Выбрать главу

– Encantada -dijo la chica tendiéndole una mano a Lucy.

– Lo mismo digo -respondió ella estrechándosela y mirándola con curiosidad-. Scarlett, no me habías dicho que tenías otra hermana.

– ¿Qué? -dijeron Scarlett y Jessie al mismo tiempo.

Lucy miró a una y luego a otra. Bueno, no eran idénticas como Scarlett y su gemela, Summer, pero el parecido era evidente.

– Sois hermanas, ¿no?

Scarlett se rió y, quizá fuera sólo su imaginación, pero a Lucy le pareció que Jessie se había puesto pálida de repente.

– ¿Qué te ha hecho pensar eso? -le preguntó en un tono casi preocupado.

– Lo siento. Es que os veo un cierto parecido -murmuró Lucy azorada.

– Jessie trabaja como becada en Charisma y está a mi cargo -intervino Scarlett-. La he invitado a almorzar.

– Mm, sí, y la verdad es que acabo de acordarme de que he olvidado algo que tengo que tener acabado para mañana, así que creo que os dejo -dijo de pronto Jessie, un tanto aturullada, colgándose el bolso.

– Oh, vamos, Jessie, seguro que puede esperar; quédate -la instó Scarlett, poniéndole una mano en el brazo-. Además, Lindsay va a pensar que te tenemos tan esclavizada que no te dejamos siquiera tiempo para comer.

– De verdad que me encantaría quedarme, pero no puedo. Encantada de conocerte, Lindsay -dijo apresuradamente Jessie.

Y antes de que Scarlett pudiera insistirle de nuevo, se marchó.

– Lo siento; no pretendía ahuyentarla así -se disculpó Lucy.

Scarlett se encogió de hombros, perpleja, y se sentaron las dos.

– No sé qué le habrá dado para irse de esa manera. Quizá le haya molestado que le hayas dicho que se parece a mí -murmuró pensativa.

Lucy no pudo reprimir una sonrisa.

– Oh, claro, debe haberle molestado muchísimo; ¿quién querría parecerse a ti? Sólo eres alta, guapa, tienes un tipo increíble. Un verdadero ogro.

Scarlett se rió.

– Ya. Pero… ¿de verdad has visto parecido entre nosotras como para pensar que éramos hermanas? -inquirió-. Yo también lo pensé cuando entró a trabajar en la revista, pero me dije que debían ser sólo imaginaciones mías.

– Bueno, hay un montón de personas que se parecen aunque no haya ningún parentesco entre ellas -contestó Lucy.

– Sí, supongo que sí.

Minutos después ya habían pedido, les habían servido, y habían dejado el tema de Jessie.

– Bueno, ¿y dónde está hoy ese novio tuyo? -le preguntó Scarlett.

– Por ahí -respondió Lucy con vaguedad-. La verdad es que no me ha dicho dónde iba; sólo que tenía algunos asuntos de los que ocuparse.

– Así que a ti no te cuenta mucho más de lo que nos dice a los demás, ¿eh?

Lucy negó con la cabeza.

– No, aunque la verdad es que tampoco quiero entrometerme.

– Pues quizá deberías. En serio, Lindsay, la familia entera empieza a estar harta de su secretismo. Cuando me habló de ti pensé que quizás por eso de un tiempo a esta parte pasaba tanto tiempo fuera, pero parece que no, porque ahora que estás aquí sigue desapareciendo sin decir dónde va.

Lucy no supo qué decir, y una vez más se preguntó si Bryan sabría lo preocupada que tenía a su familia. Se sentía mal por estar encubriéndolo, pero no podía decirle la verdad a Scarlett.

Bryan no regresó hasta casi las nueve de la noche, y cuando lo vio salir del ascensor Lucy no pudo evitar lanzarse a sus brazos.

– Eh, eh… -murmuró él frotándole la espalda-. ¿Ha ocurrido algo malo?

– No, es sólo que estaba preocupada por tí.

– ¿Por qué?, te dije que volvería tarde.

– Lo sé, pero es que como no me dijiste qué ibas a hacer ni dónde ibas, pues… empecé a imaginarme un montón de cosas horribles, como que te disparaban, que te apuñalaban, que te envenenaban…

– Oh, Lucy -dijo Bryan riéndose suavemente antes de besarla con ternura-. No he estado haciendo nada peligroso; sólo he estado por ahí, hablando con unos cuantos de nuestros informadores para intentar dar con Stungun. Y también me he reunido con Siberia.

– ¿Conoce él la verdadera identidad de Stungun?

– No, sólo el director de nuestra agencia la conoce, pero me ha dicho que irá a hablar con él mañana. ¿Y tú? ¿Has hecho algún progreso?

– Creo que sí. ¿Por qué no vamos a la cocina? Podemos preparar la cena y mientras te cuento lo que he descubierto.

Mientras Bryan hacía una ensalada y ella unos sándwiches, Lucy le explicó las conclusiones a las que había llegado aquella tarde, unas conclusiones que no le gustaban nada.

– Después de contrastar las horas de conexión a Internet de todos los empleados con las horas a las que se hicieron las transferencias, he conseguido reducir la lista de posibles sospechosos a una persona. Lo he revisado no una sino dos veces por si acaso, y el resultado sigue siendo el mismo.

– ¿De quién se trata?

– Peggy Holmes, la secretaria del señor Varjov, pero no logro imaginarla tratando con terroristas, la verdad. Es una mujer muy mayor, y lleva trabajando en el banco más de veinte años.

– Podría no ser tan descabellado -replicó Bryan-. Una de sus hijas está casada con un hombre que viaja con frecuencia a Oriente Medio por su trabajo. No es que haya nada de malo en eso, pero…

– No sabía que supieras eso.

– Hemos investigado a todos los empleados del banco -contestó él-. Y si te parece que Peggy Holmes puede ser la sospechosa nos centraremos en su yerno.

– Ya, pero es que… no sé, sigo diciendo que no puedo creerme que ella esté implicada en esto.

– ¿Y qué hay de Vargov? -inquirió Bryan-. Es el director del banco y tiene parientes en varias repúblicas ex soviéticas.

Lucy sacudió la cabeza.

– No puede ser él. Fue de los primeros a los que eliminé. Cada vez que se realizaba una de esas transacciones él estaba en alguna reunión.

– ¿Cada vez?

– Bueno, al menos en las primeras diez o quince transacciones. Las demás no las comprobé porque me pareció que eso demostraba que estaba limpio -le explicó Lucy, y luego, ante la expresión incrédula de Bryan, añadió-: Es verdad que tiene que asistir a muchas reuniones a lo largo del año.

– Sólo por curiosidad: comprobemos dónde estaba cuando se hicieron todas las transacciones -le propuso él.

– ¿Todas? Hay docenas.

– Todas.

Subieron al estudio con los sándwiches y la ensalada, y tres horas después tenían la respuesta que Bryan había estado buscando.

Se daba la más que curiosa coincidencia de que Vargov había estado en una reunión cada vez que se había hecho una transferencia, y de que durante, durante las dos semanas que se habían tomado de vacaciones, no se había realizado ni una sola.

– Pero si estaba en la sala de reuniones es imposible que hiciera él esas transacciones -objetó Lucy-; allí no tiene su ordenador y no podría conectarse siquiera a Internet.

– De hecho, incluso podría haber utilizado la contraseña de su secretaria. Quizá ella la tenga escrita en algún sitio -murmuró él sin escucharla.

– Pero sin ordenador, ¿cómo…?

– ¿Sabes si tiene una agenda electrónica de bolsillo? -la interrumpió Bryan.

– Pues… sí, creo que sí, pero…

– Y supongo que el banco dispondrá de conexión inalámbrica a Internet -apuntó él, como si estuviese empezando a atar cabos.

Lucy asintió.

– De modo que podría estar participando en las reuniones y al mismo tiempo hacer como si estuviese anotando algo en su agenda electrónica, cuando lo que estaba haciendo en realidad era conectarse a Internet con la contraseña de su secretaria para realizar esas transferencias.

– ¡Dios mío! ¿Cómo no se me habrá ocurrido? ¡Pues claro! -exclamó Lucy-. Pero aun así… No sé, el señor Vargov fue siempre tan amable conmigo… Me contrató cuando no tenía experiencia, y me dio incluso mi propio despacho.