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Sí, todo en su sitio —las guías separadas y en orden— estamos todos un poco nerviosos aquí, no preocuparos por el castañeteo de dientes. ¿Grabando? Y el enchufe directo… sí, ¿Arnold? 1, 2, 3. Aquí Lloyd Upchuck, sí, así es como me siento… Vale. Colin, esa botella. ¿El traje naranja no molesta para la imagen? Me molesta a mí. Empecemos.

Hola, soy Lloyd Upton, del servicio británico de la Red de Emisiones Europeas.

Me encuentro ahora a veinte mil metros sobre el corazón de los Estados Unidos de América, en el compartimento de atrás de un bombardero americano B-l modificado para reconocimento desde gran altura, un RB-1H. Están conmigo corresponsales de cuatro redes continentales principales, de ramas europeas de dos organismos de noticias de los Estados Unidos, y de la BBC. Somos los primeros periodistas civiles que vuelan sobre los Estados Unidos desde el comienzo de la más horrible plaga de la historia de la humanidad. Nos acompañan dos científicos civiles a los que entrevistaremos en nuestro viaje de vuelta, que doblará la velocidad del sonido, es decir, Mach 2.

En sólo ocho semanas, dos meses cortos, la totalidad del continente, Norteamérica, ha sufrido una transformación virtualmente indescriptible. Todos los lugares conocidos —ciudades enteras— han desaparecido bajo —o quizá eso es en lo que se han transformado— un paisaje de pesadilla biológica. Nuestro aparato ha seguido una ruta en zig zag desde Nueva York a Atlantic City, luego sobre Washington D. C., por Virginia, Kentucky y Ohio, y pronto bajaremos a mil metros para pasar por encima de Chicago, Illinois, y los Grandes Lagos. Entonces daremos la vuelta para volar sobre la costa este hasta Florida, y sobre el Golfo de México repostaremos combustible de un avión con base en Guantánamo, Cuba, base que, milagrosamente, ha escapado a los efectos de la plaga.

Podemos imaginarnos la consternación de los americanos que están en Inglaterra, Europa y Asia, y en otras partes del globo. Me temo mucho que no podamos proporcionarles consuelo por medio de este sobrevuelo histórico. Lo que hemos visto no puede consolar a ningún ser humano. Sin embargo no hemos sido testigos de la desolación, sino de un extraño y —si puede perdonárseme un singular juicio estético— maravilloso paisaje de formas de vida radicalmente nuevas, cuyo origen está rodeado de misterio, aunque quizá ni siquiera las autoridades sepan de qué se trata realmente. Las especulaciones a propósito de que la plaga surgió de un laboratorio biológico de San Diego, California, no han sido corroboradas ni denegadas por las autoridades gubernamentales, y EBN no ha podido entrevistar al partícipe potencialmente clave en el… uh… drama, al famoso neurocirujano, el doctor Michael Bernard, que actualmente está en confinamiento esterilizado cerca de Wiesbaden, Alemania Occidental.

Transmitimos ahora imágenes de video en directo y fotografías de nuestras cámaras y de las cámaras especiales de reconocimiento en tiempo real que lleva el aparato. Algunas serán en directo; otras están siendo procesadas y seguirán a esta histórica emisión en vivo.

¿Cómo puedo iniciar la descripción del paisaje que se extiende a nuestros pies?

Se necesitaría un nuevo vocabulario, un nuevo lenguaje. Texturas y formas hasta ahora desconocidas para los biólogos y geólogos cubren las ciudades y las afueras, incluso los territorios salvajes de América del Norte. Bosques enteros se han convertido en masas de color verde grisáceo… uh… bosques de puntas, de espigones, de agujas. A través de los teleobjetivos, hemos visto movimiento en esos objetos enormes y complejos que se desplazan por medios ignorados.

Hemos visto ríos siguiendo una especie de curso controlado, pero diferente al de las corirentes de agua normales. Sobre la Costa Atlántica, más específicamente cerca de Nueva York y de Atlantic City, hasta una distancia de diez a veinte kilómetros, el mismo océano ha sido recubierto de una manta, aparentemente viva, de un color verde brillante, parecido al del vidrio.

En cuanto a las ciudades, no hay señal de seres vivos, no hay rastro de seres humanos. La ciudad de Nueva York es una extraña jungla de formas geométricas, una ciudad aparentemente desmantelada y reordenada para servir a los propósitos de la plaga, si es que una plaga puede tener propósitos. De hecho, lo que hemos visto apoya los rumores populares respecto a que Norteamérica ha sido invadida por alguna forma de vida inteligente, es decir, por microorganismos inteligentes, organismos que cooperan, mudan, adaptan y alteran su medio ambiente. Nueva Jersey y Connectticut muestran formaciones biológicas similares, lo que los periodistas de este vuelo han dado en llamar megaplexos, en espera de otra palabra mejor. Dejamos a los científicos el refinamiento posterior de la nomenclatura.

Ahora estamos descendiendo. La ciudad de Chicago se halla en el estado de Illinois, situada en el extremo sur del lago Michigan, una enorme masa de agua fresca dentro del continente. Nos encontramos ahora a alrededor de cien kilómetros de distancia de Chicago, moviéndonos hacia el suroeste sobre el lago Michigan. Movamos la cámara para mostrar lo que los corresponsales y científicos y equipo de a bordo están observando directamente. Esta pantalla especial de alta resolución muestra ahora la superficie del lago Michigan, absolutamente lisa, muy parecida a la superficie del océano en las zonas limítrofes con las áreas metropolitanas. La rejilla es debida, supongo, al proceso de realización de los mapas. Perdón por mi dedo, pero así puedo señalar estas formaciones tan peculiares, vistas anteriormente sobre las aguas del río Hudson, estos singulares círculos verde-amarillos de apariencia viva, o atolones, con las extremadamente complejas líneas que parten del centro a modo de radios de una rueda. No hay explicación conocida para estas formaciones, aunque las imágenes del satélite han mostrado ocasionalmente extensiones de los radios yendo hacia la costa para conectar con los cambios topográficos que tienen lugar en tierra.

¿Perdón? Sí, ya me muevo. Hemos, uh, sido informados de que algunos de estos despliegues han quedado reservados, sólo para nuestros ojos, por así decirlo.

Ahora hemos cambiado de dirección y bajamos en arco sobre Waukegan, Illinois. Illinois es famoso por su llanitud, y también por sus automóviles, siendo Detroit… no, Detroit está en Michigan. Sí. Illinois es conocido por su llana topografía, y Chicago ha sido llamada la Ciudad del Viento, debido a los que soplan desde el lago Michigan. Como podemos ver, la topografía es ahora como una red terrosa muy parecida a los terrenos de labor, aunque en vez de rejas y cuadrados, las divisiones son ovoideas —quiero decir elípticas— o circulares, con círculos más pequeños dentro de otros mayores. En el centro de cada círculo se halla un montículo, una especie de punto que recuerda al cono central de los cráteres lunares. Estos conos —sí, ya veo, son en realidad pirámides en forma de cono, con peldaños concéntricos o hileras a los lados—. Las cimas de esos conos son de color naranja, parecido al traje de vuelo que llevo puesto. Naranja o butano, muy chillón.

Hemos disminuido la velocidad considerablemente. Las alas oscilantes han sido desplegadas y ahora sobrevolamos Evanston, al norte de Chicago. No se ve rastro de humanidad por ninguna parte. Estamos todos… euh… muy nerviosos ahora, creo que incluso los oficiales de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y la tripulación, porque si algo fallara, caeríamos directamente en medio de… Sí, bien, no pensemos en eso. Más abajo y más despacio.

Hemos decidido sobrevolar Chicago debido a que fotografías de satélite y del avión de reconocimiento muestran una concentración de actividad biológica alrededor de lo que antes fue una gran ciudad. Como Chicago era la capital del centro de América, ahora está sirviendo al parecer como de algún tipo de foco, una especie de nudo de comunicaciones quizá entre Canadá y Méjico. Grandes estructuras semejantes a oleoductos llegan a Chicago desde todas direcciones.