—¿Todavía con claustrofobia? —preguntó Edward.
—No tanto.
—El RNM es un poco peor.
—Sigue, Morgan.
La unidad RNM de barrido total era una caja imponente en forma de mastaba, cromada y de color azul, que ocupaba una habitación pequeña con escaso espacio para mover la mesa.
—No soy experto con esta, así que igual estamos un rato —dijo Edward, ayudando a Vergil a entrar por la cavidad.
—El alto precio de la medicina —murmuró Vergil, cerrando los ojos mientras Edward bajaba la compuerta de cristal. La masa magnética que rodeaba la cavidad hizo un ligero zumbido. Edward dio instrucciones a la máquina para que enviase sus datos a la pantalla central de la habitación de al lado, y ayudó a Vergil a colocarse.
—¿Arriba? —preguntó Edward.
—Courage —dijo Vergil, pronunciando la palabra como en francés.
En la habitación contigua, Edward dispuso una gran pantalla de VDT y ordenó la integración y el despliegue de datos. En la penumbra, la imagen empezó a fluir en formas reconocibles a los pocos segundos.
—Primero tu esqueleto —dijo Edward concentrándose en la imagen, que mostraba los órganos torácicos de Veil, su musculatura, y finalmente el sistema vascular y la piel.
—¿Cuánto tiempo hace del accidente? —preguntó Edward acercándose a la pantalla. A duras penas podía ocultar un cierto temblor en la voz.
—No he estado en ningún accidente —dijo Vergil.
—Jesús, ¿es que te pegan si dices los secretos?
—No me entiendes, Edward. Mira otra vez la pantalla. No se trata de ningún traumatismo.
—Mira, aquí hay una hinchazón —le indicó los tobillos— y tus costillas tienen un entrelazado zigzagueante demencial. Están obviamente rotas por algún sitio, y…
—Mira la columna vertebral —sugirió Vergil.
Edward dio lentamente la vuelta a la imagen en la pantalla.
Se acordaron de Buckminster Fuller inmediatamente. Era fantástico. La espina dorsal de Vergil era una jaula de huesos triangulares que se entramaban de un modo que Edward no podía ni seguir, y mucho menos comprender.
—¿Te importa si toco?
Vergil negó con la cabeza. Edward metió los dedos por la abertura de la tela y los deslizó a lo largo de la espalda de Vergil. Este levantó los brazos y miró al techo.
—No lo encuentro —dijo Edward—. Está todo en su sitio, y parece como flexible; cuanto más aprieto, más duro se pone.
Dio la vuelta hasta quedar frente a Vergil, con la mano en el mentón.
—No tienes ningún nodulo —dijo—. Hay unas pequeñas zonas pigmentadas, pero no protuberancias, de todos modos.
—¿Lo ves? —dijo Vergil—. Me estoy reconvirtiendo de dentro afuera.
—Tonterías —dijo Edward. Vergil pareció sorprenderse.
—No puedes negar lo que ven tus ojos —dijo con tone apagado—. No soy el mismo de hace cuatro meses.
—No sé de qué me hablas —Edward jugueteaba con las imágenes, haciéndolas girar, atravesando los distintos conjuntos de órganos y llevando la película de RNM adelan te y atrás.
—¿Has visto alguna vez una cosa como yo? Quiero decir, con mi nuevo diseño.
—No —dijo Edward en un tono neutro. Se alejó de la mesa y se quedó junto a la puerta cerrada, con las manos metidas en los bolsillos de la bata.
—¿Qué demonios has hecho?
Vergil se lo contó. La historia surgió en espirales cada vez más amplias con todo lujo de detalles, y Edward tuvo que arreglárselas por entre los circunloquios lo mejor que pudo.
—¿Cómo conviertes el ADN para reescribir memoria?
—Primero necesitas encontrar una tira de ADN vírico que codifique para girasas y topoisomerasas. Unes ese segmento al ADN en cuestión y se lo pones fácil para que disminuya el número de uniones, así sobrecargas negativamente la molécula.
Utilicé etidio en algunos experimentos al principio, pero…
—Más sencillo, por favor, tengo algo olvidada la biología molecular.
—Lo que hay que hacer es poner y quitar trozos del ADN incorporado y la retroalimentación enzimática hace todo lo demás. Cuando funciona la retroalimentación, la molécula se abre ella sola para la transcripción mucho más fácil y rápidamente. El programa será transferido a dos fragmentos de genes de ARN. Uno de los segmentos de ARN irá al decodificador (un ribosoma) para su traducción en proteína. Inicialmente el primer ARN llevará un simple código de puesta en marcha.
Edward, en pie junto a la puerta, escuchó durante media hora. Como Vergil no parecía disminuir la marcha y mucho menos irse a parar, Edward le cortó levantando una mano.
—¿Y con todo eso, crees que vas a parar a la inteligencia?
Vergil frunció el entrecejo.
—Todavía no estoy seguro. Empecé sencillamente por encontrar cada vez más fácil la réplica de los circuitos lógicos. Tiras enteras de genomas parecían abrirse al proceso por sí mismas. Incluso había partes que yo juraría que ya estaban codificadas para asignaciones lógicas específicas, pero entonces yo creí que no eran más que intrones, secuencias que no codificaban para las proteínas. Ya sabes, restos de transcripciones defectuosas aún no eliminadas por la evolución.
Te estoy hablando de células eucariotas. Las procariotas no tienen intrones. Pero he tenido mucho tiempo para empollar las ideas.
Dejó de hablar y sacudió la cabeza, mientras abría y cerraba las manos, entrelazando los dedos.
—¿Y?
—Es muy raro, Edward. Desde los primeros cursos en la facultad de medicina hemos estado oyendo hablar de los «genes independientes», y de que los individuos y las sociedades no tienen otra función que la de crear más genes. De los huevos salen pollos para hacer más huevos. Y la gente parecía creer que los intrones eran sólo genes sin más propósito que el de reproducirse a sí mismos en el medio celular. Todo el mundo daba por sentado que eran morralla, que no servían para nada. No tuve ninguna duda con mis eucariotas, al trabajar con intrones. Diablos, eran partes sobrantes, desiertos genéticos. Podía hacer las construcciones que quisiera.
Se detuvo de nuevo, pero Edward no dijo nada. Vergil levantó los ojos hacia él con la mirada húmeda.
—Yo no tuve la culpa. Estaba seducido.
—No te entiendo, Vergil —el tono de voz de Edward sonaba vidrioso, como si fuera a enfadarse. Estaba cansado, y se estaba empezando a acordar de la antigua despreocupación de Vergil hacia los demás; estaba exhausto, Vergil seguía largando sin decir nada que realmente tuviera sentido.
Vergil dio un puñetazo cotra el borde de la mesa.
—Me obligaron a hacerlo! ¡Los malditos genes!
—¿Por qué, Vergil?
—Para así no tener que depender más de nosotros. «eI gen más independiente.» Creo que todo este tiempo el ADN me ha estado llevando a hacer lo que he hecho. Ya sabes. Emergencia. Zafarrancho. Tentar a alguien, a cualquier a darles lo que ellos querían.
—Eso es tener narices, Vergil.
—Tú no trabajaste en esto, tú no sentiste lo que sentí. Para hacer lo que yo hice, habría hecho falta un equipo de investigación entero. Soy listo pero no tanto Simplemente, las cosas caían en el sitio apropiado. Era demasiado fácil.
Edward se frotó los ojos.
—Voy a sacarte un poco de sangre, y quisiera también heces y orina.
—¿Por qué?
—Para ver si descubro qué es lo que te pasa.
—Ya te lo he dicho.
—Eso es de locos.
—Edward, ya me has visto en la pantalla. No llevo gafas, no me duele la espalda, no he tenido ataques de alérgicos desde hace cuatro meses, y no he estado enfermo. Antes siempre contraía sinusitis por culpa de las alergias. Ni constipados, ni infecciones, nada. Nunca me he sentido mejor.