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Aceptación, y sola.

¿Dónde estaba Laurie? Donde todo el mundo. En su casa, mirando caer la nieve, como ella. Pero seguramente Laurie tenía a Yves a su lado. No era agradable estar sola en…

de pronto estalló en sollozos, pero inmediatamente se reprimió sí, era eso, lo presentía la última noche del mundo.

—Uau —dijo, extendiendo el vestido y sentándose a la mesa en una de las sillas. Se frotó los ojos. Todo esto la había afectado mucho. Se estaba volviendo loca. Estúpida, como de costumbre.

No tenía miedo, sin embargo.

Aceptación.

La puerta del armario chirrió y ella se giró para mirar, casi esperando ver a Narnia tras las ropas. (Le había gustado el apartamento nada más verlo, a causa del armario).

Dentro del armario caía la nieve. Luminosos copos se deslizaban sobre las ropas. Se estremeció y se levantó lentamente, se alisó el vestido y, paso a paso, se acercó al armario. Confetti de luz jugaban en el interior, por la madera del fondo, sobre los vestidos, incluso entre las perchas.

Abrió la puerta de par en par y se miró en el espejo. Tras él, se veía rodeada de espuma brillante, como millones de burbujas de ginger ale.

Suzy se inclinó hacia delante. El rostro que veía en el espejo no era exactamente el suyo. Se tocó los labios, luego juntó las yemas de sus dedos con las de la imagen —frías, de cristal.

El frío y el brillo se disiparon. Las yemas de sus dedos recuperaron su calor.

Suzy retrocedió, hasta que se tropezó con la silla.

La imagen salió del espejo, sonriéndole.

No era ella propiamente. Era su madre también. Su abuela. Y quizá su bisabuela, y aun alguien anterior. La mayor parte era Suzy, pero también las demás. Todas en una. Le sonreían.

Suzy intentó subirse la cremallera del vestido hasta más arriba. La imagen tenía los brazos abiertos, y se parecía mucho a la madre de Suzy, y Suzy corrió hacia ella y apretó su cara contra el hombro de su madre, contra el verde terciopelo de su vestido. No lloró.

—Vamos a utilizar el armario —dijo con voz ahogada. La imagen —que ahora era más Suzy— meneó la cabeza y tomó a Suzy de la mano. Entonces Suzy recordó.

Cuando la ciudad transformada hubo desaparecido, dejándola sola —después de que ella se negara a irse con Cary o con cualquier otro—, se había sentido duplicada.

La habían copiado. Como fotocopiada.

Se habían llevado la copia con ellos, como medida de seguridad.

Y ahora la traían de nuevo para que se encontrara con la Suzy original. La copia había cambiado, y el cambio resultaba maravilloso. Era toda Suzy, y toda su madre, y todas las demás individualmente, pero juntas.

La imagen guió a Suzy hasta la pared trasera del apartamento, lejos de la ventana. De pie sobre la cama, se sonreían la una a la otra.

—¿Preparada? —preguntó la imagen en silencio.

Suzy miró hacia atrás sobre su hombro hacia la zumbante nieve, luego sintió que la cogían, cálida y sólidamente. ¿A cuántos apretones de manos de alguien que está en América?

Bueno, pues a ninguno en total.

—¿Vamos a ser lentos en el sitio a donde vamos? —preguntó Suzy.

—No —expresó la imagen, que ahora ya era enteramente Suzy. Suzy podía verlo en sus ojos. Cary tenía razón. Arreglaban a la gente.

—Me alegro. Estoy harta de ser lenta.

La imagen le tendió la mano, y juntas atravesaron el papel de la pared. Fue fácil. La pared se había abierto y el papel se había enrollado a los lados.

Más allá de la pared había nieve, pero no era como la que se veía por la ventana. Esta nieve era mucho más hermosa.

Debía haber como un millón de copos por cada persona viva. Y todos bailaban juntos.

—¿No vamos a utilizar el armario? —preguntó Suzy.

—No va a donde nosotras vamos —dijo la imagen. Juntas, se apretaron—.

Prepárate, vamos…

Y saltaron de la cama, a través de la abertura de la pared.

El edificio tembló, como si en alguna parte se hubiera cerrado de golpe una gran puerta. En medio de la noche, los copos ardientes bailaban su danza browniana. Las negras nubes se tornaron transparentes y Suzy vio todos los caminos a la vez. Era una deliciosa pero sobrecogedora visión.

La tormenta se calmó justo antes del amanecer. La tierra quedó muy sosegada al pasar el hemisferio oscuro.

Llegó el día alegremente, proyectando un resplandor gris anarajando sobre el océano sin olas y la tierra firme. Anillos concéntricos de luz se extendían desde el levante.

Suzy miraba a su alrededor. (¡Era tan diminuta y, sin embargo, podía verlo todo, ver grandes cosas!)

Los planos interiores proyectaban largas sombras a través de la niebla circundante. Los planetas exteriores oscilaban en sus órbitas, y luego florecían en un esplendor caleidoscópico, extendiendo frescos brazos luminosos que daban la bienvenida a casa a las lunas pródigas.

La Tierra, en el espacio de un largo y trémulo suspiro, se unió a la corriente.

Para entonces, las ciudades, pueblos y aldeas —las casas y las chozas y las tiendas— estaban tan vacías como conchas en la playa.

La nooesfera extendía sus alas. Y allá donde rozaba, las mismas estrellas bailaban, festejaban, se convertían en copos de nieve ardiente.

Interfase

Universo de pensamiento

Michael Bernard, que tenía y no tenía diecinueve años, estaba sentado en el Klamshak frente a Olivia. Sobre ellos, colgaban el soso pez luna, la lagosta de plástico y los flotadores de corcho, no muy originales.

Ella acababa de decirle que había roto su compromiso.

Bajó él la vista hacia la mesa, percibiendo ahora entre ellos un muy distinto potencial. El camino había sido despejado.

—Excelente cena —dijo Olivia, cruzando las manos sobre su plato, lleno de conchas de ostras vacías y de colas de gamba—. Gracias. Me he alegrado mucho de que me llamaras.

—Me sentía tonto —dijo Bernard—. La última vez me comporté como un auténtico bobo.

—No. Fuiste muy galante.

—Galante. Mm. —Se rió.

—Estoy bien. Al principio fue un golpe, pero…

—Debe haberlo sido.

—Ya sabes, cuando él me lo dijo, sólo pensé en volver a la escuela y hacer mi vida normal como si nada hubiera pasado. Como si romper un compromiso no significase nada de nada. Pero cuando se fue, me dolió. Y cuando pensé en ti.

—¿Vas a darme otra oportunidad?

Olivia sonrió.

—Sólo si puedes seguir haciéndome sentir tan bien como ahora.

Nada se pierde. Nada se olvida.

Estaba en la sangre, en la carne, Y ahora es por siempre.