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– ¿Y por qué un restaurante? No sé, ¿por qué no cualquier otro tipo de negocio?

– Conocí a Stash en el instituto. Dirigir un restaurante era su sueño, y a mí siempre me había gustado la cocina, así que compré el local y lo contraté a él como gerente.

– Cuéntame más cosas de tu familia -le pidió Lucy-. ¿Quién asistirá a la cena de esta noche?

– La verdad es que no lo sé. Antes, cuando mis abuelos organizaban una reunión familiar acudía todo el mundo, pero con lo tensas que están las cosas últimamente no estoy seguro de quién irá.

– ¿Y tu padre y tu madre?

– Mi madre no. Mi padre en cambio probablemente sí estará.

– Tus padres… ¿no se llevan bien? -inquirió Lucy.

Le entristecía pensar lo mal que debían haberlo pasado Bryan y su hermano por el divorcio de sus padres. Scarlett le había contado que eran muy niños cuando sus padres habían decidido que no podían seguir juntos.

– Oh, no, de hecho se llevan bastante bien. Es a mi abuelo a quien mi madre no soporta.

– ¿A tu abuelo?

Bryan asintió.

– Creo que no ha vuelto a dirigirle la palabra desde que mi padre y ella se divorciaron. La única persona de la familia con quien mantiene el contacto es con Karen, la esposa de mi tío Michael.

– Pero… ¿le hizo algo tu abuelo para que no quiera ni verlo?

– Creo que lo culpa de que su matrimonio no funcionara -respondió él encogiéndose de hombros-. Mi abuelo es un hombre muy controlador. De hecho, cuando yo era un crío… en fin, es una historia muy larga; no creo que quieras escucharla.

– No, claro que quiero oírla. A menos que tú no tengas ganas de hablar de ello.

Bryan vaciló un instante antes de continuar.

– Cuando yo era niño tuvieron que hacerme una operación de corazón, una operación que el seguro médico de mis padres se negaba a costear porque se consideraba algo experimental. Mi abuelo la pagó, y es algo por lo que siempre le estaré agradecido, pero parece que utilizó aquel favor para manejar a mis padres a su antojo, y creo que eso fue lo que provocó que acabaran divorciándose.

La honda tristeza en el rostro de Bryan hizo que Lucy alargara la mano y la posara en su brazo.

– ¿No te echarás la culpa de eso, verdad? Nadie puede culparte porque tuvieras un problema de salud.

Bryan giró la cabeza hacia ella y sonrió.

– Eres una mujer increíble, Lucy Miller -le dijo tomándole la mano y apretándosela suavemente.

Lucy sintió un cosquilleo delicioso en la palma que tardó en desvanecerse aun cuando Bryan le soltó la mano porque tenía que cambiar de marcha, y se preguntó cómo sería si la tocase en otra parte del cuerpo si con sólo tomarla de la mano la hacía sentirse así. Mejor no pensar en eso, se dijo, notando que estaba acalorándose de sólo imaginarlo.

Cuando llegaron a la mansión, que se alzaba en lo alto de un acantilado, Lucy se quedó boquiabierta. Nunca en su vida había visto nada igual.

Otros coches habían llegado ya. Bryan aparcó, se bajó, y rodeó el vehículo para abrirle la puerta a Lucy.

– Recuerda, estás loca por mí -le dijo en un siseo al tiempo que le ofrecía el brazo.

Si él supiera que no le haría falta siquiera fingirlo porque ya lo estaba…

La mansión resultó ser aún más impresionante por dentro que por fuera. Bryan la condujo al salón, donde la persona del servicio que les abrió les dijo que ya estaban los demás. Cuando entraron el murmullo de conversaciones se detuvo, y los familiares de Bryan se quedaron mirándolos expectantes.

– Ah, Bryan, ya estáis aquí -dijo un hombre de unos cuarenta años acercándose a ellos.

Parecía demasiado joven para ser su padre, pero por el parecido físico entre ambos no podían ser otra cosa más que padre e hijo.

– Tú debes ser Lindsay -le dijo a Lucy tendiéndole la mano-. Soy Daniel Elliott, el padre de Bryan.

Lucy le estrechó la mano.

– Encantada.

Bryan le fue presentando luego al resto de sus parientes allí congregados: su hermano Cullen y su esposa, Misty; John, el prometido de Scarlett; Summer, la hermana gemela de ésta y su prometido, Zeke Woodlow, y finalmente el abuelo y la abuela de Bryan, el patriarca y la matriarca del clan Elliott.

Lucy no había conocido jamás a un hombre que intimidara tanto como Patrick Elliott. Aunque ya debía tener bien cumplidos los setenta, se le veía fuerte y ágil, y era evidente que allí su palabra era ley.

– Así que tú eres la nueva novia de Bryan -murmuró mirándola con ojo crítico, como si fuera un caballo que hubiera comprado en una subasta.

Bryan los había presentado formalmente, pero su abuelo no le había tendido la mano, sino que la había saludado únicamente con un brusco asentimiento de cabeza.

– No te dejes impresionar por él -le dijo Maeve, la abuela de Bryan, cuando su marido se hubo alejado-. Es un viejo gruñón, pero en el fondo es un pedazo de pan. Bienvenida a nuestra casa, Lindsay.

La anciana la tomó de ambas manos y se las apretó con una sonrisa. Parecía una mujer encantadora.

Minutos después llegaron Shane, uno de los tíos de Bryan, su primo Teagan, y la prometida de éste, Renee, y al cabo de un rato, tras las presentaciones, se fueron formando pequeños grupos, aunque el tema de conversación era común: Elliott Publication Holdings y aquella competición entre las principales revistas de la que le había hablado Scarlett.

Se palpaba esa competitividad que le había mencionado, pero no todo era tensión; también habían risas y espontáneos abrazos entre unos y otros.

Lucy no estaba acostumbrada a esa clase de demostraciones públicas de afecto entre familiares. En el hogar en el que ella se había criado nunca se habían oído muchas risas, ni recordaba que sus padres la hubiesen abrazado jamás.

– Deja que te llene de nuevo la copa, Lindsay -le dijo el padre de Bryan acercándose a ella en ese momento-. ¿Qué vino estabas tomando?

– Um… ¿Tinto?

– No, me refería a si era el Borgoña o el Pinot Noir.

Lucy imaginaba que se suponía que debería saber distinguir entre ambos, pero sus padres no habían permitido que entrase alcohol jamás en su casa, y durante el tiempo que había estado trabajando para In Tight sólo había bebido cerveza o cosas más fuertes, como whisky o tequila.

El padre de Bryan, que debió advertir su confusión, la condujo a la mesa alargada donde estaban las bebidas y los aperitivos.

– Éste es el Borgoña -le explicó levantando una botella-. Es excelente, de Australia, y el Pinot Noir es éste otro. Es de Chile y tiene un toque ligeramente afrutado -añadió soltando la botella y tomando otra-. Finge que te interesa lo que te estoy contando aunque sea una aburrida disertación sobre vino -le dijo guiñándole un ojo-, no me hagas quedar mal.

Lucy se rió.

– Oh, no, me parece muy interesante. Lo que pasa es que no entiendo demasiado de vinos. Creo que el que me sirvieron fue el Borgoña.

El padre de Bryan le llenó de nuevo la copa y se la devolvió.

– En realidad es otro el motivo por el que te he traído hasta aquí, donde no puedan oírnos los demás -le dijo en voz baja-. Quería hablar en privado contigo.

«Oh-oh…», pensó Lucy. Debía haber metido la pata, sin darse cuenta probablemente había dicho alguna cosa que la había descubierto.

– Estoy muy preocupado por Bryan. Ha estado viajando tanto últimamente… Y cuando apareció en la boda de su hermano en mayo con el labio partido y cojeando… Dijo que había tenido un accidente con el coche, pero su coche no tenía ni un arañazo.

Bryan no le había contado nada de aquello, y debió reflejarse en su rostro, porque el padre de Bryan le dijo sorprendido: