— No codicie las cosas materiales — entonó Mikah con seriedad —, y no hable de matar a un hombre por bienes materiales. Es usted un demonio, Jason y…, ¡no llevo las botas! ¡Ni la ropa tampoco!
Mikah apartó con relativa energía las pieles que le servían de abrigo, al descubrir lo que ocurría.
— ¡Belial! — gritó —. ¡Asmodeus, Abaddon, Apollyon y Ball-zebub!
— Muy bonito — dijo Jason admirado —. No cabe la menor duda de que ha estudiado usted toda la demonología. ¿Estaba pasando lista o es que les pedía ayuda?
— ¡Silencio, blasfemo! ¡Me han robado! — Se puso en pie, y el viento, azotando el casi desnudo cuerpo, tiñó rápidamente su piel poco curtida de un débil tono azul —. Me voy ahora mismo al encuentro de la corrompida criatura que se atrevió a hacer tal cosa, y le voy a obligar a que me devuelva lo que es mío.
Mikah se dispuso a marchar, pero Jason se abalanzó sobre él y le hizo presa sobre un tobillo hasta que le derribó sobre el suelo. La caída le dejó a Mikah medio conmocionado a causa de su persistente debilidad, y Jason volvió a cubrir con las mugrientas pieles el huesudo cuerpo.
— ¡Estamos en paz! — dijo Jason —. La noche pasada me salvó usted la vida, y ahora le he salvado yo la suya. Está desarmado y herido, mientras que el hombre ese que está en la montaña es una especie de armario andante, y el que tiene la personalidad suficiente para vestir un disfraz de ese tipo, la tiene también para matar con la misma tranquilidad que se mondan los dientes. Así que serénese, y procure evitar problemas. Hay un medio para salir de este lío, siempre hay un medio para salirse de cualquier lío si se busca, y yo lo encontraré. De momento, voy a dar una vuelta por los alrededores y hacer algunas investigaciones. ¿De acuerdo?
La respuesta fue una especie de quejido, pues Mikah había perdido nuevamente el sentido, mientras sangre fresca volvía a manar de la herida.
Jason se puso en pie y envolvió su cuerpo entre los harapos para que le sirvieran de protección del viento, anudando los dos extremos. A continuación hurgó en el suelo levantando la arena, hasta que encontró una piedra que le cabía en la mano, y armado de ese modo comenzó a abrirse camino entre las revueltas siluetas de los que dormían.
Cuando volvió, Mikah había recobrado el conocimiento, y el sol ya había hecho un largo recorrido sobre el horizonte. Toda la gente estaba despierta, formando una mezcla desordenada de unos treinta hombres, mujeres y niños. Todos eran idénticos en suciedad dentro de aquellas pieles, y los pocos que se movían, lo hacían muy lentamente. Los demás permanecían impertérritos sentados en el suelo. No mostraban el menor interés por los dos extranjeros. Jason acercó a Mikah una taza de cuero, conteniendo un brebaje de color alquitranado.
— Bébase esto. Es agua. Lo único que parece que hay por aquí para beber. No encontré comida. — Conservaba la piedra en la mano, y mientras hablaba la frotaba sobre la arena. En uno de los lados se distinguía una mancha de color rojizo, muy seca, que conservaba unos cuantos pelos largos, pegados a ella.
— Eché un vistazo por los alrededores, y la verdad es que hay muy poco más de lo que se ve desde aquí. Ese grupo de individuos derrengados, con sus apestosas pieles, y unos cuantos de ellos que llevan agua en botellas de cuero. Están acostumbrados a recibir órdenes del «yo más fuerte», de modo que ordené más que supliqué un poco de agua. La comida vendrá después.
— Pero. ¿quiénes son? ¿qué es lo que hacen? — preguntó Mikah con voz incierta a causa del sufrimiento que le producía el efecto del golpe. Jason miré la parte contusionada y decidió no tocarla. La herida había sangrado libremente, y la sangre había coagulado. Lavarle con aquella agua no serviría de mucho, y por el contrario podría provocarle una infección que no haría más que sumarse a los otros problemas.
— De lo único que estoy seguro es de una cosa — dijo Jason —. De que son esclavos. No sé por qué están aquí ni lo que están haciendo ni adónde van, pero su estado está dolorosamente claro; e igual que el nuestro. El Viejo Asqueroso que está en la colina, es el jefe. Y los demás somos esclavos.
— ¡Esclavos! — exclamó Mikah horrorizado —. ¡Eso es abominable! ¡Los esclavos deben ser libertados!
— No idealice, por favor; olvide todo cuanto le han enseñado los libros y trate de ser realista… aunque le duela. Aquí no hay más que dos esclavos que necesitan ser puestos en libertad, y cuanto antes; y esos somos usted y yo. Estas gentes parece que se acomodan perfectamente a su statu quo, y no veo razón alguna para que cambien. No voy a emprender ninguna campaña abolicionista hasta que no vea despejado el camino para salir de este lío, y aun entonces, probablemente no me meteré en tales menesteres. Este planeta ha existido durante muchos tiempos, bajo tales condiciones de vida sin mi presencia, y continuará del mismo modo cuando yo me haya ido.
— ¡Cobarde! ¡Usted tiene, debe, luchar por la Verdad, y la Verdad es lo que le libertará!
— Ya tenemos las letras mayúsculas otra vez — murmuró Jason —. Lo único que me puede libertar soy yo. Quizá no sea muy poético, pero es la verdad. La situación aquí no es muy halagüeña, pero tampoco imposible de derrotar, de modo que escuche y aprenda. El jefe, cuyo nombre es Ch’aka, parece que ha salido a una especie de cacería; no sé de qué. No está muy lejos y volverá pronto, de manera que trataré de explicárselo todo con la máxima rapidez. Creí que había reconocido el idioma, y tenía razón. Es forma degenerada del esperanto, el idioma que hablan todos los mundos del Terido. Este lenguaje alterado, más el hecho de que estas gentes se hallen a un paso por encima de la Edad de Piedra, nos proporcionan la evidencia absoluta de que carecen y han carecido desde siempre de cualquier contacto con el resto de la galaxia, aunque preferiría que no fuese así. Puede haber alguna base comercial en algún punto del planeta, y si la hay ya la encontraremos más tarde. En estos momentos tenemos otras muchas cosas de qué ocuparnos, pero cuando menos sabemos hablar el idioma. Estas gentes han hecho una contracción de gran número de sonidos, y han perdido otros, e incluso han introducido una especie de detención silábica gutural, que dicho sea de paso, no necesita el lenguaje; pero con un poco de esfuerzo se puede llegar a un entendimiento del significado de las palabras.
— Pero yo no hablo esperanto.
— Pues apréndalo. Es muy fácil. Y ahora no me interrumpa y escúcheme. Estas criaturas nacieron y se han criado como esclavos, y es todo cuanto saben. Hay una pequeña lucha de niveles, en la que los más fuertes empujan al trabajo a los más débiles, cuando Ch’aka no mira, pero eso lo tengo resuelto. Nuestro mayor problema es Ch’aka, y tenemos que averiguar muchas cosas antes de que podamos salirle al paso. Él es el jefe, el guerrero, el padre, el proveedor, y el destino de este populacho, y a decir verdad, parece que conoce su trabajo. Así pues, trate de ser un buen esclavo durante un tiempo. No sé cuánto, pero el justo para poder resolver esta situación.
— ¿Esclavo yo? — inquirió Mikah tratando de reincorporarse. Jason le obligó a volver a su anterior posición, quizá con más ímpetu del necesario.
— ¡Sí! usted… y yo también. Es el único medio de que podamos sobrevivir a esta situación. Haga lo que hagan los demás; obedezca órdenes, y con ello mantendrá una oportunidad de permanecer en vida, hasta que podamos encontrar el medio de salir de aquí.
La respuesta de Mikah quedó ahogada por el murmullo que levantaron las gentes al ver venir a Ch’aka por las dunas. Los esclavos se pusieron en pie, y comenzaron a formar una alineación bastante espaciosa entre individuo e individuo.
Jason ayudó a Mikah a ponerse en pie, y envolverle con tiras de pieles los pies. Después, cargando prácticamente con todo su peso, ocuparon un lugar de la formación. Cuando todos estuvieron en su sitio, Ch’aka propinó una patada al más próximo, y todos empezaron a caminar muy despacio, mirando detenidamente hacia el suelo, como si buscaran algo. Jason no tenía idea del significado de aquel acto, pero mientras nadie se metiera con él ni con Mikah, lo demás era secundario: bastante trabajo tenía él con tener que llevar prácticamente arrastrado al hombre herido. Por fin Mikah consiguió reunir fuerzas suficientes como para ayudar a soportar su propio peso.