Incluso la tía Finola, ésa que decían vivía por y para su trabajo, se presentó allí.
Lucy se sentó en un rincón de la sala de espera, sintiéndose como una extraña en medio de aquella familia tan unida, y rezó en silencio, rogándole a Dios para que Bryan sobreviviese.
Cuando Bryan recobró el conocimiento lo primero que sintió fue pánico. Recordó el fuego cruzado, cuando aquella bala le había dado de lleno en el hombro, el dolor, la sangre… y luego… ¡Lucy! Oh, Dios, ¿qué había pasado con Lucy? ¿Estaba viva o muerta?
– Lucy… -murmuró.
Alguien estaba sosteniendo su mano, pero no tenía fuerzas para abrir los ojos. Olía a alcohol y a medicinas, y el único ruido que se oía de fondo eran los suaves pitidos de alguna máquina. De pronto se sintió transportado a sus diez años, cuando se había despertado tras la operación de corazón.
– ¿Bryan? ¿Estás despierto?
Era la voz de su madre, su madre, que en ese momento le apretó la mano. Sin embargo, ya no tenía diez años.
– Lucy… -repitió de nuevo, abriendo los ojos con dificultad. Su padre también estaba allí-. ¿Qué estáis haciendo aquí? -inquirió con voz débil.
– Lindsay nos llamó. ¿Cómo te encuentras?
Como si tuviera la cabeza llena de algodón y en el pecho le estuvieran clavando mil cuchillos.
– Bien -mintió. Al menos estaba vivo, y eso ya era mucho. Entonces se dio cuenta de lo que su madre había dicho. «Lindsay» los había llamado. Eso significaba que estaba viva-. ¿Está bien? ¿Lindsay está bien?
– Tiene unos cuantos arañazos, pero se encuentra bien -lo tranquilizó su madre.
– Perdiste mucha sangre por el disparo -le dijo su padre-. La bala cortó una arteria, pero por suerte no llegó a ningún órgano importante. Te pondrás bien.
– Y cuando estés completamente recuperado… -intervino su madre-… te mataré yo por habernos ocultado durante todo este tiempo que eres un agente secreto.
Oh-oh… Su secreto ya no era tal. La verdad era que tendría que extrañarle que su madre, que siempre había sido tan perspicaz, no hubiese atado cabos mucho antes.
– Porque pensaba que os preocuparíais.
Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas.
– Oh, Bryan, no te hicimos aquella operación de corazón para que ahora arriesgues tu vida persiguiendo terroristas.
– Lucy… quiero decir… Lindsay… ¿os lo ha contado todo?
– No, apenas nos ha dicho nada -contestó su madre-. Sólo nos dijo que un hombre armado había entrado en la cabaña, pero yo empecé a entender de repente muchas cosas que llevaban preocupándome desde hacía un tiempo. Bryan, estoy muy disgustada contigo -le dijo sollozando-, pero también muy orgullosa de ti.
Su padre le rodeó los hombros con el brazo, y Bryan se dio cuenta de que era la primera vez desde su divorcio que los veía así, apoyándose el uno en el otro.
– ¿Dónde está Lucy? Quiero decir… Lindsay.
– No tienes que seguir con eso, hijo. El verdadero nombre de Lindsay es Lucy, ¿no es eso? -lo reprendió su padre.
Bryan asintió.
– Está en la sala de espera -contestó su madre.
– ¿Podríais pedirle que viniera. Necesito verla; necesito decirle…
– Iré a buscarla -dijo su madre dándole unas palmaditas en la mano.
Luego se puso de pie y lo dejó a solas con su padre.
– Esa chica… Lucy… es muy especial para ti, ¿no? -le preguntó éste.
– Más de lo que te puedas imaginar -respondió Bryan contrayendo el rostro. El anestésico estaba perdiendo sus efectos y el dolor en el pecho y en el hombro era cada vez peor-. Lo malo es que no creo que podamos… Quiero decir que la única razón por la que está conmigo…
– Si es especial para ti no la dejes ir -lo interrumpió su padre en un tono solemne-. Te dejo para que descanses.
Bryan querría haberle dicho que no necesitaba descansar, que lo que necesitaba era ver a Lucy, pero los párpados le pesaban horriblemente, y pronto se quedó dormido.
Cuando volvió a abrir los ojos Lucy estaba sentada en una silla al lado de la cama. Alguien le había dado una sudadera para que se la pusiera encima de la camiseta de tirantes. Tenía el rostro lleno de arañazos, el cabello todo despeinado… y estaba más hermosa que nunca.
– Lucy…
– Estoy aquí.
– Perdona que te haya dado este susto -murmuró Bryan.
– Estás vivo y eso es lo que importa -replicó ella-. Ahora tendrás una cicatriz más en tu colección, eso es todo.
Por el tono de su voz parecía como si estuviera conteniendo las ganas de llorar.
– Me has salvado la vida -dijo Bryan-; no sé cómo podré agradecértelo.
Lucy se encogió de hombros.
– En realidad no corrí ningún riesgo. Vargov está muerto. Por eso dejó de dispararnos. Parece que le dio un ataque al corazón.
– Vaya. Bueno, al final no era tan mal tipo como creíamos si tuvo la decencia de morirse mientras nos estaba tiroteando -murmuró él. Lucy lo miró de hito en hito-. Lo siento, en este trabajo el humor negro nos ayuda a superar los malos momentos.
– No pasa nada. Es que… bueno, todavía me resulta difícil creer que… en fin, fue siempre tan amable conmigo.
– Lo entiendo -dijo Bryan tomándole la mano y apretándosela suavemente-. ¿Quién te ha dicho que está muerto?
– Orquídea se puso en contacto conmigo. Parece que ahora es ella quien está al mando. No me dijo mucho más; sólo que ya puedo volver a casa. Dice que ahora que Vargov ha muerto ya no hay peligro.
Eso era algo que Bryan preferiría verificar por sí mismo.
– ¿Y es eso lo que quieres?, ¿quieres volver a casa?
Lucy se encogió de hombros otra vez.
– Quizá pueda recuperar mi empleo en el banco.
Bryan recordó entonces lo que su padre le había dicho de no dejar ir a Lucy.
– ¿Y si yo te ofreciera otro tipo de trabajo?
– ¿Qué?
– Tienes una habilidad increíble para resolver enigmas. Podrías ayudarnos muchísimo.
Lucy lo miró como si estuviese pensando que se había vuelto loco.
– ¿Estás diciéndome que crees que debería convertirme en espía, como tú?
– Bueno más bien estaba pensando en que podrías colaborar con el gobierno de forma esporádica. Estoy seguro de que mis superiores estarían dispuestos incluso a darte la preparación necesaria.
Lucy abrió mucho los ojos.
– ¿En serio? Eso sería estupendo.
– Y cuando no estés trabajando en un caso podrías ayudarme con el restaurante y… -Bryan se quedó callado al ver lo seria que se había puesto de repente-. No pareces demasiado entusiasmada.
– No es eso; me encantaría hacer lo que estás diciendo; es sólo que…
– No me quieres.
– Por supuesto que te quiero. Oh, diablos, no debería haber dicho eso. Soy patética, ¿no? Una chica de Kansas enamorada de un espía millonario.
Bryan se había quedado sin aliento. Había lanzado aquella pregunta encubierta como quien lanza un órdago jugando a las cartas. No había imaginado que Lucy estuviese enamorada de él. No se había atrevido a soñar que…
– Y si estás enamorada de mí, ¿a qué viene esa cara de pena? Lucy, ¿es que todavía no te has dado cuenta? Quiero que te quedes en Nueva York porque estoy loco por ti.
El rostro de Lucy se iluminó, pero luego volvió a ensombrecerse y los ojos se le llenaron de lágrimas.
– No podría soportarlo, Bryan. No podría soportar que desaparecieras sin ninguna explicación; no saber cuándo volverías… o si volverías siquiera. No estoy hecha para ser la novia de un espía.
Bryan le apretó la mano de nuevo.
– Voy a dejarlo, Lucy. No habrá más peligro, ni más viajes al extranjero, ni más mentiras a mi familia.
– Pero… pero a ti te apasiona tu trabajo. Tú mismo me lo dijiste.
– Es verdad, pero he descubierto que valoro más el estar vivo. Además, hay muchas otras tareas que puedo desempeñar para la agencia: analizar datos, coordinar misiones, interrogar a sospechosos… Pero también quiero dedicar más tiempo al restaurante. Como ves hay muchas opciones.