– Tranquila; cree que nos ha despistado, pero sabemos dónde está. Estamos esperando a ver con quién contacta para pedir ayuda -le explicó Bryan-. ¿Qué has estado haciendo? -inquirió, mirando el desorden que había.
– Lo que tú me pediste.
– ¿Y has encontrado algo?
– Pues no te lo vas a creer, pero me parece que he resuelto el enigma.
– ¡Ja! Sabía que podías hacerlo.
Incapaz de contener su entusiasmo, Lucy le mostró a Bryan la página web, y luego los testimonios de personas que supuestamente habían comprado el producto que acompañaban a cada anuncio. De estos había extraído una serie de números y letras, que combinados formaban direcciones de edificios en distintos puntos de la ciudad.
– Lucy, me dejas sin aliento; eres brillante -le dijo Bryan atrayéndola hacia sí para besarla.
Lucy respondió al beso con entusiasmo, y pronto, en lo único en lo que podía pensar era en otra forma de dejar a Bryan sin aliento, una que implicaba mucha menos ropa de la que llevaban encima.
Bryan, al parecer, estaba pensando en lo mismo, y no llegaron siquiera al dormitorio. De hecho no salieron del salón, sino que acabaron rodando por la alfombra, y cuando terminaron de hacer el amor tenían papelitos amarillos pegados al pelo y por todo el cuerpo.
Unos días después, Bryan estaba de muy mal humor cuando regresó a casa. Era la primera vez que Lucy lo veía así, y el corazón le dio un vuelco al ver cómo la apartó de él cuando le rodeó el cuello con los brazos para darle un beso de bienvenida.
No le contó nada de cómo había ido su día, y Lucy tampoco le preguntó. Era obvio que no le había ido muy bien, y además sabía que, aunque fuese una testigo, había detalles de la operación que no podía compartir con ella.
– Scarlett ha conseguido entradas para un musical esta noche -le dijo, pensando que quizá lo que necesitase fuese una distracción-. Nos ha invitado a ir con John y con ella.
– Ve tú si quieres; yo estoy esperando una llamada.
Lucy sabía que aquello sólo era una excusa, pero no dijo nada. Podría llevarse el teléfono móvil con él; no tenía por qué quedarse en casa.
– Entonces yo me quedo también -respondió-. No me divertiré nada si tú no… Bryan, ¿qué ocurre? ¿Ha pasado algo? -inquirió preocupada al ver que no estaba escuchándola y que tenía la mirada perdida.
– Stungun está muerto. Han encontrado su cadáver flotando en el río Potomac.
– Oh, Dios mío, eso es terrible. ¿Cuándo…?
– Lleva muerto al menos una semana.
– Lo cual significa que no había desaparecido porque se hubiese dado a la fuga.
– Sí, alguien lo mató. Probablemente no esperaban que su cadáver fuera identificado. Querían hacerme creer que él era el traidor, y ahora que sé que no es él no sé quién puede ser, aunque la lista de sospechosos va disminuyendo.
No parecía que quisiese que lo consolasen, así que Lucy no hizo siquiera ademán de tocarlo.
– Lo siento mucho -le dijo-. ¿Erais amigos?
Bryan negó con la cabeza.
– En nuestro trabajo no se puede hacer amigos, pero era un buen hombre. Por eso no quería creer que él fuera el traidor. En parte me siento aliviado de que esto demuestre que no lo era, pero eso ya no sirve de mucho ahora que está muerto.
Lucy se preguntó si los padres de Stungun aún vivirían, o si tendría quizá mujer e hijos.
¿Llegarían a saber lo que le había ocurrido?
– ¿Qué pasaría si te ocurriera algo a ti? -le preguntó a Bryan en un tono quedo-. ¿Se lo explicaría el gobierno a tu familia?
– Tengo escrita una carta en un lugar seguro donde yo mismo se lo explico todo y que sólo se les entregará si me sucede algo.
Lucy bajó la vista.
– Creo que no quiero seguir hablando de esto. Es demasiado deprimente.
Hacía unos días le había parecido emocionante haber descifrado aquel código cifrado, el saber que había ayudado a evitar que aquel espía siguiera proporcionando información restringida a países enemigos, pero en ese momento se sentía fatal. Aquello no era un juego, era algo peligroso que podía acabar en tragedia, como en el caso del compañero de Bryan.
– Pues me temo que tengo otra mala noticia -le dijo Bryan-. Le hemos perdido la pista a Vargov.
Aquello debería haber hecho sentir mejor a Lucy, porque eso significaba que no tendría que separarse aún de Bryan, pero ésa no era manera de vivir, siempre escondida, sintiéndose intranquila en todo momento, sin un trabajo ni un hogar propio. Tenían que capturar a Vargov y a sus cómplices.
– ¿Y hay un plan B? -inquirió.
– Estamos trabajando en ello -respondió Bryan. Inspiró profundamente y miró a Lucy con una débil sonrisa-. Lo siento. No deberías tener que estar pasando por todo esto.
Lucy se encogió de hombros.
– ¿Tienes hambre? -le preguntó, ansiosa por cambiar de tema.
– Sí, la verdad es que no he comido nada desde el desayuno -respondió él-. ¿Te apetece que bajemos al restaurante? A esta hora no suele haber mucha gente.
Lucy no tenía apetito, pero Bryan necesitaba compañía después del día que había tenido.
Stash les dio una mesa en el rincón más privado del comedor, y Bryan pidió que le sirvieran estofado irlandés a pesar del calor que hacía, y Lucy sólo un café.
– ¿Eso está en el menú? -inquirió Lucy extrañada, pues no era un plato ni francés ni asiático.
– No, pero es mi plato favorito, y el que mi abuela solía hacerme cuando quería animarme -le explicó él.
Pobre Bryan. Nunca lo había visto tan alicaído. A los pocos minutos les sirvieron, y Lucy se limitó a tomar su café en silencio mientras Bryan comía. Le habría gustado poder decir algo que le subiera la moral, pero no sabía qué podría decirle. En cualquier caso, estaba allí para escucharle si Bryan tenía ganas de hablar.
Stash pasó por allí un rato después, y al ver que Bryan estaba acabando con el estofado le preguntó si le apetecía algo de postre.
– Esta mañana el chef Chin ha estado experimentando con unas galletas de la buena suerte con sabor a limón. Yo probé una y son magnifique.
– ¿Por qué no? -respondió Bryan en un tono distraído.
Stash se alejó, pero justo en ese momento le sonó el teléfono y se paró a contestarlo. Bryan lo observó y una sonrisa cansada se dibujó en sus labios.
– Conozco esa mirada -le dijo a Lucy-. Stash tiene una novia nueva. Seguramente ya se ha olvidado de las galletas.
– Iré yo a por ellas -dijo Lucy poniéndose de pie.
– No hace falta -replicó Bryan.
– No me importa, de verdad. Vuelvo enseguida.
Cuando llegó a la cocina, Lucy la encontró desierta. ¿Dónde se habría ido todo el mundo? Miró en derredor, preguntándose dónde habría podido guardar el chef Chin aquellas galletas. Se acercó a una estantería donde había varios envases de plástico, y encontró uno que contenía lo que parecían galletas.
Levantó la tapa y olisqueó el interior. Sí, parecían galletas de limón. Debían ser ésas.
Lo cerró, y estaba volviéndose con el envase en las manos cuando se chocó con un joven con uniforme de ayudante de camarero.
– Oh, perdona; no te…
No pudo terminar la frase. Alguien la había agarrado por detrás y le había tapado la boca con la mano.
Del susto, Lucy había dejado caer el envase al suelo, que se había abierto, haciendo que las galletas rodasen en todas direcciones.
– No hagas ningún ruido -le siseó el joven con el que se había chocado, sacando del bolsillo un rollo de cinta aislante-. Si cooperas no te haremos daño.
Lucy intentó revolverse pero fue inútil, y mientras uno la sujetaba el otro le tapó la boca con un trozo de la cinta y luego la ató de pies y manos.
Capítulo Diez
Bryan no habría sabido decir qué le hizo seguir a Lucy a la cocina, pero de pronto se había sentido intranquilo.