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– ¡Oh! -exclamó Lucy-. Oh, Dios… Oh, Bryan…

Bryan empujó las caderas, llegando más adentro de ella, y con la tercera embestida se introdujo por completo en su interior. Comenzó a moverse rítmicamente, entrando y saliendo de ella, pero los dos estaban demasiado excitados, y al cabo de un rato sintió cómo Lucy se estremecía al alcanzar el orgasmo, y él la siguió poco después.

Lucy, unida aún a él, se irguió jadeante, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con dulzura.

– Quédate dentro de mí, Bryan; me siento tan bien… No me dejes…

Bryan estuvo a punto de decirle que para los cocineros resultaría un tanto embarazoso si llegasen al día siguiente y los encontrasen de esa guisa, pero aquél no era momento para bromas.

Lucy trataba de hacerse la fuerte todo el tiempo, pero Bryan sabía lo frágil que era en realidad y estaba seguro de que no era la clase de mujer que sólo buscaba divertirse un rato.

Salió de ella con suavidad, la tomó por la cintura, y la bajó al suelo, pero la sostuvo un momento al ver que se tambaleaba un poco.

– ¿Estás bien?

– ¿Mm? Oh, sí. Es que hacía mucho tiempo que no…, en fin, ya sabes -respondió Lucy, riéndose vergonzosa.

Bryan sonrió pero no hizo ningún comentario.

– Bueno, ¿nos vamos?

– ¿No estarás diciéndome que nos vamos a marchar sin probar un poco de esa tarta tuya?

Curioso; se había olvidado por completo de la tarta.

– Nos llevaremos los platos; podemos comérnosla en la cama.

Lucy sonrió traviesa, y después de agacharse para recoger su ropa le dijo:

– ¡El que tarde más en vestirse tendrá que cubrir al otro entero con nata y quitársela con la lengua!

Bryan se rió y comenzó a vestirse, diciéndose que no le importaría nada perder… aunque si ganara tampoco estaría nada mal.

Minutos después, cuando subían a la habitación, cada uno con un plato en la mano, Lucy sintió que las mejillas le ardían al recordar lo desinhibida que había estado y cómo se había aferrado a Bryan, rogándole que no la dejase.

No había pretendido decir aquello, pero en ese momento aún no se habían disipado los coletazos de aquel increíble orgasmo que había tenido, y las palabras habían abandonado sus labios antes de que pudiera contenerlas.

Aquello era una secuela de su relación con Cruz. El batería de In Tight había puesto fin a lo suyo sin previo aviso, del modo más cruel, y había desarrollado una especie de fobia a que la abandonasen.

Sin embargo, la situación no podía ser más distinta. Bryan, al contrario que Cruz, le había dejado claro desde el principio que no podía haber nada entre ellos que no fuese algo temporal. No como aquel bastardo de Cruz, que le había hecho creer que estaba loco por ella y que se casarían algún día.

Mientras subían en el ascensor le echó una mirada de reojo a Bryan y se encontró con que estaba mirándola.

– ¿Qué? -inquirió, dejando escapar una risita nerviosa.

– Nada, es sólo que eres tan preciosa que no puedo dejar de mirarte.

– Oh, venga ya. Con esta ropa tan sexy, sin maquillaje, con el pelo hecho un desastre… Seguro.

– Estás preciosa te pongas o no esa ropa de firma que te trajo Scarlett, Lucy. Y tampoco necesitas maquillaje. No sé quién te habrá dicho que no eres guapa, pero fuera quien fuera era un idiota.

– No era un «él», era mi madre -replicó ella-. Siempre decía que iría de cabeza al infierno por desobediente, vaga, e irrespetuosa, pero que al menos no tenía que preocuparse de que algún chico me dejara embarazada porque era tan poco atractiva que ni siquiera me miraban.

Lucy siempre había tratado de ignorar las críticas de su madre, pero al decirlas en voz alta todavía seguían doliéndole esas palabras.

– Por Dios. ¿Cómo puede una madre decirle esas cosas a su hija? -murmuró él espantado cuando salieron del ascensor.

– Bueno, ella decía que lo hacía con buena intención, porque temía por mi alma. Lo malo es que al final sus temores resultaron ser fundados.

– ¿Qué quieres decir?

– Que sus peores temores se hicieron realidad -respondió Lucy en un tono críptico mientras subían las escaleras para ir al dormitorio de Bryan-. ¿Vamos a tomarnos la tarta en la cama de verdad? -le preguntó, obviamente ansiosa por cambiar de tema.

– Imagino que es algo que tu madre no aprobaría, ¿no? -contestó él con una media sonrisa.

– No, ya lo creo que no. Si supiera que me he teñido el pelo se llevaría las manos a la cabeza porque para ella eso es vanidad, y la vanidad es un pecado. Sólo con decirte eso puedes hacerte una idea de cómo es.

– Pues olvídate de ella y haz lo que quieras, Lucy; ya no eres una niña.

Lucy inspiró profundamente y asintió, dándose cuenta en ese momento de que por primera vez en su vida no se sentía culpable por estar divirtiéndose. Quizá estaba empezando a superar aquello.

– Claro que hay algunas reglas que tienes que seguir para comer tarta en la cama -dijo Bryan, fingiéndose muy serio cuando entraron en el dormitorio.

– ¿Cuáles? -inquirió ella riéndose.

– Tienes que hacerlo desnuda.

Lucy se echó a reír de nuevo.

– Por eso no hay problema.

Dejó su plato sobre la mesilla con una sonrisa traviesa y empezó a desvestirse.

En menos de un minuto estaban los dos en la cama, desnudos, dándose de comer tarta el uno al otro con la mano porque se habían olvidado de llevarse tenedores.

– Esta tarta es fabulosa -dijo Lucy-. ¿De verdad que la has inventado esta noche?

Bryan, que estaba muy ocupado limpiándole los dedos con la lengua, asintió con un «mmm».

– Y tú has sido mi inspiración -murmuró-. En realidad me había puesto a hacerlo porque necesitaba algo lo bastante «lujurioso» como para no pensar en ti. No imaginé que fuera a resultar tan bueno. Creo que lo pondré en el menú. Y lo llamaré… «La tarta de Lucy».

– Más bien «La tarta de Lindsay». Si le pones «La tarta de Lucy» todo el mundo se preguntará quién diablos es Lucy.

– Cierto, pero una vez capturemos a quien está malversando esos fondos le cambiaré el nombre porque entonces podrás volver a ser tú otra vez.

– Es verdad -asintió Lucy.

Y cuando llegase ese día ya no tendrían que seguir con aquella pantomima, ni habría ninguna razón para que permaneciese allí, en Nueva York.

Bryan puso su plato y el de ella en la mesita de noche, y atrajo a Lucy hacia sí.

– Ahora vamos a tener que quemar una cuentas calorías, ¿sabes?

– Estoy toda pegajosa. Quizá debería darme una ducha.

– Por mí no lo hagas; no me molesta en absoluto que estés pegajosa. Es más: me gusta -le dijo Bryan demostrándoselo con un apasionado beso, al tiempo que sus manos recorrían todo su cuerpo.

Lucy se preguntó si se habría dado cuenta de que la piel de su vientre no estaba tan tersa como debería en una mujer de su edad, o si habría visto sus estrías.

Quizá algún día le contaría a Bryan lo que le había ocurrido hacía unos años, aquello que la había marcado, se dijo, pero esa noche no. Esa noche era sólo de ellos dos.

Bryan se despertó antes de que amaneciera, y cuando abrió los ojos y vio a Lucy acurrucada a su lado se dibujó en sus labios una sonrisa.

Debería estar sintiéndose culpable por haber hecho el amor con Lucy. Al fin y al cabo era una testigo, una civil que estaba ayudándoles, pero no le parecía que se estuviera aprovechando de ella. Cierto que había sido él quien había empezado todo aquello dos días atrás, cuando la había besado, pero la «agresora» esa noche había sido ella.

Él se había quedado en el restaurante para evitar que ocurriera aquello, y en cambio Lucy había ido a buscarlo, y se había entregado a él sabiendo que no quería una relación seria.

Respecto a si lo que había pasado entre ellos esa noche podría interferir en el caso… No, no creía que aquello pudiese poner en peligro la misión.