– No. Es una llamada sin identificar; y eso no es una buena señal.
– Entonces… ¿nos hemos quedado solos en esto?, ¿no tienes a quien acudir?
Bryan se pasó una mano por el cabello. Tenía que confiar en alguien; no podía seguir adelante con aquello sin ayuda. Si tuviera que escoger a una persona sería su jefe, Siberia, el hombre que lo había adiestrado cuando había empezado a trabajar para el Departamento de Seguridad Nacional, el hombre que había sido su mentor. No era un hombre simpático; no le habían dado aquel nombre en clave porque sí; pero era un hombre inteligente, capaz, y en ese momento no podía recurrir a nadie más.
Marcó su número.
– ¿Casanova? -contestó su jefe al otro lado de la línea.
– ¿Ha intentado llamarme hace un minuto, señor?
– No. ¿Por qué?
– No importa. Ha sucedido algo -le dijo, y le explicó lo de la fotografía a través de la cual probablemente habían dado con Lucy, y también el intento de secuestro-. Tengo que llevarla a un lugar seguro, pero no me fío de ninguno de los pisos francos de la agencia después de todo lo que ha ocurrido.
Siberia se quedó callado durante tanto rato que Bryan temió que la comunicación se hubiera perdido, pero finalmente le contestó:
– Hay un lugar, una casa que nadie conoce excepto yo.
– ¿Y dónde está?
– En la región de los Catskills; es una cabaña. Es un lugar apartado donde a nadie se le ocurriría buscarla. Puedes llevarla allí y ponerla a salvo; luego tú y yo nos reuniremos y terminaremos con esto. Tengo noticias para ti. Creo que sé quién ha estado traicionándonos, y creo que sé cómo cazarlos a ella y a Vargov, aunque necesitaré de tu ayuda.
Ella… De modo que Siberia creía que se trataba de Orquídea… Bryan no sabía qué decir. Siempre había pensado que Orquídea era de fiar.
– Por lo que he averiguado la sedujeron -dijo su jefe-. Una mujer que se siente sola es vulnerable, y según parece nunca había tenido mucho éxito con los hombres.
A Bryan le costaba creer que Orquídea hubiese caído en los brazos de un Romeo confabulado con los terroristas, pero lo cierto era que apenas la conocía.
– Bueno, ¿y dónde está esa cabaña? -le preguntó.
No le hacía gracia la idea de tener que dejar a Lucy allí sola, sin protección alguna, pero si de verdad conseguían atrapar a Vargov y sus compinches por fin estaría a salvo.
Siberia le dio las indicaciones pertinentes para llegar a la cabaña, y Bryan las memorizó antes de colgar y explicarle el plan a Lucy.
A ella tampoco pareció entusiasmarla la idea, pero no puso objeción alguna. Probablemente creía que él sabía lo que tenían que hacer. Ojalá fuera verdad.
Casi era de noche cuando llegaron a la cabaña. Era mayor de lo que Bryan había esperado, y parecía que estaba en buen estado, pero se veía bastante vieja. Probablemente no habría calefacción ni aire acondicionado.
– No está mal -dijo Lucy, con el optimismo que la caracterizaba-. Además, nunca antes había estado en una cabaña en la montaña; puedo imaginarme que son unas vacaciones.
– ¿Escribiendo ese libro que se supone que estás escribiendo? -inquirió Bryan, esbozando una media sonrisa.
Lucy crispó el rostro.
– No me lo recuerdes. Scarlett me pidió que le dejara ver lo que llevaba escrito y me las vi y me las deseé para encontrar una excusa -respondió-. Me pregunto qué pensarán cuando se enteren de que no estaba escribiendo ninguna novela y de que ni siquiera me llamo Lindsay. Claro que para entonces ya no estaré en Nueva York para explicárselo. Tendrás que decirles que hemos roto o algo así.
– Pues eso me da casi más miedo que tener que decirles que soy un espía.
– ¿Por qué? Imagino que habrán pasado otras mujeres por tu vida -apuntó Lucy.
Bryan sacudió la cabeza.
– Pues no sé qué les has dado, pero mi familia está encantada contigo; te adoran. Mi abuela me llamó el otro día para preguntarme que cuándo nos casábamos, y Cullen… bueno, desde que encontró el amor piensa que todo el mundo debería encontrar pareja, casarse, y tener hijos.
– Ya. Pero por desgracia no todo el mundo puede tener un final como en los cuentos, de esos de «y fueron felices para siempre y comieron perdices» -dijo ella-. Anda, vamos a ver cómo es por dentro -añadió, ansiosa por dejar aquel tema.
El interior de la cabaña era bastante acogedor, y además estaba todo muy limpio. Por el camino habían parado para comprar comida, y llevaron todo a la cocina, donde había un frigorífico anticuado, pero en funcionamiento.
– Bueno, creo que estarás bien aquí -dijo Bryan cuando hubieron guardado todas las cosas.
– No vas a quedarte conmigo -murmuró Lucy.
Era una afirmación, no una pregunta.
– Tengo que hace mi trabajo, Lucy.
– ¿Y no podría ocuparse Siberia?
– No puede hacerlo solo. Además, tengo que llegar al final de esto por Stungun. Es culpa mía que esté muerto.
– No digas eso Por supuesto que no es culpa tuya. Estás haciendo todo lo que puedes -le reprochó Lucy abrazándolo-. Ojalá pudiéramos tener más tiempo para… -murmuró sin terminar la frase.
– ¿Más tiempo para qué? -inquirió él.
– Para esto -contestó Lucy.
Lo besó en el cuello, y le desabrochó los dos primeros botones de la camisa para besarlo también en el pecho.
– Oh, Lucy, no podemos hacer esto ahora -murmuró Bryan con voz ronca.
No podía quedarse, pero tampoco podía marcharse y dejarla de esa manera. No, necesitaba hacer el amor una vez más con ella, por si fuera la última. Lo necesitaba tanto como sus pulmones necesitaban el aire para respirar.
Lucy se deleitó en el modo en que Bryan respondió a sus besos y a sus caricias. Nunca hubiera imaginado que podría tener ese efecto en un hombre, pero así era. La tersa piel de Bryan se estremeció cuando deslizó las manos por su pecho, y su aliento se tornó entrecortado cuando tocó primero un pezón con la lengua y luego el otro.
Bryan la tomó de la mano y la llevó arriba, donde Lucy imaginó que estarían los dormitorios. Entraron en el primero que encontraron, y Bryan la desvistió lentamente, prestando especial atención a cada centímetro de su piel que dejaba al descubierto, colmándola de suaves besos y caricias.
Lucy estaba tan excitada que no supo si lo había ayudado a desvestirse o no, pero de algún modo Bryan acabó desnudo también, y la llevó hasta la cama, donde rodaron de un lado a otro, besándose apasionadamente hasta que finalmente Bryan le abrió las piernas y hundió su virilidad en ella.
Lucy se sintió de pronto completa, sintió que allí, en los brazos de Bryan, era donde siempre quería estar, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Las embestidas de Bryan se volvieron más rápidas, más intensas, y pronto los dos alcanzaron el orgasmo.
Las lágrimas que Lucy había tratado de contener rodaron por sus mejillas. Sabía que aquello era una despedida.
Bryan no había dicho nada, pero tampoco hacía falta. Se iba a marchar, y pasara lo que pasara no volverían a estar juntos de nuevo. Si capturaban a Vargov y a sus cómplices recobraría su identidad, tendría que buscar otro trabajo, dejaría de ser la novia de Bryan… Y si lo impensable llegara a ocurrir, si no tenía éxito en aquella misión… La alternativa era demasiado horrible hasta para pensar en ella.
– Lucy… ¿estás llorando? -le preguntó él un rato después, cuando hubieron recuperado el aliento.
– N-no -musitó ella, aunque por su voz era evidente que sí.
– Lucy, ¿qué pasa?
– Nada. Es sólo que soy una tonta. Vas a marcharte, y sé que tienes que hacerlo…, pero estoy asustada.
– Pues no debes preocuparte -le dijo besándola en la frente-. Atraparemos a esos topos y volveré aquí a por ti.
– Lo sé, sé que todo saldrá bien -respondió Lucy, queriendo convencerse de ello-; ya te he dicho que es sólo que soy una tonta.