Echó a correr hacia el coche. Los disparos impactaban en el asfalto, a sólo unos centímetros de sus pies. Esperaba que en cualquier momento una de esas balas le acertase, pero por algún milagro llegó hasta el coche de una pieza.
Bryan la agarró de la mano para que se agachase, y la hizo colocarse detrás de él.
– Lucy, ¿estás loca? ¡Podría haberte matado!
– Grítame luego -replicó ella sin aliento-. ¿Qué hacemos ahora?
– ¿Quién está en la casa?
– Vargov.
– Eso es imposible; Vargov está en Francia.
– ¿Crees que no reconozco al hombre para el que he estado trabajando durante dos años? -le espetó ella impaciente-. Quizá podamos huir sin que nos alcance. Tiene al menos veinte kilos de más y es tuerto, así que no creo que afine mucho con la puntería.
– Quizá, pero… ¿Qué has dicho? ¿Has dicho que es tuerto?, ¿y que está obeso?
– Sí, ¿por qué?
Bryan se había puesto pálido.
– Siberia es ciego de un ojo y tiene sobrepeso. Dios, Lucy… son la misma persona.
Lucy comprendió al instante lo que estaba intentando decirle. No era de extrañar que a Bryan le hubiese estado costando tanto resolver aquel caso. Su propio jefe era el traidor y había estado proporcionándole información falsa para confundirlo.
Bryan soltó una palabrota y sacó el móvil del bolsillo del pantalón para darse cuenta de que no funcionaba.
– El mío tampoco funciona -le dijo Lucy-. Estaba intentando llamarte, pero no pude.
– Vargov debe haber puesto en la cabaña un dispositivo que interfiera con la señal. Por eso nos envió aquí, para que no pudiéramos pedir ayuda.
– ¿Y qué vamos a hacer ahora?
Bryan se quedó callado, considerando cuáles eran las opciones que tenían.
– Nos quedaremos aquí hasta que anochezca. En la oscuridad tendremos una oportunidad de escapar sin que Vargov pueda vernos.
Sin embargo, en ese mismo momento Vargov empezó a disparar de nuevo. Bryan le respondió, rompiendo con unos cuantos balazos los cristales de las ventanas del piso de arriba.
Cuando cesó el fuego cruzado, se hizo el más absoluto de los silencios. Hasta los pájaros había dejado de cantar y la brisa había cesado.
– Quizá le has dado -siseó Lucy.
– No lo creo.
La voz de Bryan había sonado extraña, como si le costase trabajo hablar.
De pronto su arma cayó al asfalto.
– ¿Bryan?
Bryan se desplomó contra ella. Tenía una herida en el hombro, muy cerca del pecho, y estaba sangrando.
– ¡Bryan!
Presa del pánico, Lucy se olvidó por completo de Vargov. Tenía que conseguir atención médica para Bryan o moriría, pero para eso tendría que meterlo en el coche y conducir hasta el pueblo. Bryan estaba aún consciente, pero sólo apenas.
– ¿Qué… qué estás haciendo? -le preguntó cuando sintió que estaba intentando levantarlo.
– Tengo que subirte al coche.
– ¡Lucy, agáchate!
Sólo entonces se dio cuenta de que estaba prácticamente de pie y de que Vargov no había intentado dispararle.
Quizá Bryan sí le hubiese acertado después de todo… o quizá estuviese recargando la pistola… o se hubiese quedado sin balas.
No tenía tiempo para elucubraciones. Bryan sangraba cada vez más.
– Tienes que ayudarme, Bryan -le dijo-; pesas demasiado. No puedo subirte al coche yo sola.
De algún modo Bryan fue capaz de sacar fuerzas de flaqueza para levantarse y lanzó una mirada a la casa. Vargov seguía sin dar señales de vida.
Lucy recogió el arma de Bryan por si acaso y lo ayudó a meterse en el coche antes de rodear el vehículo corriendo para sentarse al volante.
Puso el motor en marcha y se alejaron de allí a toda prisa.
Sólo cuando estaban ya al menos a un kilómetro y medio de la cabaña respiró Lucy tranquila.
– Lo hemos conseguido -dijo entusiasmada-. ¿Bryan?
Bryan no le respondió; se había desplomado inconsciente en el asiento.
Capítulo Doce
Cuando Lucy llegó a ley Creek intentó usar de nuevo el teléfono. Por fin funcionaba. Llamó al 911, y al poco acudieron en su auxilio varias personas del servicio de urgencias.
Un hombre del equipo médico de la ambulancia que se hizo cargo de Bryan le dijo que iban a trasladarlo en helicóptero al hospital más cercano, en Poughkeepsie, y le dio las indicaciones necesarias para que pudiera ir allí en coche.
Lucy nunca sabría cómo había podido llegar, porque durante todo el trayecto apenas tuvo la mente diez minutos seguidos en la carretera.
Cuando preguntó en el mostrador de urgencias por Bryan le dijeron que lo habían llevado directamente al quirófano.
De camino allí Lucy había tomado una decisión: Bryan podía morir y no quería que muriese solo, sin que su familia se enterase de nada.
Por eso llamó a su padre, luego a su madre, y finalmente a Scarlett. Probablemente Bryan no lo aprobaría. Tendría que darle explicaciones a su familia; explicaciones que había estado evitando darles durante todos esos años, pero sentía que tenía que hacerlo. Le daba igual que se enfadara con ella.
Cuando llegaron sus padres, casi al mismo tiempo, aún estaban interviniéndolo.
– Estábamos en una cabaña en la región de los Catskills -les explicó Lucy, escogiendo con cuidado sus palabras. No quería mentirles, pero en la medida de lo posible protegería el secreto de Bryan-. Estábamos fuera de la casa cuando descubrimos que había entrado un hombre. Estaba armado, comenzó a dispararnos, y Bryan resultó herido.
– ¿Y cómo es que a ti no te hirió? ¿Consiguió escapar? -le preguntó Amanda-. ¿Llamaste a la policía?
– La verdad es que no sé cómo logré salir indemne -murmuró Lucy, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas-. Lo único que recuerdo es que conseguí subir a Bryan al coche y que nos alejamos de allí. Una vez estuvimos en la localidad más cercana le expliqué a la policía lo que había ocurrido, pero no sé qué fue del hombre que disparó a Bryan.
Esperaba que Vargov estuviese vivo; quería testificar contra él para que lo metieran en la cárcel y se pudriera allí durante el resto de su vida.
– No lo comprendo -dijo el padre de Bryan, mirándola con el ceño fruncido-. Primero intentan secuestrarte y ahora esto… ¿Tienes alguna relación con gente peligrosa, Lindsay?
Lucy decidió que tenía que decirles la verdad.
– No, señor Elliott; soy testigo de un caso que está investigando el gobierno, un caso de malversación de fondos públicos que alguien está tratando de enviar a un grupo terrorista en el extranjero.
– Pero… ¿qué tiene que ver nuestro hijo con eso? -quiso saber el padre de Bryan.
Amanda puso una mano en el hombro de su ex marido.
– Creo que eso es muy evidente, Danieclass="underline" nuestro Bryan trabaja para el gobierno; es un espía.
Un gemido ahogado escapó de los labios de Lucy, pero no confirmó ni negó las palabras de Amanda.
– ¿Que es un qué? -inquirió el señor Elliott mirándola anonadado.
– No sé cómo no lo imaginé antes -murmuró la madre de Bryan, sacudiendo la cabeza-. Sus constantes viajes, las lesiones, las medidas de seguridad en su apartamento…
Daniel la miró boquiabierto.
– ¿Estás diciéndome que intuías que nuestro hijo era un espía? Pero… ¿cómo podías saber eso?
– Porque las madres tenemos un sexto sentido para estas cosas -respondió ella.
En ese momento llegaron Scarlett y su prometido, John, y, poco después, fueron apareciendo otros miembros de la familia.
Lucy conocía a algunos, a otros no, pero según parecía, cuando un Elliott tenía problemas los demás se unían en torno a él, como una piña.
En esa ocasión no presenció discusión alguna, como las otras veces que los había visto, y sí hubo en cambio lágrimas y abrazos.