Edward sintió un nudo en la garganta.
—No te puedo ayudar —dijo—. No puedo hablar contigo, ni convencerte, ni ayudarte. Sigues tan terco como de costumbre. —Esto sonaba casi benigno; ¿cómo podía «terco» definir una actitud como la de Vergil? Intentó aclara sus palabras pero sólo consiguió tartamudear—. Tengo que irme —dijo finalmente—.
Aquí no puedo hacer nada por ti.
Vergil asintió.
—Supongo que no. Esto no va a ser fácil.
—No —dijo Edward tragando saliva. Vergil se adelanto como para poner sus manos en los hombros de Edward Este retrocedió instintivamente.
—Me gustaría que por lo menos me entendieras —dijo Vergil dejando caer los brazos—. Esto es lo más grande que he hecho en mi vida —su cara se torció en una muéca—. No estoy seguro de cuánto tiempo voy a poder seguir con esto, dándole la cara a esto, quiero decir. No sé si van a acabar conmigo o no. Creo que no. La tensión, Edward.
Edward fue hacia la puerta y puso su mano sobre e tirador. El rostro de Vergil, que antes surcaban arrugas de intensa preocupación, mostraba ahora de nuevo la extraña beatitud.
—Oye —dijo—. Escucha. Ellos…
Edward abrió la puerta y salió, cerrándola con fuerza tras de sí. Se dirigió deprisa hacia el ascensor y apretó e botón para bajar.
Se quedó en el vacío vestíbulo unos minutos, intentando recuperar el compás de su respiración. Echó una mirad a su reloj las nueve de la mañana.
¿A quién podría Vergil hacer caso?
Vergil había ido a ver a Bernard; tal vez Bernard fuese ahora el eje de rotación de toda la situación. Vergil había hablado como si Bernard estuviese no solamente convencido, sino muy interesado. La gente de la solvencia de Bernard no se dedicaba a engatusar a los Vergil Ulam del mundo a menos que pensara sacar algún provecho de ellos. Al pasar por la doble puerta de cristal, Edward ya había decidido la jugada.
Vergil estaba tendido en medio del cuarto de estar con los brazos y piernas en cruz, y se reía. Luego se calmó y se preguntó qué impresión habría causado en Edward y en Bernard al hablarles del asunto. No importaba, decidió. Nada tenía importancia salvo lo que estaba ocurriendo dentro, el universo interior.
—Siempre he sido un tío grande —murmuró Vergil.
Una totalidad.
—Sí, ahora soy una totalidad.
Explicar.
—¿El qué? ¿Qué hay que explicar?
Simplicidades.
—Sí, me imagino que cuesta despertarse. Bueno, os merecéis las dificultades.
El viejo ADN se despierta finalmente.
Hablado con otro.
—¿Qué?
PALABRAS que comunican con «compartir la estructura externa del cuerpo».
Son como totalidad DENTRO». «Totalidad» es como exterior.
—No entiendo, no habláis claro.
¿Cuánto duró el silencio interior? Era difícil medir el paso del tiempo; horas y días y minutos y segundos. Los noocitos se habían cargado el reloj de su cerebro.
¿Y qué más?
TU «interfase», «en pie ENTRE» EXTERNO e INTERNO. ¿Son lo mismo?
—¿El interior y el exterior? Oh, no.
Son EXTERIOR «compartir la estructura» del cuerpo por igual.
—Lo decíis por Edward, ¿no? Sí, claro… Compartir la estructura del cuerpo por igual.
EDWARD y otra estructura INTERNA similar/ igual.
—Sí, él es igual, pero no os tiene a vosotros. Sólo… sí ¿y está ella mejor ahora?
Anoche no se encontraba bien No hubo respuesta a esta pregunta.
Pregunta.
—El no os tiene. Ni nadie más. ¿Está bien ella? Somo: los únicos. Yo os hice.
Nadie más que nosotros dos os tiene.
Un denso y profundo silencio.
Edward condujo hacia el Museo de Arte Moderno de La Jolla y una vez allí fue hacia un teléfono público cercano a una fuente de bronce. Llegaba niebla desde el océano, oscureciendo las líneas de yeso color crema de la iglesia española de San Jaime del Mar y envolviendo la: hojas de los árboles. Insertó su tarjeta de crédito en el teléfono y pidió a información el número de Genetron La voz mecánica le contestó con dulzura, y marcó.
—Por favor, póngame con el doctor Michael Bernan —dijo a la recepcionista.
—¿Quién llama, por favor?
—Esto es un servicio de contestador. Tenemos una llamada de emergencia y parece que su aparato no funciona.
Tras unos minutos de ansiedad, Bernard se puso a teléfono.
—¿Quién demonios es? —preguntó tranquilamente— No tengo ningún servicio de contestador.
—Me llamo Edward Milligan. Soy amigo de Vergil Ularr Creo que tenemos que discutir varios problemas. Hubo un largo silencio al otro lado del hilo.
—Está usted en Mount Freedom, ¿verdad, doctor Milligan?
—Sí.
—¿Aquí abajo?
—No exactamente.
—No puedo verle hoy. ¿Podría ser mañana por la mañaña?
Edward pensó que tendría que ir de un lado para otro con la consiguiente pérdida de tiempo y con Gail preocupada. Todo parecía trivial.
—Sí —dijo.
—A las nueve en Genetron. Avenida North Fines Trey 60895.
—Bien.
Edward se dirigió a su coche en la media luz de la mañana. Al abrir la puerta y sentarse frente al volante tuvo una idea repentina. Candice no había vuelto a casa en toda la noche.
Ella estaba en el apartamento por la mañana.
Vergil le había mentido; estaba seguro. ¿Pero qué papel jugaba ella en todo aquello?
¿Y dónde estaba?
12
Gail encontró a Edward tendido en el sofá, profundamente dormido mientras afuera silbaba un horrible viento de invierno. Se sentó a su lado y le dio palmaditas en el brazo hasta que abrió los ojos.
—Hola— dijo ella.
—Hola. —Parpadeó y miró a su alrededor—. ¿Qué hora es?
—Acabo de llegar a casa.
—Las cuatro y media. Dios mío. ¿He estado dormido todo el tiempo?
—Yo no estaba aquí —dijo Gail—. ¿Y tú?
—Todavía estoy cansado.
—¿Qué ha hecho Vergil esta vez?
La cara de Edward compuso una patente máscara de ecuanimidad. Le acarició la barbilla con un dedo.
—Sobo de barbilla —lo definió ella, encontrándolo un poco objetable, como si fuera una gata—. Algo va mal. ¿Me lo vas a decir o vas a seguir simulando que todo es normal?
—No sé qué decirte —dijo Edward.
—Oh, Dios —suspiró Gail, poniéndose en pie—. Te vas a divorciar de mí por esa Baker. —La señora Baker pesaba ciento cuarenta kilos y no se había enterado de que estaba embarazada hasta bien entrado el quinto mes.
—No —dijo Edward con indiferencia.
—Gran alivio. —Gail se tocó ligeramente la frente— Sabes que esta clase de introspección me pone loca.
—Bueno, no hay nada de lo que pueda hablar, así que… —le cogió la mano y se la acarició.
—Eso es desagradablemente paternalista —dijo ella— Voy a hacer té. ¿Te apetece?
Edward asintió y ella entró en la cocina.
«¿Por qué no revelarlo todo?», se preguntó. Un viejo amigo se estaba convirtiendo en una galaxia.
En lugar de eso, se puso a despejar la mesa de comedor.
Esa noche, incapaz de dormirse, Edward miró a Gail sentado en la cama, con la espalda apoyada contra la almohada, e intentó determinar lo que sabía que era real y lo que no.
Soy médico, se dijo. Una profesión técnica, científica Se supone que soy inmune a cosas como el impacto del futuro.
Vergil Ulam se estaba convirtiendo en una galaxia.
¿Cómo sería sentirse relleno de un trillón de chinos Hizo una mueca en la oscuridad y casi dio un grito al mismo tiempo. Lo que Vergil llevaba dentro era mucho má extraño que los chinos. Más extraño que cualquier cosa que Edward — o Vergil— pudiera entender con facilidad. Quizá ni siquiera era inteligible.