Lucy llevaba ya casi tres horas revisando mensajes de correo electrónico. Se sentía fatal por estar invadiendo de ese modo la privacidad de sus compañeros de trabajo, pero Bryan le había asegurado que era legal y necesario. Quizá quien estaba malversando esos fondos no fuese tan estúpido como para dejar pruebas que pudieran incriminarlo, pero por algún sitio tenían que empezar.
En ese momento oyó pasos subiendo las escaleras y se dijo que debía ser Bryan, que había ido a ocuparse de algunos asuntos del restaurante y a hablar con otros agentes de su equipo, por si hubieran hecho algún progreso.
Se volvió sonriente en el asiento para saludarlo cuando la puerta se abrió detrás de ella, pero la sonrisa se borró de sus labios al ver lo serio que estaba Bryan.
– ¿Qué ha pasado?; ¿malas noticias?
– Uno de los agentes de mi equipo está desaparecido.
– Oh, no, eso es terrible.
– No se sabe nada de él desde hace tres días.
– ¿Y qué crees que haya podido ocurrirle? ¿Dónde estaba la última vez que tuvisteis noticias suyas?
– En Francia. Se había infiltrado en esa asociación benéfica falsa a la que han estado desviando los fondos. O bien lo han descubierto, o bien él es el traidor.
– ¿Y tú piensas que pueda serlo?
– No lo sé; me resulta difícil de creer. He trabajado con Stungun en otras dos misiones, y me pareció de confianza.
– ¿Stungun?, ¿así es como se llama?
– No, es su nombre en clave. Ninguno de nosotros sabe el nombre de los otros. Ni siquiera nuestro superior sabe cómo nos llamamos.
– ¿Y cuáles son los nombres en clave de los otros compañeros de tu equipo?
– Tarántula y Orquídea. Mi superior se llama Siberia.
– A lo mejor no debería habértelo preguntado si es algo secreto.
Bryan esbozó una leve sonrisa y acercó una silla para sentarse junto a ella.
– No pasa nada; cambiamos de nombre en clave cada cierto tiempo -le dijo-. ¿Has descubierto algo interesante?
– Nada en el correo electrónico. He empezado a comparar las horas de conexión y desconexión de distintos empleados a las horas a las que se hicieron las transacciones ilegales. Me llevará tiempo y es bastante pesado, pero creo que será un buen método para reducir el número de sospechosos.
– ¿Has podido eliminar a alguien de esa lista de sospechosos?
– A un par de personas, pero como te digo es complicado, porque la mayoría de la gente está conectada a Internet casi todo el día.
– Es un comienzo -dijo Bryan-. Si tienes hambre hay fiambre y fruta en la nevera.
Lucy miró el reloj y se sorprendió de ver que eran casi las dos de la tarde.
– Y me temo que tengo otra mala noticia -añadió Bryan.
Lucy levantó la cabeza preocupada.
– ¿No se tratará de mi familia, verdad? Espero que no hayan denunciado mi desaparición o algo así.
No, no podía ser eso. No tenía demasiado contacto con sus padres; sólo los llamaba cada dos semanas, así que no podían estar preocupados aún por ella.
– No, no es eso. Es que mis abuelos van a dar una cena esta noche, y nos han invitado.
– Oh -fue todo lo que acertó a decir Lucy.
Debía haber corrido entre los parientes de Bryan la noticia de que tenía una nueva novia y sin duda los patriarcas de la familia querrían conocerla para ver si era adecuada para su nieto.
– En fin, al menos estarán allí mis tíos y mis primos, y últimamente no hacen más que discutir unos con otros, así que la atención no se centrará sólo en ti. ¿Te sientes preparada para hacer esto?
– Claro… siempre y cuándo nadie me pregunté por qué vine a Nueva York desnuda.
Mientras esperaba en el salón a que Lucy acabara de prepararse para la cena en The Tides, la mansión de sus abuelos, Bryan se recordó que no tenía por qué estar nervioso. Lucy no era su novia de verdad, y además su familia no tenía por qué sospechar nada; todo iría bien.
Cuando oyó abrirse y cerrarse la puerta del cuarto de Lucy, se giró de inmediato hacia el rincón por el que aparecería, y de pronto se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento.
Claro que después de haberla visto con algunos de los conjuntos que le había dado Scarlett, estaba deseando ver cuál había escogido Lucy para esa ocasión.
No lo defraudó. Se había puesto un vestido de gasa de color violeta, sin mangas, y que se anudaba en el cuello. Le quedaba un poco por encima de las rodillas, y la parte baja estaba adornada con unos volantes, pero no por ello resultaba conservador, sino más bien sexy.
Además, bajo la fina tela se adivinaban las suaves curvas de su cuerpo y sobre los hombros le caía un chal también de gasa de color plateado.
– ¿Demasiado atrevido? -le preguntó Lucy insegura-. No quiero que tu familia piense que soy una chica fácil. Claro que después de que les hayamos contado que me he venido a vivir contigo a pesar de que sólo hace un par de semanas que nos conocemos, debe ser eso exactamente lo que piensen.
– A mí me parece que estás preciosa -le dijo Bryan.
Quería tocarla, deshacer el nudo que sostenía el vestido y bajárselo hasta la cintura. Quería besar esos jugosos labios, y estimular los pezones con sus dedos hasta que se endurecieran y…
– ¿Bryan?
– ¿Qué? -preguntó él sobresaltado.
– ¿No deberíamos irnos ya? No voy a darles muy buena impresión si llegamos tarde.
Bryan se obligó a pensar en aquella vez que el aeroplano en el que viajaba durante una misión se había estrellado en Groenlandia, en medio de una tormenta de nieve. Frío, había pasado mucho frío, un frío horrible.
Mejor; aquella imagen mental lo ayudó a calmarse un poco y recobrar la compostura.
– Sí, vámonos -le dijo ofreciéndole el brazo. Lucy se asió a él, y le sonrió vacilante-. No tienes por qué preocuparte, pareces una diosa.
– Oh, para ya, no es verdad.
– Pues claro que lo es. Y no es sólo por el vestido, ni por el corte de pelo que te hizo Scarlett; desde tu cambio de imagen incluso caminas de un modo distinto, más erguida.
– Debe ser la Lindsay que hay en mí -murmuró ella con sorna.
Sin embargo, a Bryan no le pasó desapercibida la sonrisa que afloró a sus labios.
De camino a la mansión, Lucy repasó mentalmente la historia que Bryan y ella habían preparado: se habían conocido en una cafetería de París donde Bryan estaba intercambiando recetas con el chef. Ella había ido a París porque estaba intentando escribir una novela y había pensado que allí encontraría la inspiración que buscaba. Estaba tratando de encontrarse a sí misma, y como había heredado una suma considerable de un tío abuelo suyo, no tenía prisa por conseguir un empleo.
Incluso habían inventado nombres falsos para sus padres y la pequeña ciudad de Kansas donde supuestamente había nacido.
– Puedes decir que hasta hace poco estuviste trabajando en un banco. Así podrás hablar de algo que conoces; pero di que fue en otro sitio que no sea Washington, claro.
– ¿Y qué digo si me preguntan qué he estudiado? ¿Puedo decir la verdad, que soy licenciada en Ciencias Económicas?
– De acuerdo, pero si te preguntan en qué universidad, di… no sé, en la universidad de Loyola, en Chicago. Nadie de mi familia conoce Chicago.
– Bien. De todos modos creo que intentaré desviar la conversación de mí en la medida de lo posible. Les haré preguntas sobre ti. Con Scarlett funcionó bastante bien.
– ¿De veras? ¿Y qué te contó de mí?
– Me dijo que eras el único de entre todos los primos que no ha querido trabajar en la empresa de la familia. ¿Por qué?
– Bueno, no es que no quisiera. En un principio de hecho estudié Gestión de Empresas con las idea de entrar a trabajar en Elliott Publication Holdings, pero el gobierno me «reclutó» antes de que acabara la carrera. Claro que no podía decirle a mi familia que estaba siendo adiestrado para ser un espía, así que compré el restaurante.