Выбрать главу

—¡No me importa! No quiero más revelaciones. No quiero ver nada más. Ya he tenido suficiente. ¿Qué me ha pasado a mí? ¿En qué me he convertido? ¿De qué sirve la revelación, si se malgasta en un loco?

Estaba de nuevo en el marco del Universo de Pensamiento. Miraba las imágenes que surgían a su alrededor, las fuentes simbólicas de diferentes ámbitos de información, luego hacia los círculos que había sobre su cabeza. Ahora brillaban con luz verde.

Estás ANGUSTIADO. Tócalos.

Estiró los brazos y los tocó de nuevo.

Sintió un tirón y se retorció en la interfase, empezando la integración con el Bernard macroescalar; hacia arriba, por el túnel de la disociación, hacia la cálida oscuridad del laboratorio. Era de noche o, al menos, hora de dormir.

Se tendió en el camastro, sin poder casi moverse.

No podemos sostener tu forma corporal mucho más tiempo.

—¿Qué?

Volverás pronto a nuestro mundo, dentro de dos días. Todo tu trabajo en macroescala deberá haber sido completado para entonces.

—No…

No tenernos elección. Hemos aguantado demasiado tiempo. Hemos de transformar.

—¡No! ¡No esoy preparado! ¡Esto es demasiado para mí! —Se dio cuenta de que estaba gritando y se tapó la boca con las manos.

Se sentó al borde del camastro, con la cara, grotescamente arrugada, perlada de sudor.

40

—¿Os vais a ir otra vez? ¿Así como así? —Suzy agarró la mano de Kenneth. El se detuvo frente al ascensor. La puerta se abrió.

—Es duro volver a ser simplemente un humano, ¿sabes? —le contestó—. Da sensación de soledad. De modo que volvemos, sí.

—¿Soledad? ¿Y yo qué voy a sentir? Estaréis muertos otra vez.

—Muertos no, nenita. Ya lo sabes.

—Como si lo estuvierais.

—Puedes unirte a nosotros. Suzy se puso a temblar.

—Kenny, tengo miedo.

—Mira. Te han dejado en paz, como tú les pediste, y te van a dejar ir. Pero lo que puedas hacer ahí fuera, eso no lo sé. La ciudad ya no está hecha a medida de las personas. Te alimentarán y estarás bien, pero… Suzy, todo está cambiando. La ciudad va a cambiar aún más. Tú estarás ahí en medio… pero no te harán daño. Si tú lo escoges, te dejarán de lado como un parque nacional.

—Ven conmigo, Kenny. Tú y Howard y mamá. Podemos volver…

—Brooklyn ya no existe.

—Jesús, eres como un fantasma o algo así. No se puede hablar contigo de cosas con sentido común.

Kenny señaló hacia el ascensor.

—Nenita…

—¡Deja de llamarme así, caramba! ¡Soy tu hermana, so animal! Y me vais a dejar ahí tirada…

—Es a tu elección, Suzy —dijo Kenneth con calma.

—O a convertirme en un zombi.

—Sabes que no somos zombis, Suzy. Sentiste cómo eran y lo que pueden hacer por ti.

—¡Pero ya no seré yo!

—Deja de gimotear. Todos cambiamos.

—¡Pero no de esa manera! Kenneth pareció compadecerse.

—Ahora eres distinta de cuando eras una niña pequeña. ¿Te daba miedo entonces crecer? Suzy le miró fijamente.

—Todavía soy pequeña —dijo—. Soy lenta. Eso es lo que todo el mundo dice.

—¿Te daba miedo de no ser un bebé? Esa es la diferencia. Los demás están todavía bloqueados en el estadio bebé. Nosotros ya no. Tú puedes crecer también.

—No —dijo Suzy. Se dio la vuelta—. Voy a volver a hablar con mamá.

Kenny la asió por el brazo.

—Ya no están ahí —dijo—. Es muy molesto ser reconstruido de esta manera.

Suzy se le quedó mirando, luego se metió deprisa en el ascensor y se apoyó en la pared del fondo.

—¿Bajas conmigo? —le preguntó.

—No —dijo Kenneth—. Yo vuelvo. Todavía te queremos, nenita. Te cuidaremos. Tendrás más madres, hermanos y amigos de los que nunca podrás conocer. Quizá nos dejes estar contigo, alguna vez.

—¿Quieres decir dentro de mí, como ellos? Kenneth asintió.

—Siempre estaremos alrededor. Pero no vamos a reconstruir nuestros cuerpos por ti.

—Ahora quiero bajar —dijo Suzy.

—Pues bajando —dijo Kenenth. Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse— Adiós, Suzy. Ten cuidado.

—¡KennnNETHHH! —Pero la puerta se cerró y el ascensor inició el descenso.

Se quedó quieta en el centro, manoseándose el pelo con dedos nerviosos.

La puerta se abrió.

El vestíbulo era una masa de arcos grises, de aspecto sólido, que soportaban la masa superior de la torre. Se imaginó —o quizá recordó lo que le habían mostrado— que el ascensor y el restaurante eran todo lo que quedaba de la torre original, y que lo habían dejado expresamente para ella.

¿A dónde iré?

Pisó el suelo gris moteado de rojo —no había alfombra ni cemento, sino algo levemente elástico, parecido al corcho—. Una lámina blanca y marrón —la última que vio de esa substancia en particular— se deslizó sobre la puerta del ascensor y lo selló con un ruido siseante.

Caminó por entre la telaraña de arcos, pisando prominencias cilindricas sobre la superficie roja y gris, abandonando la sombra de la transformada torre para salir a la seminublada luz del día.

Sólo quedaba la torre norte. La otra torre había sido ya desmantelada. Todo lo que quedaba del World Trade Center era una sola aguja redondeada, lisa y de un gris brillante en algunas áreas, rugosa y moteada de negro en otras, llena de una telaraña que la impulsaba poco a poco hacia la materia del exterior.

Desde la transformada plaza, cubierta de plumosos abanicos parecidos a árboles, hasta la orilla del río no había más de siete metros.

Caminó por entre los abanicos, que se ondulaban graciosamente sobre sus rojos troncos relucientes, y se dirigió a la orilla. El agua era sólida, de un color verdeagrisado, gelatinosa, sin olas, lisa como el cristal y tan brillante como si lo fuera. Podía ver las pirámidas y las esferas irregulares de Jersey como si fueran una colección particularmente bizarra de juguetes y construcciones infantiles; el reflejo en el sólido río era vivido y perfecto.

El viento silbaba dulcemente. Debería hacer frío o al menos fresco, pero el aire era cálido. Le dolía el pecho de aguantarse las ganas de llorar.

—Madre —dijo—, sólo quiero ser lo que soy. Nada más. Nada menos.

¿Nada más? Suzy, eso es mentira.

Se quedó en pie a la orilla durante largo rato, luego se dio la vuelta y empezó su peregrinación por la isla de Manhattan.

41

El ridículo medio en el que había vivido durante tantas semanas le parecía a Bernard la menor de dos realidades.

Ahora trabajaba poco. Se tendía en la cama con el teclado al lado y se ponía a pensar y a esperar. Sabía que, ahí afuera, la tensión crecía. Y él era el foco.

Paulsen-Fuchs no podía evitar que dos millones de personas llegaran hasta él, para destruirle con el laboratorio. (Aldeanos con antorchas: era a la vez Frankenstein y el monstruo. Ignorantes aldeanos asustados que hacían el trabajo de Dios.)

En su sangre, en su carne, llevaba una parte de Vergil I. Ulam, una parte de su padre y de su madre, partes de personas que nunca había conocido, personas muertas tal vez desde hacía miles de años. Dentro, había millones de duplicados de sí mismos, que se hundían más hondo en el mundo de los noocitos, para descubrir estratos y más estratos de universos biológicos: el viejo, el nuevo y el potencial.

Y sin embargo… ¿dónde estaba la póliza del seguro, la garantía de que no había sido engañado? ¿Y si estaban simplemente conjurando falsos sueños para dejarle sedado, para drogarle para la metamorfosis? ¿Y si sus explicaciones no eran más que pildoras azucaradas con el único objeto de mantenerle tranquilo?