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—Buscar trabajo, supongo —dijo él. Miró otra vez a través de sus gafas, sujetándolas por una de las patillas.

—Yo voy a llevar anuncios al Light, y a comprar en el puesto de verduras de la calle. Luego voy a hacerme la comida y voy a comer sola.

Vergil la miró, confundido.

—¿Qué pasa? —preguntó ella. Se quitó las gafas.

—¿Por qué sola?

—Porque creo que estás empezando a darme por seguí No me gusta eso. Noto que me aceptas.

—¿Qué hay de malo en eso?

—Nada —dijo ella con paciencia. Se había vestido y peinado, y su largo cabello brillaba ahora sobre sus hombros—. Lo que pasa es que no quiero que esto pierda sal.

—¿Salsa?

—Mira, toda relación necesita un poco de marcha vez en cuando. Te estoy empezando a tomar por un perrito faldero disponible, y eso no es bueno.

—No —dijo Vergil. Parecía distraído.

—¿No has dormido esta noche? —preguntó.

—No —dijo Vergil con aire confuso—. No mucho.

—Así que, ¿qué más?

—Te veo muy bien —dijo él.

—¿Ves? Me das por segura.

—No, quiero decir… Sin mis gafas. Te estoy viendo perfectamente sin las gafas.

—Bueno, me alegro por ti —dijo Candice con despreocupación felina—. Te llamaré mañana. No te impacientes.

—Oh, no —dijo Vergil apretándose las sienes con los dedos.

Cerró la puerta suavemente tras de sí.

Vergil paseó la mirada por la habitación.

Todo estaba perfectamente enfocado. No había visto tan bien desde que el sarampión le había hecho perder la vista a la edad de siete años.

Sin duda, aquella era la primera mejora que no podía atribuir a Candice.

—Salsa —dijo, mirando por entre las cortinas.

6

Vergil se había pasado semanas, al parecer, en despachos así: paredes color tierra, escritorios de metal gris sobre los que había pulcros montones de papeles y archivadores, en los que un hombre o una mujer te pregunta educadamente por cuestiones psicológicas. Esta vez se trataba de una mujer, exuberante y bien vestida, con semblante amistoso y paciente. Ante ella, sobre la mesa, estaban su curriculum y los resultados de un test psicológico proyectivo. Hacía tiempo que había aprendido a rellenar esos tests: cuando te piden un dibujo, evitar pintar ojos u objetos de contorno nítido; dibujar cosas de comer o mujeres guapas; decir siempre tus objetivos en términos claros y prácticos, pero con un toque de exageración, de ambición; mostrar imaginación, pero no demasiada. La mujer movió la cabeza con aire de aprobación tras la lectura de los papeles, y le miró.

—Su curriculum es notable, señor Ulam.

—Vergil, por favor.

—Sus resultados académicos dejan un poco que desear, pero su experiencia profesional puede compensarlo con creces. Supongo que sabe qué preguntas vienen ahora.

Vergil abrió más los ojos, todo inocencia.

—Es usted un poco vago respecto a lo que puede hacer por nosotros, Vergil.

Me gustaría oír más respecto a cómo se insertaría en Codon Research.

Se miró el reloj subrepticiamente, no para ver la hora, sino la fecha. Dentro de una semana quedarían pocas o ninguna esperanza de recobrar sus linfocitos ampliados. Realmente, esta era su última oportunidad.

—Estoy cualificado para hacer cualquier clase de trabajo de laboratorio, investigación o fabricación. Codon Research lo ha hecho muy bien en productos farmacéuticos, y yo estoy interesado en eso, pero verdaderamente creo que puedo colaborar en cualquier programa de biochips que estén ustedes desarrollando.

La directora de personal le miró todavía más fijamente He dado en el blanco, pensó Vergil. Codon Research se va de dedicar a los biochips.

—No estamos trabajando en biochips, Vergil. Sin embargo, su curriculum en el campo farmacéutico es impresionante; me parece que usted sería tan valioso en una fabrica de cerveza como con nosotros —eso era una versión aguada de un viejo chiste de borrachos. Vergil sonrió.

—Hay un problema, sin embargo —continuó—. Su fidelidad es muy alta según una fuente, pero según Genetron su última empresa, está por los suelos.

—Ya le he explicado que hubo un choque de personalidades.

—Sí, y nosotros normalmente no le damos importancia a esos asuntos. Nuestra compañía es distinta a otras compañías, después de todo, y si el trabajo potencial un empleado es por lo demás bueno, y el de usted parece ser que lo es, pasamos por alto esos choques. Pero a veces yo tengo que trabajar por instinto, Vergil. Y a hay algo que no me suena bien del todo. Usted trabajó el programa de biochips de Genetron.

—Haciendo investigación adjunta.

—Sí. ¿Está usted ofreciéndonos la experiencia que adquirió en Genetron? — Eso era una manera de decir «¿V contarnos usted los secretos de su anterior empresa?» —Sí y no —dijo él—. Primero, yo no estaba en el centro del programa biochip.

Yo no estaba al tanto de secretos clave. Puedo, sin embargo, ofrecerles a ustedes los resultados de mi propia investigación. De modo técnicamente, sí, porque como Genetron tenía una cláusula de trabajo en alquiler, sí que voy a decirles algunos de secretos si me contratan. Pero sólo serán una parte del trabajo que hice allí.

Esperaba que ese tiro aterrizase en una zona intermedia. Había una mentira flagrante en eso, y es que él sí conocía virtualmente todo lo que había que saber sobre los biochips de Genetron. Pero había también una verdad, y es que creía que el concepto de biochips en su totalidad era obsoleto, sin perspectiva.

—Mm hmm —dejó de concentrarse en los papeles—. Voy a ser sincera con usted, Vergil. Quizá más sincera de lo que usted ha sido conmigo. Usted nos resultaría un poco azaroso, y quizá un pie quebrado, pero nos arriesgaríamos a darle el empleo… Si no fuera por una cosa. Soy amiga del señor Rothwild, de Genetron. Muy buena amiga. Y me ha pasado una información que habría sido, de otro modo, confidencial. No dijo nombres, y él no podía probablemente saber que yo le iba a tener a usted frente a mí, en esta mesa. Pero me dijo que alguien de Genetron se había saltado un montón de directrices del Instituto Nacional de la Salud y que había recombinado ADN de mamíferos. Tengo serias sospechas de que sea usted esa persona —sonrió agradablemente—. ¿Lo es usted?

Nadie más había sido despedido o licenciado en Genetron desde hacía un año.

Vergil asintió.

—Estaba muy disgustado. Dijo que era usted brillante, pero que resultaría problemático en cualquier compañía que le diera empleo. Y me dijo que le había amenazado con ponerle en la lista negra. Ahora, él y yo sabemos que esa amenaza no significa en realidad gran cosa, con las actuales leyes de trabajo y con las posibilidades para entablar litigios. Pero esta vez, por simple accidente, Codon Research sabe más sobre usted de lo que debería. Estoy siendo totalmente franca con usted, porque aquí no debe haber el menor malentendido.

Me negaré a decir cualquiera de estas cosas aunque me presionen. Mis auténticas razones para no contratarle me las da su perfil psicológico. Sus dibujos están demasiado espaciados, e indican una poco saludable predilección por el aislamiento personal —le devolvió sus informes—. ¿De acuerdo?

Vergil asintió. Cogió los informes y se levantó.

—Usted ni siquiera conoce a Rothwild —dijo—. Esto ya Tie ha pasado otras seis veces.

—Sí, bueno, señor Ulam, la nuestra es una industria novata, que apenas cuenta quince años. Las compañías todavía se apoyan unas a otras para ciertas cosas.

Competencia por fuera, y colaboración entre bastidores. Ha sido interesante hablar con usted, señor Ulam. Buenos días.