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—No todo —dijo la madre, sentada a su lado.

—Ahora podemos ser mucho más listos si queremos —dijo Howard.

Suzy se sintió dolida por un momento; ¿se refería a ella? Howard siempre se había avergonzado de sus notas, era un trabajador duro pero nada brillante. Sin embargo, era más espabilado que su lenta hermana.

—Ni siquiera necesitamos nuestros cuerpos —dijo Kenneth.

—Más despacio, más despacio —les amonestó la madre—. Es muy complicado, cielo.

—Ahora somos dinosaurios —dijo Howard, pinchando un trozo de jamón sin sentarse. Hizo una mueca y soltó la tajada que había levantado.

—Cuando estábamos enfermos —empezó la madre. Suzy dejó caer el tenedor y se puso a masticar pensativa, escuchando no a su madre, sino a otra cosa.

Os curaron Os aman Necesitan —Oh, Dios mío —dijo tranquila masticando su bocado de jamón. Se lo tragó y les miró. Levantó la mano. Líneas blancas por el dorso, extendiéndose hasta más allá de la muñeca para formar débiles redes bajo la piel de su brazo.

—No te asustes, Suzy —dijo su madre—. Por favor, no te asustes. Te dejaron estar porque no podían entrar en tu cuerpo sin matarte. Tienes una química inhabitual, cariño. A otros también les pasa. Pero eso ya no es problema. De todos modos, es a tu elección, cielo. Escúchanos… y escúchales a ellos. Ahora están mucho más sofisticados, cariño, saben mucho más lo que se hacen que cuando entraron en nosotros.

—Estoy enferma también, ¿verdad? —preguntó Suzy.

—Son tantos —dijo Howard abriendo sus brazos hacia la ventana— que podrías contar cada grano de arena sobre la Tierra, y cada estrella del cielo, y todavía no llegarías a su número.

—Ahora escucha —dijo Kenneth, acercándose a su hermana—. Tú siempre me escuchas, ¿verdad?

Ella asintió con un gesto infantil, lento y deliberado.

—No quieren hacer daño, ni matar. Nos necesitan. Somos una pequeña parte de ellos, pero nos necesitan.

—¿Sí? —preguntó Suzy con voz débil.

—Nos aman —dijo su madre—. Dicen que proceden de nosotros, y nos aman como… como tu a tu cuna, la que está en el sótano.

—Como nosotros queremos a mamá —dijo Kenneth. Howard asintió con un gesto serio.

—Y ahora lo someten a tu elección.

—¿Qué elección? —preguntó Suzy—. Están dentro de mí.

—La elección entre que sigas como estás o que te unas a nosotros.

—Pero vosotros estáis como yo, ahora. Kenneth se arrodilló a su lado.

—Nos gustaría mostrarte cómo es, cómo son.

—Os han lavado el cerebro —dijo Suzy—. Yo quiero estar viva.

—Con ellos estamos incluso más vivos —dijo su madre—. Cielo, no nos han lavado el cerebro, nos han convencido. Al principio nos lo pasamos mal, pero eso ya no es necesario ahora. No destruyen nada. Pueden guardarlo todo en su interior, en memoria, pero es mejor que la memoria…

—Porque tú puedes pensarte dentro, y estar allí, como eras…

—O serás —añadió Howard.

—Todavía no entiendo lo que queréis decir. ¿Quieren que pase de mi cuerpo?

¿Van a cambiarme, como a vosotros, como a la ciudad?

—Cuando se está con ellos, ya no hace falta el cuerpo —dijo su madre. Suzy la miró con horror—. Suzy, cariño, hemos estado allí. Sabemos lo que estamos diciendo.

—Parecéis de una secta —dijo Suzy suavemente—. Siempre me habéis dicho que los de las sectas y la gente así se aprovechan de los demás. Ahora estáis intentando lavarme el cerebro. Me dais de comer y me hacéis sentirme bien, y ni siquiera sé si sois mi madre y mis hermanos.

—Puedes seguir como estás, si eso es lo que quieres —dijo Kenneth—. Ellos sólo pensaron que a ti te gustaría estar al tanto. Pero es una alternativa a estar solo y asustado.

—¿Saldrán de mi cuerpo? —preguntó Suzy, levantando la mano.

—Si eso es lo que tú quieres —dijo su madre.

—Quiero estar viva, no ser un fatnasma.

—¿Es esa tu decisión? —preguntó Kenneth.

—Sí —dijo ella con firmeza.

—¿Quieres que nosotros nos vayamos también? Sintió de nuevo las lágrimas y buscó la mano de su madre.

—Estoy confundida —dijo—. ¿Vosotros no me mentiríais, verdad? ¿Sois de verdad mi madre y Kenny y Howard?

Asintieron.

—Sólo que mejores —añadió Howard—. Escucha, nena, yo no era el tipo más listo de la ciudad, ¿verdad? Con buen ánimo, puede, pero a veces más duro de mollera que un adoquín. Pero cuando ellos llegaron a mí…

—¿Quienes son ellos?

—Vinieron de nosotros —dijo Kenneth—. Son como nuestras propias células, no como una enfermedad.

—¿Son células? —Suzy pensó en aquellas cosas como burbujas —había olvidado sus nombres— que había visto en el microscopio de la escuela. Eso le dio todavía más miedo.

Howard asintió.

—Y muy listas. Cuando entraron en mí, me sentí mentalmente tan fuerte. Podía pensar y recordar toda clase de cosas, y me acordaba de cosas que ni siquiera había vivido. Era como estar hablando por teléfono con montones de personas inteligentísimas, y todos amigos, todos cooperando…

—En su mayoría —dijo Kenneth.

—Bueno, sí, a veces discuten, y nosotros discutimos también. No va a ser todo el monte orégano. Pero nadie odia a nadie porque estamos todos duplicados cientos de miles de veces, quizá de millones de veces. Ya sabes, como estar fotocopiado. A todo lo largo del país. Así que, si me muero aquí, ahora, hay cientos de otros en comunicación conmigo, preparados para convertirse en mí, y en realidad no me muero. Simplemente, pierdo este yo en particular. De modo que puedo sintonizarme con cualquier otro, y puedo estar en cualquier otro sitio, y morirse resulta imposible.

Suzv había parado de comer. Dejó de picar comida con el tenedor y lo dejó junto al plato.

—Esto es muy pesado para mí ahora —dijo—. Quiero saber por qué no me puse enferma también.

—Deja que sean ellos quienes contesten esta vez —dijo su madre—.

Escúchales.

Cerró los ojos.

Persona diferente Algunos como tú Murieron /desastre/final Dejada de lado, conservada Como parques esta gente/tú Para aprender.

Las palabras no se formaron solas en su mente. Iban acompañadas de una clara y vivida serie de etapas sensuales y visuales, a través de grandes distancias, mentales y físicas. Se dio cuenta de la diferencia entre la inteligencia de las células y la suya propia, siendo en ese momento integradas las diferentes experiencias; podía tocar las formas y pensamientos de las personas absorbidas en la memoria de las células; incluso podía sentir las memorias parcialmente salvadas de aquellos que murieron antes de ser absorbidos. Nunca había sentido/visto/saboreado nada tan rico.

Suzy abrió los ojos. Ya no era la misma. Algo dentro de ella había sido sobrepasado —la parte que la hacía lenta—. Ahora ya no era lenta del todo, o por lo menos no en todo.

—¿Ves cómo es? —preguntó Howard.

—Me lo voy a pensar —dijo Suzy. Corrió la silla un poco hacia atrás—. Decidles que me dejen y que no me pongan enferma.

—Ya se lo has dicho tú —dijo su madre.

—Necesito tiempo —dijo Suzy.

—Cariño, si quieres, puedes tener todo el tiempo del mundo.

39

Bernard flota en su propia sangre, sin saber bien con quién está comunicándose. La comunicación es llevada corriente de sangre arriba por flagelos, protozoos adaptados capaces de alcanzar altas velocidades en el plasma. Las contestaciones de Bernard vuelven por el mismo método, o son simplemente proyectadas en la sangre.

Todo es información, o falta de información.