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¿Qué clase de psicología de la personalidad podía desarrollar una célula, o un grupo de células, en este caso Intentó recordar lo que había aprendido sobre medios celulares en el cuerpo humano. Sangre, linfa, tejidos, fluido intersticial, fluido cerebroespinal… No podía imaginars un organismo de complejidad humana rodeado de tale cosas que no se volviera loco de aburrimiento. El medio ambiente era sencillo, las demandas relativamente simples y los niveles de comportamiento eran propios de célula no de personas. Por otro lado, la tensión podría ser el factor máximo —el medio era benigno para con las células familiares, pero era un infierno para las extrañas.

Pero él sabía lo que era importante, si no necesariamente lo reaclass="underline" el dormitorio, las luces de la calle y las sombras de los árboles en las cortinas del dormitorio, Gail dormida a su lado.

Muy importante. Gail, en la cama, dormida.

Pensó en Vergil esterilizando las platinas de E-coli alterados. La botella de linfocitos superdesarrollados. Perversamente, se acordó de Krypton —el mundo de Superman, billones de genios destruidos en medio de una catástrofe total.

¿Asesinato? ¿Genocidio?

No había barrera alguna entre el sueño y la vigilia. Miraba por la ventana, y las luces de la calle brillaron a través del cristal cuando abrió las cortinas. Podrían estar viviendo en Nueva York (las noches de Irvine nunca estaban tan deslumbrantemente iluminadas) o en Chicago; había vivido en Chicago durante dos años. Y la ventana estalló en pedazos, sin ruido, el cristal saltó hecho trizas contra el suelo. La ciudad entró por la ventana, como un gran ladrón brillante y erizado que gruñía en un lenguaje que él no podía entender, hecho de bocinas de automóvil, rumores de la multitud, y estruendo de construcciones. Intentó rechazarlo, pero se le escapó hacia Gail y se convirtió en una lluvia de estrellas que caían sobre la cama y sobre todo el resto de la habitación.

Se despertó al sonido de una ráfaga de viento que golpeó las ventanas. Mejor no dormir, decidió, y se quedó despierto hasta que llegó la hora de levantarse con Gail. Cuando ya se iba al colegio, la besó profundamente, saboreando la realidad de sus labios humanos e inviolados.

Luego emprendió el largo camino hacia la avenida North Torrey Fines, dejó atrás el Instituto Salk con su arquitectura de hormigón, y también las docenas de nuevos y resucitados centros de investigación que componían el Enzyme Valley, rodeados de eucaliptus y de nuevas coniferas híbridas de crecimiento rápido, cuyos ancestros le habían dado nombre a la avenida.

El letrero negro de rojas letras romanas se alzaba sobre su montículo de hierba coreana. Los edificios de más allá seguían la moda de simples superficies de hormigón, excepto en el rotundo cubo negro de los laboratorios para los contratos

con Defensa.

Al pasar por el garito del vigilante, le salió al paso un hombre delgado y enjuto vestido de azul oscuro, que se inclinó a la ventanilla del Volkswagen. Miró a Edward con aire reservado.

—¿De qué se trata, señor?

—Vengo a ver al doctor Bernard.

El guarda le pidió el carnet. Edward sacó su cartera. El guarda fue con ella hasta el teléfono de su garita y estuvo un rato discutiendo su contenido. Volvió y dijo:

—No hay aparcamientos para los visitantes. Coja el espació 31 del área de empleados, está pasada esa curva y al otro lado de la oficina de la fachada, ala oeste. Vaya sola mente a la oficina de la fachada.

—Por supuesto —dijo Edward a modo de prueba—. Pasada la curva —señaló hacia el lugar. El guardia asintio brevemente y volvió a su garita.

Edward anduvo el camino de piedra laminada que conducía a la oficina de enfrente. Rojos papiros crecían junto a estanques de cemento que surcaban carpas doradas plateadas. Las puertas de cristal se abrieron al acercarse y entró en el recinto. El vestíbulo, de forma circular, solo disponía de un canapé y de una mesa cubierta de periódicos y revistas técnicas.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó la recepcionista—. Era esbelta, atractiva, con el pelo cuidadosamente dispuesto como el moñito que Gail tan fervientemente evitaba.

—El doctor Bernard, por favor.

—¿El doctor Bernard? —parecía confusa—. No tenemos al…

—¿Doctor Milligan? —Edward se dio la vuelta y vio Bernard entrar por la puerta automática—. Gracias, Jan —dijo a la recepcionista. Ella volvió a su tablero para dirigir las llamadas—. Venga conmigo, por favor, doctor Milligan. Tenemos una sala de conferencias para nosotros solos.

Guió a Edward a través de la puerta trasera y por un camino de cemento que flanqueaba el piso bajo del a laoeste.

Bernard llevaba un traje gris muy aseado que hacía conjunto con su pelo canoso, su perfil era fuerte y atractivo. Se parecía mucho a Leonard Bernstein; era fácil entender el por qué de que la prensa le hubiera concedido tantas portadas.

Era un pionero y, además, fotogénico.

—Aquí tenemos un servicio de seguridad muy estricto. Son las decisiones de los tribunales de los últimos diez años, ya sabe. Se han puesto muy nerviosos.

Pérdidas de derechos de patentes por simples menciones al trabajo que se llevaba a cabo en una conferencia científica. Ese tipo de cosas. ¿Qué se puede esperar cuando los jueces ignoran por completo lo que de verdad ocurre?

La pregunta parecía retórica. Edward asintió educadamente y obedeció el gesto de Bernard para que subiera una escalerilla de acero hasta el segundo piso.

—¿Ha visto recientemente a Vergil? —preguntó Bernard al abrir la habitación 245.

—Ayer.

Bernard entró delante de él y encendió las luces. La habitación tenía apenas diez pies de ancho, y estaba amueblada con una mesa redonda, cuatro sillas y una pizarra colgada en una de las paredes. —Bernard cerró la puerta—. Siéntese, por favor. —Edward se sentó y Bernard lo hizo frente a él, poniendo los codos sobre la mesa.

—Ulam es brillante. Y no dudaría en afirmar que es valiente también.

—Es amigo mío. Me tiene muy preocupado. Bernard levantó un dedo.

—Valiente, y además loco. Lo que le está ocurriendo nunca debió permitirse.

Debió hacerlo bajo circunstancias de coacción, pero eso no es una excusa. Sin embargo, ya está hecho. Usted está totalmente al corriente, supongo.

—Estoy al tanto de lo fundamental —dijo Edward—. Pero todavía no entiendo bien cómo lo hizo.

—Nosotros tampoco, doctor Milligan. Esa es una de las razones por las que le ofrecemos de nuevo un laboratorio. Y un hogar, mientras despejamos el tema.

—No debe aparecer en público —dijo Edward.

—Por supuesto que no. Estamos construyendo un laboratorio aislado en estos momentos. Pero somos una compañía privada y nuestros recursos son limitados.

—Se tendría que avisar al Instituto Nacional de la Salud.

Bernard suspiró.

—Sí. Bien, lo perderíamos todo si ahora se filtrase algo. No estoy hablando de decisiones de negocios, podríamos perder a toda la industria de los biochips. El clamor popular sería terrible —replicó Bernard.

—Vergii está muy enfermo. Física y mentalmente. Podría morirse.

—De alguna manera, no lo creo —dijo Bernard—. Pero estamos desenfocando la cuestión.

—¿Cuál es el foco? —preguntó Edward con enfado—. Me parece que está usted trabajando con Genetron solapadamente; ciertamente habla usted como si fuera así. ¿Qué espera sacar Genetron de todo esto?

Bernard se apoyó en el respaldo de su silla.

—Se me ocurre una gran cantidad de usos para computadores pequeños superdensos de elementos de base biológica. ¿Y a usted? Genetron ya ha sacado varias novedades importantes, pero el trabajo de Vergii, de nuevo, es algo más.