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Cuando estuvo dentro del probador se desvistió y se puso uno de los camisones. Bryan los había escogido al azar, pero, increíblemente había acertado con su talla, y tenía que admitir que tenía muy buen gusto.

De pronto, y sin saber por qué, se imaginó a sí misma con aquel camisón en el dormitorio de Bryan, y a él mirándola desde la cama con una sonrisa picara.

No había nadie allí, ni habrían podido adivinar lo que estaba pensando, pero se puso roja como una amapola.

Bueno, ¿y por qué no iba a comprarse un camisón sexy por una vez en su vida?, se dijo. Ya estaba cansada de ser tan poco atrevida.

– ¿Quién es? -le preguntó Sharon a Bryan en cuanto se quedaron a solas.

– La conocí en París, pero es de Kansas -contestó él, ajustándose a lo que Lucy le había dicho a su prima.

Su madrastra no tenía apenas contacto con su familia desde que había iniciado los trámites del divorcio, pero de vez en cuando hablaba con su padre porque ese asunto aún no estaba zanjado del todo.

– ¿Y le estás comprando lencería?

Bryan se encogió de hombros.

– ¿Hay algo de malo en que un hombre le compre lencería a su novia?

Su madrastra enarcó las cejas.

– Oooh… Así que es tu novia. En todo el tiempo que estuve casada con tu padre no recuerdo que tuvieras ninguna novia -comentó suspicaz.

– Lindsay es muy especial.

– Imagino que debe serlo. Parece una chica… encantadora -dijo Sharon con una sonrisa forzada-. Bueno, te dejo. Sólo he entrado porque pasaba por aquí. Estoy de tiendas, buscando un traje para una boda a la que me han invitado. Tú sabes cómo odio los compromisos sociales, pero celebran el banquete en el hotel Carlyle, y he oído que puede que haya un par de celebridades presentes, así que…

Que odiaba los compromisos sociales… ¡Ja! Sharon nunca había ocultado su interés por codearse con la gente famosa e influyente.

No era que Bryan tuviese nada contra ella. Después de todo a su hermano Cullen y a él no les había puesto jamás cortapisa alguna a pesar de que se habían mostrado bastante difíciles con ella. Sin embargo, no le daba precisamente buenas vibraciones, y además había intentado sacarle a su padre hasta el último centavo con el divorcio.

Se despidieron, y al poco salió Lucy de los probadores.

– ¿Se ha ido?

Bryan asintió, y se preguntó si su madrastra aprovecharía su fortuito encuentro como excusa para llamar a su padre e intentar sonsacarle algo más acerca de Lucy. Aunque se estuviesen divorciando, a Sharon le encantaban los cotilleos.

– Trae, colgaré esos camisones donde estaban mientras te pruebas el que querías -le dijo alargando la mano.

– No, he decidido que me llevaré estos; me gustan.

Bryan bajó la vista a los camisones, con sus transparencias y sus adornos de encaje, y sintió que cierta parte de su anatomía se excitaba. Dios, no quería ni imaginársela con uno de aquellos camisones. ¿Qué quería, matarlo?

Capítulo Cinco

Al día siguiente, cuando Lucy se levantó, se puso una camiseta de tirantes, unos pantalones cortos de algodón, y las zapatillas de deporte, y fue a la cocina, donde encontró a Bryan esperándola mientras preparaba café.

– ¿Lista? -le preguntó, sin molestarse en disimular que estaba mirándole las piernas.

Bueno, al menos no estaba mirándole el pecho, pensó Lucy. Claro que tampoco tenía motivos para hacerlo. Los sujetadores «mágicos» de Scarlett no eran prácticos para correr, así que se había puesto uno deportivo que había comprado el día anterior.

– Sí, aunque tengo que advertirte que estoy en muy baja forma.

– No pasa nada; nos lo tomaremos con calma.

Diez minutos después Lucy iba pensando que si aquello era lo que él entendía por «tomárselo con calma», no quería imaginar lo que sería «tomárselo en serio». Iba jadeante, y le dolían todos los músculos.

Bryan tuvo la gentileza de no hacer ningún comentario al respecto, y al cabo de un rato Lucy por fin pilló el ritmo y se sintió algo mejor.

– ¿Vas bien? -le preguntó Bryan.

Lucy asintió con la cabeza y se concentró en su respiración.

Bryan la había llevado a Central Park, y a cada pocos metros se cruzaban con personas que, como ellos, habían salido a correr esa mañana.

Lucy aminoró un poco el ritmo para poder correr detrás de Bryan y disfrutar de la vista de sus piernas fuertes y bronceadas y de esos firmes glúteos que le encantaría apretar entre las manos. Aquella imagen mental la hizo prorrumpir en una risa tonta, y casi se ahogó por la falta de oxígeno.

Se detuvo entre toses, y al instante Bryan se paró también y fue junto a ella.

– Quizá deberíamos volver -sugirió.

Lucy asintió.

– Para no estar en forma no lo has hecho nada mal -le dijo Bryan.

Lucy sonrió para agradecerle el cumplido, y él le devolvió la sonrisa. El corazón de Lucy palpitó con fuerza, y se encontró deseando que no fuese sólo una responsabilidad para él, alguien a quien debía proteger. Le habría gustado que se hubiesen conocido de otro modo.

Para cuando llegaron al edificio de Bryan, Lucy estaba toda sudorosa, pero para su sorpresa, en vez de subir directamente a su apartamento, Bryan la condujo al restaurante y entraron en las cocinas, donde le presentó a Stash, el gerente, que la miró con curiosidad y le dijo a su jefe:

– Así que es ésta, ¿eh?

– Ésta es -asintió Bryan con una sonrisa vergonzosa.

Lucy frunció el ceño, preguntándose qué querrían decir con eso, y por qué Bryan parecía algo azorado. Paseó la mirada por las enormes cocinas, fijándose en lo limpio que estaba todo. Tres hombres y una mujer con gorros de cocinero y delantales blancos estaban atareados, preparando ya los distintos platos del día mientras bromeaban y reían.

Parecía un lugar de trabajo agradable, pensó Lucy. En Alliance Trust los empleados apenas sonreían ni alzaban la voz. Sí, aquel banco era como un mausoleo, y no lo echaba de menos en absoluto.

– ¿Quieres ver el comedor? -le ofreció Bryan.

– Oh, sí, me encantaría.

Lucy se quedó prendada de la decoración del comedor. Era muy chic, moderna, y tenía un toque romántico, con sillas, banquetas, y sillones tapizados en cuero negro, mesas con la superficie de cobre y luces bajas en un tono rojizo.

– Me encanta -le dijo a Bryan-. ¿Podremos venir a comer o a cenar aquí algún día?

Daría lo que fuera por poder tener una cena romántica allí con él. Como estarían en público tendrían que actuar como si fuesen una pareja de verdad, y a ella no le costaría nada meterse en su papel.

– Puedes venir cuando quieras aunque yo no esté; Stash te atenderá.

Para Lucy, que ya estaba imaginándolos a los dos compartiendo un plato exótico y dándose de comer bocaditos el uno al otro con palillos chinos, su respuesta fue como un jarro de agua fría.

Eso no era lo que habría querido oír.

Bryan le mostró también la zona del bar, para aquellos clientes que sólo querían tomar una copa y un aperitivo o sentarse mientras esperaban a que les diesen una mesa, y también un comedor privado para comidas y cenas de empresa, celebraciones, y cosas así.

– En la planta superior tenemos las oficinas y los cuartos que utilizamos para almacenar los alimentos que no necesitan frío -le explicó cuando salieron del amplio y elegante comedor privado-. ¿Quieres que subamos?

Lucy miró su reloj de pulsera.

– Quizá otro día. Si queremos avanzar debería ponerme ya a revisar en tu ordenador toda esa información que descargué en el banco, ¿no crees?

Bryan asintió.

– Sí, tienes razón. En fin, en otra ocasión terminaremos esta visita guiada.

Horas después Lucy estaba en el estudio de Bryan, intentando sacar algo en claro de todos aquellos datos. Bryan le había dicho que había estado echándoles un vistazo conjuntamente con varios expertos de su agencia, pero no habían logrado averiguar quién estaba desviando el dinero de los fondos de pensiones, sin duda porque aquellas operaciones debían haber sido hábilmente camufladas como transacciones ordinarias.