— ¿K’e vi stas el…? — dijo el extraño ser. Por vez primera Jason llegó a la conclusión de que era un ser humano. El significado de la pregunta que le acababan de formular llegó, no obstante a ser captado por su exhausto cerebro; se percató de que casi lo había comprendido, aunque en realidad nunca había oído antes tal idioma. Intentó responder, pero de su garganta no salieron más que balbuceos casi incoherentes.
— Ven k’n torcoj…! r’pidu!
Nuevas luces aparecieron de entre la oscuridad, acompañadas de ruido de pasos. Al acercarse, Jason vio con más nitidez al hombre que tenía ante él, y pudo comprender la razón por la que le había confundido con un ser inhumano. Todos sus miembros estaban completamente envueltos en trozos de pieles curtidas, y tanto el pecho como el resto del cuerpo, estaban protegidos con pieles enteras, en las que se apreciaban dibujos de color rojo sanguinolento. En la cabeza llevaba el caparazón de algún animal monstruoso, que por la parte de delante terminaba en espiral; dos agujeros taladrados expresamente facilitaban la visión de aquel ser indescriptible. Tenía unos dientes grandes, largos como dedos, que habían sido colocados en la parte inferior del caparazón, lo cual acrecentaba su escalofriante apariencia. Lo único que había de humano en el aspecto exterior de aquel ser era la apestosa barba que asomaba por debajo del caparazón y los dientes. Había otros muchos detalles que Jason asimiló rápidamente. Tantas y tantas sensaciones físicas y psíquicas, le tenían a punto de desfallecer.
Una orden dada con voz muy gutural, detuvo a los porteadores de antorchas a unos cinco metros del lugar donde yacía Jason. No llegaba a comprender la razón por la que no se permitía a aquellos hombres armados acercarse más a ellos, sobre todo teniendo en cuenta que la luz de las antorchas apenas les alumbraba; todo, absolutamente todo, en aquel planeta parecía inexplicable.
Pero Jason, debió perder el conocimiento durante unos segundos al menos, pues cuando volvió a mirar a la antorcha estaba clavada en la arena, a su lado, mientras que el hombre le había quitado una de las botas, y estaban haciendo lo propio con la otra. Jason se quiso debatir febrilmente, pero todo fue inútil y no pudo impedir el robo de que era objeto. La sensación normal del transcurso del tiempo también parecía haberse alterado y aunque cada segundo en aquellos momentos parecía una hora: los acontecimientos se sucedían a una rapidez vertiginosa. Había sido desprovisto de las botas, y el hombre manoseaba las ropas de Jason deteniéndose a cada instante para mirar a los portadores de antorchas.
Los aparatos magnéticos eran extraños para aquel ser, y al encontrar la brújula de Jason, clavó indeciso los dientes en ella, queriendo abrirla o romper la resistente cobertura metálica. Estaba montando en cólera al no conseguir sus propósitos, cuando incomprensiblemente apretó el botón que aseguraba la tapa exterior y apareció la brillante esfera ante sus ojos. No contento con ello, quiso continuar sus exploraciones hasta que llegó a romper el vidrio de protección. Todo aquello parecía agradarle sobremanera; pero cuando jugueteando con ella, la punta de la aguja se clavó en su mano, penetrando a través de los envoltorios que la cubrían, dio un grito horrible y arrojó con furia y rabia terribles, el aparato sobre la arena. La pérdida de aquel objeto, que en estas latitudes sería irreemplazable, y probablemente de gran utilidad, puso a Jason en acción, tratando de recuperarlo, se sentó, se arrastró hacia un lado y cuando ya tenía la brújula al alcance de su mano, perdió repentinamente el conocimiento.
Poco antes del amanecer, el dolor que sentía en la cabeza le hizo experimentar la agradable sensación de que aún vivía. Sobre él tenía unos cuantos harapos, que despedían un olor insoportable, pero que al menos retenían en cierto modo el calor de su cuerpo. Apartó la ropa que le cubría el rostro, y permaneció mirando a las estrellas, puntos fríos de luz, que parpadeaban en la frígida noche.
El aire era estimulante, y aspiró con fuerza repetidas veces. Tuvo la sensación de que le quemaba la garganta, pero al mismo tiempo le aclaraba los pensamientos. Hasta entonces no se dio cuenta de que su semiinconsciencia había sido causada por el golpe recibido en la cabeza al estrellarse la nave; fue explorando con los dedos su propia cabeza, para encontrarse una región tumefacta, hinchada y dolorida. Seguramente había sufrido una contusión cerebral, y ésta era la explicación de su anterior imposibilidad para moverse o pensar sin esfuerzo.
Se preguntaba qué le habría ocurrido a Mikah Samon después del terrible mazazo que había recibido en la cabeza. En caso de haber muerto habría sido un final inesperado para un hombre que había conseguido sobrevivir al choque de la nave contra las aguas del océano. No es que Jason tuviera un afecto especial por aquel hombre desnutrido, pero al fin y al cabo le debía la vida. Mikah le había salvado, para ser asesinado poco después.
A través de todos estos pensamientos, Jason llegó a la conclusión de que tenía que matar a aquel hombre tan pronto como se encontrara en las suficientes condiciones físicas para ello; al mismo tiempo, quedó no poco sorprendido de sus reflexiones al aceptar aquella sed de sangre a que le obligaba la lucha de una vida por otra. Al parecer, durante su larga estancia en Pyrrus, había perdido una buena parte de su aversión a matar, salvo en los casos de defensa propia, aunque a juzgar por lo que había visto hasta ahora, las costumbres pyrranas hubieran sido en esta ocasión de mayor utilidad. El cielo aparecía gris e incorporó la cabeza para contemplar el amanecer.
Quedó terriblemente sorprendido al encontrar a Mikah Samon acostado junto a él, asomando apenas la parte superior de la cabeza de entre las pieles que le cubrían. Tenía el pelo pegado y manchado de sangre negra, pero aún respiraba.
— Es más difícil matar a uno de lo que yo pensaba — murmuró Jason, incorporándose más todavía al apoyarse sobre un codo, y contemplando aquel mundo adonde les había llevado su propio sabotaje de la nave espacial.
Era un desierto horrendo, de cuerpos amontonados unos junto a otros, que le recordaba la imagen que tenía del final de la batalla del fin del mundo. Unos cuantos de ellos se estaban poniendo en pie, sujetando las pieles que les servían de abrigo alrededor de sus cuerpos que constituían los únicos signos de vida en aquella inmensidad arenosa. A un lado, una cadena de dunas, tapaba la vista del mar, aunque no le impedía oír el murmullo de las olas. En lo alto de las dunas apareció una figura que le era conocida, el hombre armado, haciendo algo extraño con lo que parecían ser trozos de cuerda; había un ruido metálico que de pronto se perdió en la distancia, dejando de oírse después. Mikah Samon se agitó y lanzó una especie de quejido.
— ¿Cómo te encuentras? — preguntó Jason —. Son los suyos, los dos ojos más preñados en sangre que haya visto en mi vida.
— ¿Dónde estoy…?
— ¡Esta sí que es una pregunta bien original! Pues, no, señor, no tengo ni idea de dónde estamos, pero si se encuentra en condiciones, puedo hacerle una breve sinopsis del modo como llegamos hasta aquí.
«Recuerdo que íbamos andando, pero algo horrible salió de entre la oscuridad, como un demonio del mismo infierno. Luchamos y…
«Le aporreó la cabeza. Un golpe rápido y seco, y ésa fue toda la lucha que hubo. Yo contemplé más detenidamente a su demonio, aunque no me hallaba en mejores condiciones para luchar contra él que usted. Es un hombre vestido con un inimaginable disfraz propio de una pesadilla, y que resulta ser el jefe de toda esta tribu de desarrapados que hay por aquí. Aparte de esto, son pocas las cosas que sé, excepto que me han robado las botas, y que las voy a recuperar aunque para ello lo tenga que matar.