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En alguna área, los oleoductos se abren en anchos canales y podemos ver el rápido fluir del viscoso líquido verde…Sí. Ahí. ¿Podemos…? Bien, más tarde. Los canales pueden tener medio kilómetro de anchura. Asombroso, imponente.

Unos rumores provenientes de los centros de inteligencia militar en Londres, Wiesbaden y Escocia señalan otro y muy distinto centro de actividad en la costa oeste de Estados Unidos. Los detalles no son públicos, pero, según todos los indicios, Chicago comparte con California suroccidental la distinción de ser primeros puntos de interés para los investigadores. Sin embargo, no volaremos sobre la costa oeste; nuestro aparato no llegaría allí sin repostar de nuevo, y no hay donde hacerlo tan al interior del continente.

Estamos realizando varios giros pronunciados y notamos los efectos de la aceleración. Al pasar sobre las afueras de Oak Park, donde según un mapa desplegado frente a nosotros, no puede ser identificada ni una sola calle o calzada. Y ahora, sobre el mismo Chicago, si puedo juzgar por las proporciones tal vez justamente sobre la avenida Cicero, ahora de nuevo hacia el lago, sí, eso es el puerto Montrose y la carretera de la orilla, y el parque Lincoln, identificable sólo por el perfil contra el lago. Más aceleración, un amplio círculo, sobre la zona del Museo de la Ciencia y la Industria tal vez, todos estamos tratando de averiguarlo.

Y ahora distingo canales, quizá las ramas originales del Ship Canal, y ahora descendemos aproximadamente a mil metros, una altura muy peligrosa, porque no tenemos ni idea de hasta dónde pueden extenderse esos organismos. Dios mío, estoy asustado. Todos lo estamos. Ahora pasamos sobre… sí…

Jesús. Perdonen. Debían ser los corrales de ganado, los Union Stockyards.

Seguramente eso era. Casi no podemos distinguirlos, pero el piloto ha subido de golpe y ahora nos dirigimos hacia el sur. Lo que hemos visto…

Perdón.

Me estoy enjugando los ojos, por el terror, el asombro, porque no he visto nada igual en todas las horas que llevamos sobrevolando esta tierra de pesadilla. Las cámaras con teleobjetivos nos han mostrado detalles de lo que en otro tiempo debieron ser los famosos corrales de concentración de ganado de Chicago, los Union Stockyards. Si nos paramos a considerar la enorme masa de criaturas vivientes —cerdos, reses— concentradas en esas áreas, quizá no deberíamos sorprendernos o impresionarnos tanto. Pero las mayores criaturas vivas que he visto han sido las ballenas, y esto excede en tamaño a la mayor ballena por no sé cuánto exactamente. Enormes huevos marrones y blancos, ¿pueden estar empollando? Quizá sobre la tierra. Mayores que los dinosaurios, aunque sin piernas discernibles, ni cabeza, ni cola. No informes, sin embargo, con extensiones y prolongaciones, lisas o rodeadas de poliedros, es decir, icosaedros o dodecaedros, con patas como las de los insectos, patas que pueden tener dos o tres metros de grosor. Las criaturas ovoideas o lo que quiera que sean pueden llenar fácilmente un campo de rugby cada una.

Sí, sí, nos acaban de decir… acaban de informarnos de que hay criaturas aéreas, formas de vida con las que por poco chocamos hace unos segundos, parecidas a rayas gigantescas desplegadas, o a murciélagos, también marrón y blanco. Iban hacia el sur, y parecían formar un escuadrón o bandada. Dispensen.

Dispensen.

Corta el sonido. Corta el sonido, maldita sea. Y aparta de mí el objetivo.

(Pausa de cinco minutos).

Aquí estamos de nuevo, y disculpen por la demora. Soy humano y… bueno, a veces sujeto a algún momento de pánico. Espero que esto sea comprendido. Y yo mismo estoy maravillado ante la calma y pericia de los… uh… los oficíales y la tripulación de este avión, profesionales todos, y muy buenos. Acabamos de pasar sobre Danville, Illinois, y en breve… dentro de unos segundos estaremos sobre Indianápolis. Hemos observado cambios en el carácter del paisaje, o podríamos decir biopanorama, que sobrevolamos, cambios de color y de forma, pero no podemos interpretar nada de lo que vemos. Es como si hubiéramos sobrevolado un planeta totalmente desconocido, y aunque nuestros dos científicos han estado analizando datos y escribiendo notas sin parar, siguen demasiado ocupados como para darnos cualquier teoría o hipótesis que puedan tener.

Indianápolis se extiende a nuestros pies, y tan indescifrable, misteriosa y…

hermosa y ajena como los otros megaplexos. Algunas de las estructuras aparecen aquí tan altas como los edificios que han reemplazado, algunos de quizá entre cien y doscientos metros de altura, proyectando ahora sombras a la luz de la tarde. Pronto el tiempo se invertirá para nosotros, como si dijéramos, al dirigirnos hacia el este-sureste, y el sol se ocultará. Las sombras se alargan sobre el biopanorama, la atmósfera es muy clara —no hay industria, ni automóviles-; sin embargo, ¿quién puede decir el tipo de polución que un paisaje vivo puede causar? Sea cual sea, no está pasando a la atmósfera.

Sí.

Sí, acaba de sernos confirmado por nuestros científicos. Cuando pasamos rascando Chicago, los detectores indicaban aire virtualmente puro, libre de polución y de humos, y que se refleja en los puros colores del horizonte. El aire es también húmedo y, para la estación del año en que nos encontramos, demasiado templado. El invierno puede no llegar a Norteamérica este año, porque en estos momentos Chicago y las ciudades sobre las que hemos pasado deberían estar cubiertas de nieve, aunque fuera ligeramente. Pero no hay nieves. Cae lluvia, cálida y en grandes gotas —hemos sobrevolado áreas muy nubladas; pero no hay nieve, ni hielo.

Sí. Sí. Yo también lo he visto. Lo que parecía una bola de fuego, una especie de meteoro, quizá, notable. —Y varios más, aparentemente.

(Voces al fondo, muy altas, ruido de alarma.)

Dios mío. Eso era al parecer un vehículo o vehículos de re-entrada en la alta atmósfera, a docenas de kilómetros de nosotros. Los detectores de a bordo señalan una fuerte radiación. Los pilotos y oficiales han activado todos los sistemas de emergencia y nos estamos alejando del área a gran velocidad, con…

sí, con sí… no, bajamos en picado, presentando, creo, un perfil posterior al objeto.

Se dice aquí que la bola de fuego era similar al perfil de un vehículo de reentrada, un misil nuclear, un ICBM quizá, y no ha vuelto a repetirse, por supuesto, no. ¿Cómo podría estar aquí? No se ha marchado y ahora…

(Más voces confusas; más alarmas.)

Creo que ya no podemos remontar. Hemos perdido la mayor parte del instrumental. Las máquinas se han parado y no tenemos energía. Todavía podemos transmitir por radio pero…

(Fin de la transmisión del RB-1H. Final del hilo directo Lloyd Upton EBN. Final de la telemetría científica.)

34

Bernard estaba tendido sobre el camastro, con una pierna colgando sobre el borde y la otra flexionada, con el pie apoyado en el colchón. No se había afeitado ni bañado en una semana. Tenía la piel profundamente marcada por filamentos blancos, y en las piernas prominencias desde la espinilla hasta la base de los dedos de los pies. Incluso parecía llevar pantalones acampanados.

No le importaba. Descontando sus sesiones diarias de una hora con Paulsen— Fuchs y sus diez minutos de ejercicio físico, se pasaba la mayor parte del tiempo tumbado, con los ojos cerrados, en comunicación con los noocitos. El resto del tiempo trataba de descifrar el lenguaje químico. Había recibido poca ayuda de los noocitos. La última conversación sobre el tema había tenido lugar tres días antes.

Tu concepción no es completa, no es correcta.

—No ha terminado todavía.

¿Por qué no dejas a tus compañeros proceder con el trabajo? Puede lograrse más si dedicas tu atención a tu interior.