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Breve. Ya. ¡Año Nuevo! NOVA (Final texto 1126.39)

Heinz Paulsen-Fuchs leyó las palabras finales en el VDT y arqueó las cejas.

Con las manos sobre ambos brazos de su sillón, miró el reloj de la pared.

1126.46

Miró hacia la doctora Schatz y se levantó.

—Abra la puerta —dijo. Ella se acercó al interruptor y abrió la puerta de la cámara de observación.

—No —dijo Paulsen-Fuchs—. La del laboratorio.

La doctora titubeó.

1126.52.

Se precipitó hacia la consola, la apartó sin ceremonias y accionó los tres interruptores en rápida sucesión, insistiendo sobre el último.

1127.56.

La escotilla de tres capas sucesivas inició su parsimonioso corrimiento.

—Herr Paulsen-Fuchs…

Se introdujo por la estrecha abertura, en el área de aislamiento exterior, todavía fría por el vacío inducido, hacia el área de alta presión —los oídos le zumbaban—, y finalmente estaba en la cámara interna.

1129.32.

La habitación se inundó de llamas. Paulsen-Fuchs pensó por un momento que la doctora Schatz había accionado algún misterioso sistema de emergencia, que había soltado a la muerte en la cámara.

Pero no era así.

1129.56.

El fuego se extinguió, dejando un olor a ozono y algo como una lente que se retorcía en el aire sobre el camastro.

El camastro estaba vacío.

1130.00.

44

Suzy sintió náuseas y dejó caer el plato.

—¿Ya? —preguntó al aire vacío. Se arrebujó más en la manta—. Kenny, Howard, ¿ha llegado el momento? ¿Cary?

Estaba en medio de un círculo de arena lisa, con el cilindro gris de la comida a su espalda. El sol se movía en círculos irregulares y el aire parecía brillar. Cary le había dicho la noche antes lo que iba a pasar, mientras dormía; le había dicho tanto como ella podía entender.

—¿Cary? ¿Madre? La manta se tensó.

—¡No os vayáis! —gritó. El aire se tornó cálido de nuevo y el cielo parecía cubierto de un viejo barniz. Las nubes se igualaron en untuosos hilachos y el viento se levantó, pasando entre el montículo cubierto de pilares a un lado de la arena y el poliedro anguloso del otro extremo. Las prolongaciones del poliedro tenían un brillo azul y se estremecían. El poliedro se seccionó en cuñas triangulares; la luz salía de la superficie de las cuñas, roja como lava ardiente.

—Es esto, ¿verdad? —preguntó, llorando. Había visto tantas cosas en sueños la pasada semana, había pasado tanto tiempo con ellos, que ahora no discernía bien la realidad de lo que no lo era.

—¡Respondedme!

La manta se estremeció y se elevó sobre su cabeza. Formando una especie de capucha, se cerró sobre su barbilla y cubrió su frente de una lámina, blanca y translúcida. Luego creció alrededor de sus dedos y formó guantes, bajó hasta sus piernas y pies, envolviéndola bien pero permitiéndole moverse con tanta libertad como antes.

El aire tenía un olor dulzón a barnices, frutas, flores. Luego a pan caliente y recién hecho. La manta se ciñó sobre su cara y ella intentó arañarla con los dedos.

Rodó por el suelo hasta que la voz que oía en sus oídos le dijo que se detuviera.

Se quedó tendida en medio de la arena mirando hacia lo alto a través de la transparencia.

—Estáte quieta… Estáte tranquila. —Era la voz de su madre, firme pero amable—. Te has portado como una chica muy voluntariosa —dijo la voz—, y has rehusado todo lo que te hemos ofrecido. Bien, yo quizá hubiera hecho lo mismo.

«Ahora pregunto una vez más, y responde de prisa. ¿Quieres venir con nosotros?

—¿Moriré si no lo hago? —preguntó Suzy, con la voz ahogada por la manta.

—No. Pero estarás sola. Ninguno de nosotros va a quedarse.

—¡Se os llevan!

—Lo que Cary dijo. ¿Le escuchaste, nenita? —ahora era Kenneth. Se esforzó por liberarse de la manta.

—No me abandonéis. Entonces, ven con nosotros.

—¡No! ¡No puedo!

—No queda tiempo, nenita. La última oportunidad.

El cielo era cálido, de un tono amarillo anaranjado, y las nubes se habían estrechado hasta convertirse en hilos enmarañados.

—Madre, ¿se está a salvo? ¿Tendré miedo?

—Se está a salvo. Ven con nosotros, Suzy. Su lengua estaba paralizada, pero su mente parecía ir a estallar.

—No —pensó.

Las voces cesaron. Durante un rato sólo vio líneas que pasaban veloces, de color rojo y verde, y le dolía la cabeza, y sentía ganas de vomitar.

El cielo brillaba allá arriba. La arena se contraía a sus pies, la superficie se alborotaba y cuarteaba.

Y, en un confuso momento, ella estaba en dos sitios a la vez. Estaba con ellos — e la habían llevado, e incluso ahora podía hablar con su madre y hermanos, y con Cary y sus amigos…

Y estaba sobre la movediza arena, rodeada de los temblorosos vestigios del montículo de los pilares y del picudo poliedro. Las estructuras se desmoronaban, como si estuvieran hechas de arena de la playa, que al secarse se desploman al sol.

Luego la sensación pasó. Ya no sentía náuseas. El cielo era azul, aunque algunas de sus partes hacían daño a la vista.

La manta cayó al suelo y se hizo indistinguible del polvo y de la arena.

Se puso en pie y se sacudió la tierra.

La isla de Manhattan estaba tan plana y vacía como una gran llanura. Hacia el sur, las nubes grises se espesaban y oscurecían. Se dio la vuelta. En el lugar donde había estado el cilindro yacían ahora docenas de cajas llenas de latas de conserva variadas. Sobre la caja más cercana, encontró un abrelatas.

—Piensan en todo —dijo Suzy McKenzie.

A los pocos minutos, la lluvia empezó a caer.

Telofase

Febrero, el año siguiente

45

Camusfearna, Gales El invierno de ardiente nieve había sido muy duro en Inglaterra. Esa noche, nubes negras como de terciopelo ensombrecían las estrellas desde Anglesey hasta Márgate, dejando algunas áreas luminosas verdeazuladas sobre la tierra y el mar. Cuando los copos llegaban al agua, se extinguían inmediatamente. Se amontonaban en una capa brillante sobre la tierra que latía como si fuera de rescoldos si alguien la pisaba.

Para luchar contra el frío, los calentadores eléctricos, los termostatos y las calderas habían demostrado su insuficiencia. Las estufas catalíticas que ardían con gas blanco eran populares hasta que se terminaron; luego hubo una gran demanda, porque las máquinas que las construían se habían estropeado.

Las antiguas estufas de carbón y los braseros fueron de sempolvados.

Inglaterra y Europa se hundían rápida y si lenciosamente en un tiempo anterior, más oscuro. Era inútil protestar; las fuerzas que operaban eran, para la ma yoría, insondables.

La mayor parte de las casas y edificios simplemente seguían fríos.

Sorprendentemente, el número de persona; enfermas o moribundas continuó su declinar, tal como había venido sucediendo a lo largo del año.

No hubo estallidos virulentos de epidemias. Nadie sabía el porqué.

Las industrias del vino, cerveza y licores no daban abasto. Las panaderías alteraron radicalmente su línea de productos, y la mayoría se decantaron hacia la producción de pasta y de panes sin levadura. Los organismos microscopicos del mundo entero habían cambiado con el clima, tan impredecible como la maquinaria y la electricidad.

En Europa Oriental y en Asia había hambre, lo cual abundaba en (o confirmaba)

las ideas sobre los actos de Dios. Las mayores cornucopias del mundo ya no existían, y los mercados eran escasamente abastecidos.