el pelo de Meta, y continuó —: Bueno, tu amiga. Dile que le cambiamos algunos esclavos por un arma como esa. Cinco esclavos no es mal negocio.

— Digamos siete.

— De acuerdo. Cógelos.

— Pero no te dará ésa; ha pertenecido a su familia durante muchos años y no podría soportar el tenerse que separar de ella. Pero hay otra en la nave que llegó… y podría ir a buscarla.

Mikah había terminado de descoyuntar la mesa y colocó el tablero al lado de la cama de Jason; después, entre él y Meta, lo colocaron encima. Hertug se limpió la nariz con el dorso de la mano y sus ojos se apercibieron de todo.

— En el barco hay cosas que harán mucho bien — dijo mostrando más inteligencia de la que Jason le había concedido —, ¡No morirás y escaparás en la nave del cielo!

Jason se retorció en la camilla, haciendo gestos de agonía.

— ¡Me estoy muriendo, Hertug! Se llevan mis cenizas a la nave para hacer un funeral del espacio y luego esparcirlas por las estrellas…

Hertug se fue hacia la puerta, pero Meta le dio alcance al instante, retorciéndole el brazo y poniéndoselo en la espalda hasta hacerle chillar de dolor. Después le hundió el revólver en los riñones.

— ¿Cuáles son tus planes, Jason? — preguntó tranquilamente.

— Mikah llevará la parte de delante de la camilla, y Hertug e Ijale irán detrás. Tenle a raya con tu revólver, y con un poco de suerte saldremos de aquí con la piel entera.

Salieron despacio y con mucho ruido. Los perssonoj, sin alguien que les mandara, no sabían qué decisión tomar; los gritos de dolor de Hertug no hacían más que amedrentarles, así como los disparos de Jason, que hicieron saltar en pedazos algunas ventanas. Llegaron por fin hasta la nave sin dificultades.

— Ahora viene la parte más difícil — dijo Jason, pasando un brazo por encima de los hombros de Ijale y dejando descansar la mayor parte del peso sobre el cuello de Mikah, bien sujeto con la otra mano. No podía caminar, pero consiguieron ponerlo a bordo —. No te muevas de la puerta, Meta, y no descuides ni un momento a este viejo búho. Estate a la expectativa de cualquier cosa, pues en estas latitudes la lealtad no existe, y si tienen que matar a Hertug para apoderarse de ti no lo dudarán ni un solo instante.

— Es lógico — accedió Meta —. Después de todo, es la guerra.

— Sí, creo que un Pyrrana lo miraría de ese modo. Estate preparada. Pondré en marcha los motores, y cuando estemos dispuestos para despegar haré sonar la sirena. Entonces dejas a Hertug, cierras la puerta y vienes hacia los mandos a la mayor velocidad posible… no creo que yo pudiera encargarme de un despegue, ¿comprendido?

— Perfectamente. Adelante… estamos perdiendo el tiempo.

Jason se dejó caer en el sillón del copiloto y accionó sobre los mandos de demarrage a la mayor velocidad. Iba a accionar el botón de la sirena cuando de pronto se oyó un estruendo terrible que hizo estremecer la nave, y durante un segundo crucial pareció que la nave iba a derrumbarse. Se reincorporó y puso en funcionamiento la alarma. Antes de que dejara de silbar, Meta ocupaba el sitio del piloto y la pequeña nave tornaba el camino del espacio.

— Están más adelantados de lo que yo creía en este mundo primitivo — dijo tan pronto como pudo dominar los efectos de la aceleración —. Había una máquina grande, horrible, en uno de los edificios, que de repente empezó a echar humo, y nos lanzó una piedra que casi se nos lleva una de las aletas. Yo disparé, pero ese a quien tú llamabas Hertug escapó.

— En algunos aspectos están muy avanzados — dijo Jason, sintiéndose demasiado débil para admitir que casi hablan sucumbido a causa de su propio invento.

Capítulo XVII

Con Meta pilotando con gran habilidad se adentraron en la atmósfera que conduciría al espacio Pyrrano.

Cuando despertó, una gran parte del dolor y del malestar hablan desaparecido, así como la fiebre; y aunque se hallaba extraordinariamente débil logró avanzar por el pasillo y acercarse a la sala de mandos. Meta estaba comprobando el rumbo con un computador.

— ¡Comida! — gritó Jason, carraspeando —. Mis tejidos están exhaustos y necesitan reponerse. Me muero de hambre.

Meta, sin responder ni una palabra, le dio un tubo, haciéndolo de tal manera que él comprendió, sin dejar lugar a dudas, que estaba molesta por algo. En el mismo momento en que se ponía el tubo en la boca, vio a Ijale, encogida en el otro extremo del compartimiento.

— ¡Cielos, qué bueno está esto! — exclamó Jason con falsa jovialidad —. ¿Pilotas la nave tú sola, Meta?

— Pues claro que estoy sola — lo dijo de tal manera que parecía más bien haber dicho: ¿Eres tonto? — . Me dieron permiso para que me llevara la nave, pero no podían disponer de nadie que viniera conmigo.

— ¿Y cómo hiciste para encontrarme? — le preguntó, tratando de descubrir la razón por la que estaba de ese humor.