—¿Qué planean?
La sonrisa de Bernard era brillante y obviamente falsa.
—No estoy en total libertad para hablar. Pero el asunto sería revolucionario.
Tendremos que estudiarle en condiciones de laboratorio. Tendrán que ser llevados a cabo experimentos con animales. Habrá que empezar por el principio, naturalmente. Las colonias de Vergii no pueder ser… hum… transferidas. Se basan en sus propias células. Tenemos que desarrollar organismos que no desencadenen respuestas de inmunidad en otros animales.
—¿Como si fuera una infección? —preguntó Edward.
—Supongo que hay similitudes. Pero Vergii no tiene una infección ni está enfermo en el sentido usual del término.
—Mis pruebas indican lo contrario —dijo Edward.
—No creo que los diagnósticos al uso sean apropiados ¿y usted?
—No lo sé.
—Escuche —dijo Bernard inclinándose hacia delante—. Me gustaría que usted viniera a trabajar con nosotros una vez que Vergil esté aquí. Su habilidad podría sernos útil.
Edward casi titubeó ante la franqueza de la oferta.
—¿Cómo se beneficiará de todo esto? —preguntó—. Quiero decir, usted, personalmente.
—Edward, siempre he estado entre los primeros de mi profesión. No veo razón alguna para no ayudar aquí. Con mis conocimientos sobre el cerebro y las funciones nerviosas superiores, y la investigación que he estado dirigiendo sobre inteligencia artificial y neurofisiología…
—Podría usted ayudar a que Genetron se evitase una investigación por parte del gobierno —dijo Edward.
—Eso es ser muy brusco. Demasiado brusco, y además injusto.
Por un momento, Edward sintió que Bernard estaba confuso e incluso un poco ansioso.
—Quizá lo sea —dijo Edward—. Y quizá eso no es lo peor que podría ocurrir.
—No le entiendo —dijo Bernard.
—Malos sueños, señor Bernard.
Bernard entornó los ojos a la vez que alzaba las cejas. Esta era una expresión poco característica, inapropiada para las portadas de Time, Mega o Rolling Stone:
un semblante ceñudo, confuso y colérico.
—Nuestro tiempo es demasiado precioso para que lo malgastemos. Le he hecho el ofrecimiento de buena fe.
—Naturalmente —dijo Edward—. Y por supuesto, me gustaría visitar el laboratorio cuando Vergil esté instalado. Si aún soy bienvenido a pesar de mi brusquedad y demás.
—Naturalmente —recalcó Bernard, pero sus pensamientos eran casi totalmente patentes: Edward nunca jugaría en su equipo. Se levantaron a la vez y Bernard le tendió la mano. Su palma estaba húmeda; estaba tan nervioso como Edward.
—Entiendo que ustedes quieran que todo esto sea absolutamente confidencial — ijo Edward.
—No estoy seguro de que podamos pedírselo. Usted no está bajo contrato.
—No —dijo Edward.
Bernard le observó durante un largo momento, y luego asintió.
—Le acompañaré hasta la salida.
—Hay una cosa más —dijo Edward—. ¿Sabe usted algo de una mujer llamada Candice?
—Vergil mencionó que tenía una novia llamada así.
—¿Qué tenía o qué tiene?
—Sí, entiendo lo que me sugiere —dijo Bernard—. Puede constituir un problema para la seguridad.
—No, eso no es lo que he querido decir —dijo Edward con énfasis—. No es en absoluto lo que he querido decir.
13
Bernard repasó los papeles cuidadosamente, apoyando la frente en una mano mientras su ceño se fruncía más más.
Lo que estaba sucediendo en el cubo negro era más que suficiente para ponerle los pelos de punta. La informació no era completa en absoluto, pero sus amigos de Washinton habían hecho un buen trabajo. El paquete había llegado por correo especial sólo media hora después de que se fuera Edward Milligan.
La conversación mantenida con éste le había llenado de una vergüenza que le había hecho ponerse mordaz y la defensiva. Vio en el joven médico una distante versión de sí mismo, y la comparación le dolía. ¿Había estado el viejo y célebre Michael Bernard envuelto en una nube de seducción materialista a lo largo de los últimos meses?
Al principio, la oferta de Genetron había tenido visos de limpieza y suavidad:
una participación mínima en los primeros meses y luego el estatus de figura principal y pionero, con utilización de su imagen para promoción de compañía.
Le había tomado demasiado tiempo en total el darse cuenta de lo cerca que estaba del disparador de la trampa.
Levantó los ojos hacia la ventana y se puso en pie para levantar las persianas.
Estas se alzaron con un chasquido, y obtuvo una vista del montículo, el cubo negro y las nubes empujadas por el viento a lo lejos.
Aquello olía a desastre inminente. El cubo negro, irónicamente, no resultaría implicado; pero si Vergil Ulam no hubiera puesto en marcha el disparador, el otro lado de Genetron lo hubiera hecho de todos modos.
Ulam había sido despedido con tanta precipitación y puesto en la lista negra con tal rigidez no porque hubiera hecho investigación chapucera, sino porque había seguido muy de cerca las huellas de la división de investigación para Defensa. El había triunfado donde ellos solían fracasar o retrasarse. Y aunque habían estudiado sus archivos durante meses (habían hecho multitud de copias)
no consiguieron obtener sus mismos resultados.
Harrison había comentado el día anterior que los descubrimientos de Ulam eran seguramente accidentales en su mayoría. Las razones por las que ahora sostenía ese punto de vista no podían ser más obvias.
Ulam había estado muy cerca de lograr el éxito y dejar a Genetron y al gobierno en la estacada. Los de arriba no pudieron hacer nada, y no hubieran confiado en Ulam de todos modos.
Era un excéntrico total. Nunca hubiera podido conseguir una acreditación de seguridad.
Así que le habían echado y condenado al ostracismo.
Y luego él volvió como un aparecido. Pero esta vez no pudieron darle con la puerta en las narices.
Bernard leyó de nuevo los papeles y se preguntó a sí mismo cómo podría retractarse de lo acordado con el mínimo perjuicio.
¿Era lo acertado? Si eran tan estúpidos, ¿no sería útil su experiencia, o al menos su preclaro pensamiento? No albergaba dudas de que pensaba con bastante más claridad que Harrison o que Yng.
Pero el interés de Genetron por él era debido más bien a su celebridad.
¿Cuánta influencia podría tener, incluso en tales términos?
Bajó las persianas y le dio la vuelta a la varilla par dejarlas cerradas. Luego levantó el auricular y marcó e número de Harrison.
—¿Sí?
—Bernard.
—Sí, Michael.
—Voy a llamar a Ulam ahora mismo. Vamos a traerlo ahora para acá. Hoy. Ten listo a todo tu equipo, y a la gente de investigación de defensa también.
—Michael, eso es…
—No podemos dejarle ahí fuera. Harrison hizo una pausa.
—Sí, estoy de acuerdo.
—Adelante, entonces.
14
Edward comió en Jack-in-the-Box y se sentó en la terraza acristalada para ver pasar el tráfico, con un brazo apoyado en el marco de aluminio. Algo no encajaba en Genetron. Podía siempre confiar en sus más fuertes corazonadas; cierta zona de su cerebro reservada para la agudeza observación y un conjunto de minúsculos detalles le llevaban a veces a sumar dos y dos y obtener un perturbador cinco, y he aquí que luego resultaba que uno de los dos; era en realidad un tres; simplemente, se le había pasado antes por alto.
Bernard y Harrison intentaban esconder algo importante. Genetron estaba tratando de hacer algo más que ayudar a un ex empleado en un problema relacionado con el trabajo, más incluso que prepararse simplemente para sacar partido de un descubrimiento revolucionario. Pero no debían precipitarse; eso podría levantar sospechas. Y quizás no estaban seguros de disponer de los suficientes medios.