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John fijó la vista en la niebla polvorienta que tenían delante y pisó el freno, reduciendo hábilmente. Luego pisó a fondo el pedal y el camión se paró en seco, con un fuerte chirrido de las ruedas. Jerry blasfemó y April se dio un golpe contra el borde de la venlanilla.

El camión había llegado a una zona de giro de la autopista. John dio la vuelta y puso el coche en punto muerto, mental, conciencia colectiva.

Se quedaron mirando asombrados. Las palabras no eran necesarias, ni siquiera posibles.

Una colina estaba atravesando la calzada. Lenta, pesada, quizá de un centenar de pies de altura, la masa marrón y gris se movía a través del polvo que el viento levantaba a escasamente un cuarto de milla.

—¿Cuántas habrá como esa? —preguntó April animadamente, rompiendo el silencio.

—No puedo decirlo —vaciló John.

—Quizá sea una de las colinas perdidas que anunciaban —dijo Jerry sin sarcasmo.

—Quizá estén ahí las cosechas —especuló April. Los hermanos no se molestaron en discutir este punto. John esperó hasta que la colina terminó de pasar, y media hora después, mientras iban en dirección al oeste sobre los campos, puso en marcha de nuevo el camión. Cruzaron el lacerado asfalto lentamente. El aire olía a plantas aplastadas y a polvo.

—Marcianos —dijo John. Esa fue su última protesta a la aseveración de April sobre que ella sabía la verdad de lo sucedido. Habló muy poco después, hasta que empezaron la subida al Grapevine, una vez pasados los árboles inalterados, los edificios de Fort Tejón y los vagos perfiles del pequeño pueblo de Gorman. Al acercarse a la pequeña cordillera, miró a Jerry con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas y dijo.

—Llegando a la ciudad de Los Angeles.

Eran las cinco en punto de la tarde, y ya se estaba poniendo oscuro.

El aire por encima de Los Angeles era tan rojo como la carne cruda.

32

Al mediodía, a Bernard le sirvieron la comida a través de la pequeña escotilla — un bol de fruta y un sandwich de roast beef con un vaso de agua con gas—.

Comió lentamente, reflexionando, y, de vez en cuando, echaba una mirada hacia el VDT. El aparato mostraba los recientes resultados de laboratorio en el análisis de las proteínas de su suero.

Los números de la pantalla eran de color menta. Bajo las cifras surgían líneas rojas que iban separando las nuevas series.

Bernard, ¿qué es esto?

—No hay que preocuparse —contestó a la interna pregunta—. Si no investigo, funciono mal.

Su nivel de comunicación había mejorado enormemente en el espacio de sólo dos días.

Estás analizando algo en relación con nuestra comunicación. No hay necesidad. Ya te comunicas a través de nosotros.

—Sí, por supuesto. ¿Pero me diréis todo lo que necesito saber?

Te decimos lo que nos es asignado.

—Me habéis acribillado a preguntas, pues ahora dejadme hacerlas a mí. Tengo que sentir que no soy inútil, que estoy haciendo algo con sentido.

Con gran dificultad, hemos intentado comprender codificar tu situación.

VISUALIZAR. Estás en un ESPACIO cerrado. Este ESPACIO es de concentración que tú juzgas pequeña.

—Pero adecuada, ahora que os tengo a vosotros para charlar.

Estás restringido. No puedes difundir más allá de los límites del ESPACIO cerrado. ¿Es esta restricción por tu gusto?

—No estoy siendo castigado, si es eso lo que os preocupa.

No codificamos, comprendemos CASTIGADO. Tú estás bien. Tus funciones orgánicas están en orden. Tu EMOCIÓN no es extrema.

—¿Por qué tenía que sentirme perturbado? He perdido. Todo ha terminado menos la, ejem, codificación.

DESEAMOS que sepas más acerca de la fisiología de tu cerebro. Podríamos decirte más sobre tu estado. De este modo, tenemos gran dificultad para encontrar PALABRAS que describan la localización de nuestros equipos. Pero volvamos a la cuestión principal. ¿Por qué DESEAS procesar otras formas de comunicación.

—No estoy bloqueando mis pensamientos, ¿verdad? (¿Verdad?) Tendríais que ser capaces de saber lo que estoy haciendo vosotros mismos. (¿Cómo podría ocultaros a vosotros mis pensamientos?)

Te das cuenta de nuestra insuficiencia. Eres tan nuevo para nosotros. Te consideramos con…

—¿Sí?

Los que han sido asignados para replicar este estado… Esto no es claro.

—Diríamos.

Te consideramos capaz de reprobación-disociación suave para mínima actuación de procesamiento asignado.

—¿Me consideráis que?

Te consideramos grupo de mando supremo.

—¿Qué es eso? Y esto trae a colación un montón de preguntas que me gustaría haceros.

Hemos sido autorizados para responder a tales preguntas.

(¡Jesús! Conocían las preguntas antes de que se hubieran formado en la mente de Bernard!)

—Me gustaría hablar con un individuo. ¿INDIVIDUO?

—No sólo con el equipo o grupo de investigación. Con uno de vosotros, que actúe solo.

Hemos estudiado INDIVIDUO según tu concepto. Su significado no nos cuadra.

—¿No hay individuos?

No precisamente. La información es compartida entre grupos de…

—No está claro.

Quizá es eso lo que tú quieres decir con la palabra INDIVIDUO. No lo mismo que una sola mentalidad. Tú sabes que las células se agrupan para estructuración básica; cada grupo es el menor INDIVIDUO. Esos grupos raramente se disgregan en células durante mucho tiempo. La información se distribuye a los grupos que comparten tareas asignadas, incluyendo la instrucción y la memoria. La mentalidad es así dividida entre los grupos que realizan una función. La memoria importante puede ser difundida a todos los grupos. Lo que tú consideras INDIVIDUO puede ser extendido a la totalidad.

—Pero no tenéis todos una sola mentalidad, un grupo mental, consciencia colectiva.

No, en tanto somos capaces de analizar esos conceptos.

—Podéis discutir los unos con los otros. Pueden haber diferencias de enfoque, sí.

—¿Entonces qué es un grupo de mando?

Un grupo clave situado a lo largo de nudo de viaje, vasos de linfa y sangre, para controlar la actuación de los grupos que viajan, células sirvientes, células confeccionadas. Tú eres como el más poderoso de los grupos de mando de células, pero estás ENCERRADO y todavía no has elegido ejercer tu poder de lisis. ¿Por qué no ejerces el control?

Con los ojos cerrados, reflexionó esa pregunta durante largo rato —quizá un segundo o más— y contestó.

—Os estáis familiarizando con el misterio.

¿Estás intentando desafiar con esas investigaciones nuestra comunicación?

—No.

Aquí una desconexión.

—Estoy cansado. Por favor, dejadme solo un rato.

Comprendido.

Se frotó los ojos y cogió una fruta. De pronto, se sentía exhausto.

—¿Michael?

Paulsen-Fuchs estaba en el área de recepción.

—Hola, Paul —dijo Bernard—. Acabo de tener una conversación de lo más absurdo.

—¿Sí?

—Creo que me tratan como a una especie de dios menor.

—Vaya —dijo Paulsen-Fuchs.

—Y probablemente sólo me quedan un par de semanas.

—Eso dijo cuando llegó, sólo que entonces dijo una semana.

—Pero ahora percibo los cambios. Es lento, pero va a llegar.

Se miraron el uno al otro a través de la ventana de cristal triple. Paulsen-Fuchs intentó hablar varias veces, pero no le salía nada. Levantó las manos en un gesto de resignación.

—Sí —dijo Bernard con un suspiro.

33

Norteamérica, transmisión vía satélite durante el reconocimiento a gran altura, RB— H; voz de Hoya Upton, corresponsal EBN