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Escucha cuidadosamente a GOGARTY.

Bernard se animó y empezó a prestar más atensión.

—Si tuviera tiempo para presentar mis matemáticas, mis correlaciones con la mecánica formal de la información y la electrodinámica cuántica… ¡y si usted pudiera entenderme!

—Le estoy escuchando. Le estamos escuchando —Sean Gogarty abrió más los ojos.

—Los… ¿noocitos? ¿Han respondido?

—No les ha dado usted mucho a lo que puedan responder. Continuúe, Profesor.

—Hasta ahora, la unidad más densa de proceso de información en este planeta era el cerebro humano… ligera inclinación de cabeza ante los cetáceos, tal vez, pero sin tanto estímulo y proceso, mucho más insular, diría yo. Cuatro, cinco billones de personas pensando cada día. Pequeños efectos. El tiempo se cierne, pequeños estremecimientos en su seno, ni siquiera mensurables. Nuestros poderes de observación —nuestro poder para formular teorías efectivas— no es lo suficientemente intenso como para desencadenar los efectos que he descubierto por medio de mi trabajo. ¡Nada en el sistema solar, ni tal vez tampoco en la galaxia!

—Está usted divagando, profesor Gogarty —dijo Paul-sen-Fuchs. Gogarty le dirigió un irritado gesto de asentimiento y fijó sus ojos en Bernard, como buscando su apoyo.

Lo que dice es de interés.

—Está llegando a la cuestión, Paul, no le des prisa.

—Gracias. Muchas gracias, Michael. Lo que digo es que ahora tenemos condiciones suficientes para causar los efectos que he descrito en mis informes.

No sólo cuatro o cinco billones de individuos conscientes, Michael, sino trillones…

quizá billones de trillones. La mayoría de ellos en Norteamérica. Diminutos, muy densos, y enfocando su atención sobre todos los aspectos de lo que les rodea, de lo más pequeño a lo más grande. Observando todo lo que hay a su alrededor y teorizando sobre lo que no observan. Los observadores y los teorizadores pueden fijar la forma de los acontecimientos, de la realidad, en formas muy significativas.

No hay nada, Michael, sino información. Todas las partículas, toda la energía, e incluso el mismo tiempo y el espacio, no son en última instancia sino información.

La verdadera naturaleza, el tono del universo puede ser alterado, Michael, ahora mismo. Por los noocitos.

—Sí —dijo Bernard—. Sigo escuchándole. Algo no manifiesto… la evidencia.

—Hace dos días —dijo Gogarty, más animado, con su cara enrojeciendo por la excitación—, la Unión Soviética lanzó un ataque nuclear a gran escala sobre Norteamérica. Al contrario que sobre Panamá, ni uno solo de los misiles estalló.

Bernard miró a Paulsen-Fuchs, primero con cierto resentimiento, y luego divertido. No le habían dicho nada sobre esto.

—La Unión Soviética no es tan torpe construyendo misiles, Michael. Podía haber sido un holocausto. No lo fue. Ahora he recopilado varios gráficos impresionantes sobre las observaciones y la información. Una fuente muy importante la ha constituido un avión de reconocimiento americano, que transportaba a científicos y reporteros sobre Norteamérica, con una emisión en directo que se escuchaba en Europa vía satélite. El avión estaba en mitad de Estados Unidos cuando el ataque. El avión, al parecer, cayó, pero no por el ataque en sí. Nadie está seguro de por qué se estrelló, pero la manera en que la telemetría y comunicaciones se cortaron… Todo el suceso encaja perfectamente en mi teoría. No sólo esto, sino que en diferentes lugares alrededor del globo fueron sentidos efectos muy peculiares. Silencios en comunicaciones radiofónicas, interrupciones de la energía, fenómenos meteorológicos. Incluso, en la órbita geosincrónica, dos satélites separados entre sí por doce mil kilómetros tuvieron fallos de funcionamiento. Al introducir los efectos y coordenadas de los incidentes en nuestro computador, éste produjo el siguiente perfil del campo de cuatro espacios. —Sacó de su cartera una foto de una imagen de computador.

Bernard intentó forzar la vista para ver mejor. Su visión se aguzó súbitamente.

Podía distinguir el grano del papel fotográfico.

—Como la pesadilla de un levantador de pesas —dijo.

—Sí, un poco retorcido —reconoció Gogarty—. Esta es la única imagen que tiene sentido a la luz de la información. Y nadie puede encontrarle el sentido a esta imagen sino yo. Me temo que esto ha hecho que mis hipótesis suban de precio en el mercado científico. Si estoy en lo cierto, y así lo creo, estamos en dificultades mucho mayores de lo que creíamos, Michael… o mucho menores, según el tipo de dificultad de que se hable.

Bernard notaba cómo el diagrama era intensamente absorbido. Los noocitos habían abandonado el constante bombardeo sobre su mente durante unos segundos.

—Le está dando a mis pequeños colegas mucho en qué pensar. Sean.

—Sí, ¿y sus reacciones?

Bernard cerró los ojos. Después de unos segundos, los abrió de nuevo y sacudió la cabeza.

—Ni una palabra —dijo—. Lo siento, Sean.

—Bueno, no esperaba gran cosa. Paulsen-Fuchs miró su reloj.

—¿Es todo, doctor Gogarty?

—No. Aún no. Michael, la plaga no puede extenderse más allá de Norteamérica. O más bien, más allá de un círculo de siete mil kilómetros de diámetro, si los noocitos han cubierto ese área del globo.

—¿Por qué no?

—Por lo que le he estado diciendo. Ya son demasiados. Si se extienden más allá de ese radio, crearían algo muy peculiar, una porción de espacio-tiempo observada de demasiado cerca. El territorio no podría evolucionar. Demasiados teóricos brillantes, ¿no lo ve usted? Habría una especie de estado de congelación, una ruptura a nivel cuántico. Una singularidad. Un agujero negro de pensamiento.

El tiempo resultaría gravemente distorsionado y los efectos destruirían la Tierra.

Sospecho que ya han limitado su crecimiento, dándose cuenta de esto. —Gogarty se secó la frente con un pañuelo y suspiró otra vez.

—¿Cómo consiguieron que los misiles no detonaran? —preguntó Bernard.

—Yo diría que han aprendido cómo crear bolsas de observación aisladas, muy poderosas. Engañan a trillones de observadores que establecen una bolsa temporal, pequeña, de espacio-tiempo alterado. Una bolsa donde los procesos físicos son lo bastante distintos como para evitar que los misiles explosionen. La bolsa no dura mucho, por supuesto —el universo está en violento desacuerdo con ella—, pero lo bastante como para evitar el holocausto.

—Hay una pregunta crucial —continuó—. ¿Están sus noocitos en comunicación con Norteamérica?

Bernard escuchó internamente y no recibió respuesta.

—No lo sé —dijo.

—Pueden estar en comunicación, sabe, sin usar la radio ni ningún otro medio conocido. Si pueden controlar los efectos que tienen localmente, pueden crear olas de tiempo sutilmente interrumpidas. Me temo que nuestros instrumentos no son lo bastante sensibles como para detectar tales señales.

Paulsen-Fuchs se puso en pie y señaló su reloj.

—Paul —dijo Bernard—, ¿es ésa la razón, por la que se me proporcionan menos noticias? ¿Por qué no se me dijo nada del ataque soviético?

Paulsen-Fuchs no contestó.

—¿Hay algo que pueda hacer usted por el señor Gogarty? —preguntó.

—No inmediatamente. Yo…

—Entonces le dejaremos que reflexione.