— ¡No prueba nada de nada! — manifestó Jason con énfasis —. No hace más que un juego de palabras. Coge una, le da un valor abstracto e irreal, y luego demuestra ese valor relacionándolo con otras palabras de idénticos antecedentes confusos. Sus verdades no son verdades. Son simplemente sonidos sin significación. Este es punto clave, y en el que precisamente defieren su universo y el mío. Usted vive en ese mundo de hechos, de verdades sin significado, que carecen de existencia. El mío, mi mundo, se compone de hechos, de verdades que se pueden sopesar, probar, y que están relacionados con otros hechos de una forma lógica. Mis verdades son inamovibles e indiscutibles.
— Demuéstrame una de sus inamovibles verdades Existen. — Propuso Mikah con la voz más tranquila en estos momentos que la de Jason.
— Ahí — dijo Jason —. Ese libro grande y verde que hay sobre el aparador. Ese libro contiene verdades que no le quedará más remedio que aceptar incuestionablemente… Me comeré cada una de sus páginas si no lo reconoce así. Tráigamelo.
A juzgar por el tono de voz parecía enfadado, totalmente convencido de la realidad de sus palabras, y Mikah cayó en la trampa. Le tendió el volumen a Jason, teniendo que recurrir para ello a sus dos manos, a causa de su espesor, sus perfiles metálicos y el gran peso.
— Escúcheme atentamente y trate de comprender, aunque reconozco que le será un poco difícil — comenzó a demostrar Jason abriendo el libro. Mikah sonrió con mal disimulada suficiencia ante la ignorancia de su detenido —. Esta es una efemérides estelar, tan ligada a los hechos, como un huevo a la carne que reboza. En cierto modo es una historia de la raza humana. Mire hacia la pantalla del tablero de mandos y comprobará lo que quiero decir. ¿Ve la línea horizontal verde? Pues bien, ésa es nuestra ruta.
— Dada la rara circunstancia de que esta es mi nave, y que yo soy el que la pilota, eso ya lo sabía — respondió irónico Mikah —. Continúe con su prueba.
— Sígame bien — continuó Jason —. Intentaré hacerlo lo más simple posible. Ahora, el puntillo rojo que hay en la línea verde, indica la posición de nuestra nave. El número que hay encima de la pantalla es nuestro próximo punto de navegación, y que es el lugar exacto donde el campo gravitatorio de una estrella es lo suficientemente fuerte como para poder ser detectado en un vuelo espacial. El número es el que se le ha dado a la estrella en la lista del código estelar. BD89-046-229. Ahora lo busco en el libro — pasó rápidamente las páginas — y miro en la lista. No tiene nombre. Un error en la codificación de símbolos. Esos pequeños significan que hay un planeta o planetas que reúnen las condiciones necesarias como para que el hombre pueda vivir en ellos. Lo cual no quiere decir que no haya gente allí.
— ¿Y qué quiere demostrar con todo esto? — preguntó Mikah.
— Paciencia…, paciencia… ya lo verá dentro de un momento. Ahora mire a la pantalla. El punto verde que se aproxima a la línea de ruta es el PMP (Punto Máximo de Proximidad). Cuando el puntito verde y el rojo coincidan…
— Deme ese libro — ordenó Mikah, avanzando con resolución hacia él, seguro de que algo raro estaba ocurriendo. Pero llegó tarde por unos instantes.
— ¡Aquí tiene su prueba! — dijo Jason lanzando el pesado libro contra la pantalla, con todos los extrasensibles circuitos tras ella. Y antes de que el primer libro cayera rebotado sobre los mandos, ya estaba el segundo en el aire.
El ruido que produjeron fue considerable, y el chisporroteo que se formó a la ruptura de circuitos, originó una policromía de colores.
En el suelo se observó un tremendo y súbito viraje, al quedar abiertos los relais, dejando caer a la nave en el espacio normal.
Mikah lanzó un grito de dolor al quedar tendido en el suelo como consecuencia de la brusca transición. Atado a la silla, Jason luchaba desesperadamente contra las náuseas que invadían su estómago, y la nebulosa que a causa del mareo tenía ante sus ojos.
Mientras Mikah se debatía por ponerse en pie, Jason ponía todo su empeño en hacer diana con los platos y la bandeja entre las ruinas de los computadores y mandos de la nave.
— Aquí tiene su hecho, su realidad — dijo con irreprimible voz de triunfo —. Un hecho incontrovertible. ¡Ya no vamos a Cassylia!
Capítulo III
— Por su culpa nos vamos a matar los dos — dijo Mikah con el rostro lívido, pero sin alterar el tono de voz.
— Aún no — respondió Jason más optimista —. Lo que sí he dejado fuera de combate son los mandos para que no podamos ir a ninguna otra estrella. Pero aún no se ha demostrado que no podamos tomar tierra en uno de los planetas. Usted mismo vio, que hay uno cuando menos que es susceptible de darnos cobijo.
— Exactamente. Y en él arreglaré los desperfectos habidos y podremos continuar viaje a Cassylia, con lo cual usted no habrá ganado nada.
— Quizá — respondió Jason.
Su voz no expresó el más leve convencimiento de que se llegaran a cumplir los designios de su apresor, ya que no tenía ni más ligera intención de continuar el viaje, pensara lo que pensara Mikah al respecto.
— Ponga su mano sobre la silla — ordenó Mikah.
La argolla sobre el brazo derecho volvió a impedirle todo movimiento.
Mikah se tambaleó al producirse un cambio brusco de dirección en la nave.
— ¿Qué ha sido? — preguntó.
— El control de emergencia. El computador de la nave ha acusado la sensación de que algo drástico está ocurriendo. Quizá podríamos controlar el vuelo con los mandos manuales, pero ya no importa. La nave por sí sola puede llegar a mejores resultados que nosotros mismos. Encontrará el planeta que estamos ansiando, y lo conseguirá con las mayores economías de tiempo y carburante. Cuando entremos en la atmósfera sí que habrá llegado el momento de que se ocupe por usted mismo de encontrar un lugar donde poder apostamos.
— No me creo ni una palabra de lo que está diciendo — respondió Mikah —. Voy a hacerme cargo de los mandos ahora mismo y lanzar un S.O.S. de emergencia. Alguien lo recibirá.
En el momento en que se disponía a llevar a la práctica su decisión, la nave dio un nuevo giro brusco, y todas las luces se apagaron. En la oscuridad, se podían apreciar los chisporroteos y tenues llamas en el interior de los mandos. La presencia de suave espuma les hizo desaparecer, y al cabo de unos momentos el circuito de luz de emergencia entró en funcionamiento, proporcionando un débil resplandor.
— No tenía que haber arrojado el libro de Lull — dijo Jason —. A la nave le ocurrió igual que a mí: que no pudimos digerirlo.
— Es usted irreverente y profano — dijo Mikah entre dientes mientras se acercaba a los mandos —. Quiso matamos a los dos. No tiene respeto ni para su propia vida ni para la mía. Es usted un hombre que merece el peor de los castigos que hayan dictado las leyes.
— Soy un jugador, eso es — rió Jason — y no tan malo como usted quiere significar. Me arriesgo, sí, pero sólo cuando creo que es el momento oportuno. Usted me llevaba a una muerte segura. Y lo peor que me podía ocurrir al estropear los mandos era llegar al mismo resultado. De modo que preferí arriesgarme. Naturalmente las posibilidades de riesgo para usted eran, y lo son, mucho mayores para usted, pero ahora me doy cuenta de que no tomé en consideración ese detalle. Bueno, después de todo, este asunto no fue más que idea suya, por tanto, no le queda más remedio que hacerse responsable de las consecuencias de sus propios actos, y no reprocharme nada a mí por ello.
— Tiene usted razón — repuso Mikah tranquilamente —. Tenía que haber sido más precavido. Y ahora. ¿quiere decirme qué tengo que hacer para salvar nuestras vidas? No funciona ningún mando.
— ¡Ninguno! ¿Ya ha probado el de emergencia? El botón rojo que hay en el cuadro de seguridad.