Выбрать главу

Cuando llegó la hora del postre, Stash reapareció al poco de que se hubieran retirado los camareros, y le susurró algo al oído a Bryan.

– De acuerdo -respondió éste-; subiré enseguida.

Se levantó y se excusó un momento con su familia, pero antes de abandonar el salón se detuvo junto a la silla de Lucy y le preguntó:

– ¿Te gustaría conocer a Britney Spears?

Lucy abrió los ojos como platos.

– ¿Está aquí?

– Arriba en el bar; tomando unas copas con unos amigos. ¿Quieres subir conmigo?

Lucy asintió entusiasmada, al tiempo que se ponía de pie, y Bryan sonrió. Era bonito que siguiese sintiendo esa fascinación por la gente del mundo del espectáculo, después de lo que le había ocurrido con el batería de In Tight.

Cuando llegaron donde estaba Britney Spears, Bryan se presentó, le dio la bienvenida al local, y luego le presentó a Lucy, que la saludó nerviosa, y le dijo que le encantaba su música.

Bryan le dijo al barman que sirviera a la cantante y a sus amigos otra ronda de lo que estaban tomando, y la invitó a que volviera a visitarlos.

Iba a tomar a Lucy de la cintura para volver abajo con ella cuando el flash de una cámara llamó su atención.

Lo primero que hizo Bryan fue ponerse delante de Lucy; no podía dejar que la fotografiaran.

Cuando se disparó un segundo flash pudo ver quién estaba haciendo esas fotos. Se trataba de un muchacho enclenque, con el cabello encrespado y gafas, que debía tener unos veinte años.

Bryan fue al instante hacia él y lo agarró por el brazo para impedirle que tomara más fotografías.

– Eso aquí no está permitido -le dijo llevándolo hacia la puerta.

– ¿Está echándome? -dijo el chico en un tono lo bastante alto como para llamar la atención de la gente que había alrededor.

– No, pero si quieres quedarte tendrás que darle la cámara a esta señorita para que te la guarde hasta que te marches -le dijo señalándole a Gina, la empleada que daba la bienvenida a los clientes a la entrada.

– Ni lo sueñes, tío -masculló el chico.

Y acto seguido se soltó y abandonó el local resoplando y maldiciendo entre dientes.

Bryan regresó donde había dejado a Lucy, le pidió disculpas por el incidente a la cantante, que le quitó toda importancia, y volvieron abajo.

– Gracias, Bryan. Ha sido genial -le dijo Lucy. Luego, sin embargo, esbozó una sonrisa vergonzosa-. Debes pensar que soy una tonta, entusiasmándome así con estas cosas.

– No -replicó Bryan, demasiado preocupado como para decir más.

¿Debería haber seguido a aquel chico y haberle quitado la cámara? No era un paparazzi, probablemente sólo un fan de la cantante, pero a veces los fans vendían sus fotos a la prensa sensacionalista.

En fin, ya no había nada que pudiera hacer.

A la mañana siguiente, cuando regresaban de su sesión matutina de deporte, Bryan se paró en un quiosco de prensa y compró el último número de Global News Roundup, un periódico sensacionalista de baja tirada.

En vez de publicar noticias escandalosas sobre famosos, como hacían otros periódicos de ese tipo, en la portada aparecía un fotomontaje del presidente con su hijo alienígena, un calamar gigante del tamaño del Queen Mary, y se reseñaban otras historias absurdas que se ampliaban en el interior.

– Nunca habría pensado que leías esa clase de cosas -comentó Lucy cuando Bryan hubo pagado al vendedor y se alejaron.

– Tengo mis razones para comprarlo.

Bryan no le explicó más hasta que llegaron a su casa. Se ducharon, desayunaron, y cuando hubieron recogido el desayuno, Bryan la llevó al salón y abrió un maletín que tenía allí. En su interior había ejemplares de otras semanas del Global News Roundup, que puso sobre la mesa, y a los que añadió el que acababa de comprar.

– Hoy tengo que salir también -le dijo a Lucy.

La joven emitió un gemido de protesta.

– Sé que tienes que hacer tu trabajo, pero estoy empezando a volverme loca, teniendo que estar encerrada aquí sola todo el día.

– Tienes que tener paciencia, Lucy. Tenemos vigilado a Vargov y por fin estamos empezando a conseguir resultados. Ayer se puso en contacto con un tipo que sabemos que es simpatizante de los terroristas y grabamos la conversación. Está encriptada, pero nuestra gente está intentando descifrarla. Creemos que podría conducirnos a Stungun, y, si es así, pronto tendremos las pruebas necesarias para empezar a arrestar a los implicados.

Lucy sabía que debería alegrarse de oír aquello, porque eso significaba que pronto estaría fuera de peligro, que podría volver a hacer vida normal, pero no quería separarse de Bryan.

– Así que… ¿se supone que esto es para que me entretenga mientras estás fuera? -le preguntó, señalando con un ademán despectivo el montón de periódicos.

Si creía que le divertían las historias de perros mutantes de tres cabezas y de colonias de monos en Marte es que no la conocía en absoluto.

– En cierto modo, sí. Se te da bien resolver enigmas, y tengo uno para ti.

Lucy se irguió curiosa.

– ¿Ah, sí?

– Tenemos motivos para sospechar que el editor de esta basura es un espía. Creemos que está proporcionándole información a… bueno, a gobiernos que no son precisamente amigos de nuestro país. Pensamos que las direcciones de los lugares de contacto las publican en el periódico, convenientemente cifradas, pero nuestros expertos aún no han conseguido nada.

A Lucy la idea la entusiasmó de inmediato.

– Pero si esos expertos de tu agencia no han podido descifrar aún esos códigos… ¿por qué crees que yo sí voy a poder hacerlo?

– No lo sé, pero me dejaste sorprendido con cómo conseguiste reducir la lista de sospechosos analizando esos datos que descargaste del sistema informático del banco, y tengo el presentimiento de que serás capaz de hacerlo.

Lucy no pudo sino sentirse halagada.

– De acuerdo; lo intentaré. Pero aun así te echaré de menos.

– Intentaré volver pronto -le dijo Bryan.

Se despidió de ella con un beso, y se marchó.

Lucy se sentó en el suelo y desplegó a su alrededor todos los periódicos, ocho en total, de las siete semanas anteriores y la semana en la que estaban.

Decidió que empezaría por intentar ver si aquellos ocho ejemplares tenían algo en común, como por ejemplo un tipo de historia concreta o distintas historias por un mismo reportero, donde ocultaran esos códigos cifrados.

Ninguna de sus ideas parecía conducir a nada, pero continuó intentándolo, leyendo cada hoja en busca de algo que le llamara la atención, y emborronando las hojas de un cuaderno con combinaciones de frases y palabras.

Al ver que no estaba obteniendo resultados se le ocurrió mirar los anuncios. Había uno de unas pastillas para perder peso que le pareció curioso. Aparecía en los ocho ejemplares, pero aunque la foto era la misma, el texto que la acompañaba era completamente distinto en cada uno. Además, al contrario de lo que era usual en esa clase de anuncios, no contenían el típico lenguaje pseudo científico con el que se trataba de engañar a la gente.

Decidió buscar aquel producto en Internet, y encontró una página web con un diseño pésimo, y un foro en el que mucha gente comentaba que cada vez que habían intentado hacer un pedido el producto estaba agotado.

¿Siempre estaba agotado y aun así seguían publicando los anuncios en el periódico? Mmm…

Segura de que había dado con algo, Lucy se puso a analizar los anuncios, y cuando Bryan regresó por la tarde tenía notas amarillas de Post-it pegadas por todas partes.

– ¡Bryan! -exclamó levantándose al verlo-. ¿Ya habéis arrestado a alguien?

– No, todavía no. Y, por desgracia, Vargov ha debido darse cuenta de que lo estábamos vigilando y se ha dado a la fuga.

– Oh, no.