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– Ahora se estila llegar tarde a las fiestas -replicó él.

En apenas medio minuto Bryan se había quitado ya toda la ropa. Sin embargo, en vez de llevar a Lucy a la cama la condujo a un silloncito sin brazos que había en un rincón, y después de tomar asiento la atrajo hacia sí para que se subiera a su regazo.

Apenas se habían besado ni tocado, pero Lucy se sentía ya húmeda, y los pezones se le habían endurecido.

Se quitó el sujetador, dejando que Bryan besara y lamiera sus senos a placer antes de bajar al suelo para sacarse las braguitas. Luego se colocó de nuevo a horcajadas sobre él, y comenzó a mover las caderas hacia delante y hacia atrás mientras se besaban, rozando con sus rizos púbicos el miembro en erección de Bryan.

– Lucy, ¿acaso quieres volverme loco? -masculló Bryan.

– ¿Acaso tienes prisa por ir a algún sitio? -lo incitó ella con un tono de lo más inocente.

Bryan deslizó una mano entre sus muslos e introdujo un dedo en su húmedo calor. Lucy jadeó y gimió.

– Oooh… está bien, sí que tenemos prisa.

– Ésa es mi chica -murmuró él tomándola por las caderas para alinear su erección con la entrada de su vagina.

Lucy descendió lentamente sobre él, disfrutando de cada centímetro que iba llenándola poco a poco, pero una vez que estuvo por completo en su interior, fue Bryan quien tomó las riendas. La agarró por las nalgas y comenzó a hacerla subir y bajar, controlando la profundidad de cada embestida. Lucy se asió a sus hombros y dejó que las increíbles sensaciones que la estaban invadiendo anularan por completo sus pensamientos, y pronto la explosión del orgasmo la hizo estremecerse de arriba abajo.

Sólo entonces se dejó ir Bryan, hundiéndose en Lucy por completo y derramando su semilla dentro de ella.

Durante un par de minutos ninguno de ellos se movió ni dijo nada, y finalmente fue Bryan quien rompió el silencio.

– Me encanta ver tu expresión cuando llegas al orgasmo -le dijo-. No te guardas nada; se puede ver cada emoción en tu rostro.

Lucy rogó por que no fuera así, porque sentía que estaba enamorándose de él, y sabía que lo suyo era… sencillamente imposible.

Capítulo Nueve

Llegaron diez minutos tarde a la fiesta en el salón privado del restaurante, pero a nadie pareció molestarle. Ya estaban tomando los entremeses, y el vino, y conversando animadamente.

Stash apareció en ese momento para ver si necesitaban algo, y cuando Bryan se hubo sentado se acercó y le preguntó en voz baja si quería revisar el menú antes de que lo sirvieran.

– No, estoy seguro de que estará bien, pero no veo por aquí ni una sola cesta de pan de jengibre -le dijo éste.

Aquel pan era una especialidad del restaurante que nunca faltaba en las mesas.

– Enviaré a alguien a por él -contestó Stash.

– No te preocupes; iré yo. De todos modos iba a subir para hacer la ronda por el comedor -le dijo Bryan antes de levantarse y excusarse con su familia y con Lucy.

La «ronda», como él la llamaba, era lo que acostumbraba a hacer como dueño del restaurante cuando estaba en la ciudad: pasearse por las mesas saludando a los clientes, y teniendo alguna cortesía con las personalidades que acudían allí de cuando en cuando.

Esa noche se paró a charlar con un competidor que tenía un restaurante italiano a un par de manzanas de allí, invitó a unos entremeses a los miembros de una comedia televisiva, y se acercó a saludar a una afamada cantante de ópera.

Justo iba a volver abajo cuando vio a alguien a quien no había esperado ver allí esa noche, una mujer sola en una mesita en un rincón con una copa de vino. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, afloró a sus labios una sonrisa tímida.

Bryan se acercó a ella y la mujer se puso de pie para saludarlo.

– Mamá, ¿por qué no me has dicho que ibas a venir? ¿Y cómo es que no me ha dicho nadie que estabas aquí?

Amanda abrazó a su hijo.

– Creo que esa chica nueva que contrataste, la que está a la entrada, no me ha reconocido -le dijo-, y si estás muy ocupado no pasa nada; ya vendré a verte otro día.

– Nunca estoy demasiado ocupado para dedicarte un momento a ti -replicó él-. Hay alguien abajo a quien me gustaría que conocieras -añadió, pero luego vaciló un instante, recordando que su madre ya no se sentía cómoda con el resto del clan Elliott-. Estamos teniendo una reunión familiar para celebrar el aumento en los beneficios de EPH en lo que va de año -dijo a pesar de todo.

El rostro de su madre se ensombreció de inmediato.

– Ya vendré a verte otro día Bryan, yo…

– Por favor, mamá, baja conmigo. Karen está aquí.

Su tía Karen era la única persona de la familia, aparte de su hermano y de él, con quien su madre había mantenido un contacto más estrecho desde su divorcio.

– ¿Y Patrick?, ¿está aquí también? -inquirió ella desconfiada.

– Iba a venir, pero la abuela no se sentía bien y no ha querido dejarla sola en casa.

Su madre mostró su preocupación al instante.

– ¿Maeve está enferma?

– No, no, es sólo que la artritis está dándole más lata que de costumbre -la tranquilizó Bryan-. Vamos, baja conmigo. Todo el mundo se alegrará de verte.

Su madre, sin embargo, vaciló de nuevo.

– ¿Y tu padre?, ¿tampoco ha venido?

– Oh, no, papá sí que está aquí -replicó él.

Y antes de que su madre pudiera echarse atrás la tomó del brazo y la llevó abajo.

– Atención todos, mirad a quién he encontrado -le anunció a los demás cuando entraron en el salón privado.

Su madre parecía algo azorada, pero su familia no lo decepcionó. Varios de sus primos se levantaron al instante para ir a saludarla con un par de besos o un abrazo, y los demás siguieron su ejemplo.

Su padre la saludó sin demasiado entusiasmo, pero Bryan sabía que todavía sentían algo el uno por el otro.

– Mamá, deja que te presente a mi novia, Lindsay Morgan -dijo tomando a Lucy de la mano para que se acercara.

Las dos charlaron brevemente, y cuando su madre les deseó a todos que pasaran una velada agradable, Lucy la retuvo por el brazo y le dijo:

– ¿Ya se va, señora Elliott? Pero si acaba de llegar. Quédese, por favor.

– Puedes llamarme Amanda -le dijo la madre de Bryan-. Y en cuanto a quedarme… bueno, Bryan me insistió para que bajara a saludar, pero tengo que irme, de verdad.

Sin embargo, a pesar de sus palabras, Bryan podía ver que en realidad quería quedarse. A menudo decía que se sentía mejor lejos del ruidoso clan de los Elliott, pero él sabía que a veces echaba de menos el formar parte de aquello, de una gran familia.

– Tonterías -intervino su tía Karen-; no vamos a dejar que te marches.

Bryan sintió deseos de abrazarla.

– Puedes sentarte en el sitio de Finola -dijo Shane, el tío de Bryan-. Según parece no puede dejar el trabajo ni para jactarse de que es quien va ganando.

Aquel comentario desencadenó una discusión, tal y como se veía venir, pero Amanda simplemente se encogió de hombros y se sentó en el lugar de Finola.

Bryan observó a su padre para ver su reacción, pero, a pesar de haber sido entrenado para interpretar el lenguaje corporal de las personas, no fue capaz de interpretar la expresión de su rostro. Su padre sabía disimular demasiado bien sus emociones, aunque a Bryan no le había pasado desapercibido el hecho de que no le había quitado los ojos de encima ni un momento a su madre desde que había entrado en el salón.

En ese momento llegaron más entremeses, y luego les sirvieron una sopa y los tres tipos de ensalada que Lucy había escogido.

Bryan se sentía orgulloso del menú que ella había confeccionado, y aunque se dijo que era sólo porque quería que pareciese la mujer perfecta para él, en el fondo sabía que la razón era otra. Se estaba encariñando con ella y no podía permitírselo. Si todo iba bien aquel caso pronto habría terminado y tendrían que decirse adiós.