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– ¿Pensabas servirle esta tarta a los clientes?

– Ahora desde luego ya no voy a poder hacerlo -contestó él, fingiéndose indignado. Luego, sin embargo, esbozó una sonrisa traviesa y añadió-: En realidad estaba pensando en tomármela entera yo solo.

– ¿Tú solo? Qué egoísta. Yo también quiero un poco. ¿Qué tienes que hacer ahora?

– Voy a cortar el bizcocho en varias capas -le explicó él, yendo a por un cuchillo.

Lucy lo observó mientras lo cortaba en cuatro capas, las cuatro del mismo grosor.

– Vaya, eres un experto en el uso del cuchillo -comentó.

Bryan, recordando lo que le había dicho en la playa acerca de su «talento», decidió pagarle con la misma moneda.

– También soy un experto en el uso de otros… instrumentos.

– Seguro que sí.

Bryan le lanzó una mirada de advertencia antes de volver a centrar su atención en la tarta. Untó la capa inferior con nata montada, luego un poco de la crema de chocolate con leche y nueces, y colocó la segunda capa encima. Ésta la untó con otro poco de nata montada, después crema de chocolate negro con bourbon, y puso encima la tercera capa, que cubrió nuevamente con nata montada, más crema de chocolate con leche y nueces, y unas almendras fileteadas. Finalmente colocó encima la capa superior.

– Estaba pensando espolvorearle un glaseado por encima -dijo Bryan-, pero no estoy seguro de qué sabor debería ponerle. ¿Limón?

Lucy negó con la cabeza.

– ¿A un bizcocho de naranja? Demasiado cítrico -replicó-. No es que entienda mucho de cocina, pero podrías ponerle sabor a menta.

– Mmm… No es mala idea.

Bryan fue a por un bote de extracto de menta y después de preparar el glaseado lo extendió sobre la tarta, que adornó luego con unas rodajas de naranja y unas hojas de menta fresca.

– Es la tarta más bonita que he visto en toda mi vida -dijo Lucy admirada-. Lástima que vayamos a cortarla. ¿Porque vamos a probarla, verdad? -inquirió ansiosa.

Bryan se rió y cortó dos porciones, que colocó en sendos platos antes de tenderle uno. Lucy lo tomó, pero sus ojos no estaban en el pedazo de tarta, sino en una manchita de nata en la mejilla de Bryan.

– ¿Qué? -inquirió él, al ver que estaba mirándolo.

– Tienes nata en la cara.

– Oh.

Bryan se limpió con el paño que tenía sobre el hombro, pero no llegó a la mancha.

– Espera, déjame a mí -le dijo ella quitándole el paño de la mano.

Sin embargo, en vez de usarlo, se puso de puntillas y le limpió la mejilla con la lengua.

Las pupilas de Bryan se dilataron.

– Oh, Lucy… -murmuró con voz ronca por la pasión contenida.

Ella, recordando que estaban cerca de la cocina, no se lo pensó dos veces y volvió a mojar un dedo en la crema de chocolate, y le manchó la otra mejilla para luego lamerla como había hecho antes.

– Eres una chica muy traviesa -dijo Bryan.

El no iba a ser menos. Metió el dedo en el bol de nata montada, y lo pasó por los labios de Lucy.

– Fíjate; te has manchado tú también.

Lucy se lamió los labios, pero Bryan sacudió la cabeza.

– No, no, todavía te queda -le dijo antes de inclinarse para besarla.

El beso comenzó siendo apenas un roce de labios, pero pronto se volvió más apasionado, y al cabo de un rato tuvieron que parar porque estaban quedándose sin aliento. Sin embargo, Bryan no se quedó quieto, sino que imprimió un reguero de suaves besos por la línea de la mandíbula y el cuello de Lucy, al tiempo que le acariciaba el pecho a través de la camiseta.

– No llevas nada debajo -murmuró.

– Es que me vestí a toda prisa antes de bajar -contestó ella arqueándose hacia él.

Quería que acariciara cada centímetro de su cuerpo.

Bryan le subió la camiseta, dejando sus senos al descubierto, y la empujó contra el frigorífico para besarlos y lamerlos, primero con delicadeza, y luego casi con fruición.

Lucy estaba cada vez más excitada, y no dejaba de gemir y suspirar.

Bryan se detuvo un momento para quitarle la camiseta, y comenzó luego a desabrochar su camisa, pero su impaciencia era tal que arrancó los últimos botones.

Cuando apretó su torso desnudo contra el de ella, los dos jadearon extasiados.

– Bryan… -murmuró Lucy frotándose contra él.

– Lucy, deberíamos parar.

– Oh, no. No, no, no, no me hagas eso.

– No tengo encima ningún preservativo.

– No es necesario; tengo un DIU.

– ¿Lo dices en serio?

Lucy bajó las manos para desabrocharle los pantalones.

– ¿Cómo iba a bromear con algo así? Y ahora hazme el amor, Bryan Elliott, o te echaré toda la crema de chocolate por la cabeza.

Capítulo Siete

Bryan volvió a besar a Lucy, inhalando su aroma. Olía aún mejor que el chocolate.

– Deberíamos subir a mi dormitorio -murmuró.

– No. Estoy segura de que te echarás atrás si te doy la oportunidad.

Bryan deslizó las manos dentro de los pantalones de chándal de Lucy. Debajo llevaba un tanga, y se deleitó acariciando sus nalgas desnudas mientras continuaba besándola y frotando su pecho contra los pequeños pero perfectos senos de ella. Los pezones de Lucy se habían endurecido, y a cada roce se sentía como si estuviera marcándolo a fuego con un hierro candente.

Ella, entre tanto, no estaba ociosa. Había acabado de desabrocharle los botones de los vaqueros, y justo en ese momento introdujo ambas manos dentro de sus calzoncillos y asió su miembro erecto, dejándolo sin aliento.

– Lucy, Lucy… no tan rápido -murmuró él. Si no la detenía explotaría en menos de diez minutos. No recordaba cuándo había sido la última vez que había estado tan excitado.

Sin previo aviso le bajó los pantalones y con ellos también el tanga. Lucy emitió un gemido de sorpresa, pero más la sorprendió aún cuando la agarró por detrás de las rodillas y la levantó como si fuera un cavernícola.

– ¡Bryan! ¿Qué haces? Bájame.

Él se rió y le dio una palmada en las nalgas.

– Compórtate.

– ¡Ay! -protestó ella, riéndose también-. ¿Se puede saber que haces?

Bryan la llevó hasta la isleta de acero inoxidable, en medio de la cocina, y la sentó encima.

– ¿Crees que eres la única que tiene derecho a hacer cosas escandalosas?, ¿crees que eres la única que tiene derecho a seducirme?

– No pretendía seducirte; de verdad -dijo ella con voz inocente, atrayendo la cabeza de él hacia sus senos.

Bryan no se quejó; estaba en el cielo.

– En serio. Estaba preocupada por ti. Y si no te hubieras manchado la cara de nata nada de esto habría ocurrido.

– Pues ha ocurrido, señorita; tú lo has empezado y yo lo terminaré -le dijo Bryan.

Le bajó los pantalones y el tanga hasta los pies, le quitó de paso también las zapatillas, y le separó las rodillas.

Lucy se estremeció de excitación, y Bryan introdujo una mano entre sus piernas para comprobar si estaba ya dispuesta para él. La encontró más que húmeda, y Lucy aspiró hacia dentro cuando la tocó.

– Bryan, no me hagas esperar, por favor… te necesito…

Él, sin embargo, quería hacerla sufrir un poco más. Se inclinó, y abriéndole los pliegues con los dedos comenzó a dar suaves pasadas con la lengua.

Lucy jadeó.

– Bryan… por favor…

– Quizá a partir de ahora te lo pienses dos veces antes de hacer ese truco con el chocolate -la picó él, deteniéndose un instante.

Luego, sin darle tregua, la sujetó por las caderas y continuó explorándola, tomándose su tiempo.

Lucy, que estaba ya frenética, se inclinó hacia delante y lo agarró del cabello.

– ¡Bryan!

Bryan no se apiadó de ella, sino que esperó hasta que la notó a punto de llegar al límite. Entonces se irguió, se quitó el resto de la ropa, y tiró de las caderas de Lucy hasta el borde de la isleta para hundirse en su calor.