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– ¿Y podré quedarme con la ropa que me dio Scarlett? -inquirió Lucy.

Bryan sospechó que estaba intentando distraerlo para eludir darle una respuesta.

– Te compraré toda la ropa que quieras; incluso podríamos comprar un vestido de novia.

Lucy emitió un gemido ahogado y se tapó la boca con una mano.

– Bryan, no digas esas cosas a menos que estés hablando en serio; es algo cruel.

– ¿Crees que no estoy hablando en serio? Quiero que seas mi esposa, Lucy, y francamente, si no me caso contigo estoy seguro de que mi familia no volverá a dirigirme la palabra. ¿Qué me dices?

– Digo que estás loco -murmuró Lucy intentando en vano soltar su mano-. ¡Así no es como se supone que tiene que ser! -protestó.

– Te lo volveré a pedir a la luz de las velas y con violines de fondo en cuanto salga de aquí -le dijo Bryan-, pero, por amor de Dios, Lucy, dime que sí.

Por toda respuesta ella se inclinó y lo besó hasta que una de las máquinas que controlaba sus constantes vitales comenzó a hacer un pitido que hizo que entrara una de las enfermeras.

– Pero… ¿qué está usted haciendo? -reprendió a Lucy apartándola de la cama-. Vamos, vamos, fuera.

Los ojos de Bryan buscaron los suyos.

– ¿Eso era un sí?

Lucy asintió con una sonrisa en los labios y los ojos llenos de lágrimas.

Dos semanas más tarde, en un caluroso día de finales de julio Lucy y Bryan se casaron en The Tides, la finca de sus abuelos.

Scarlett había encontrado para ella el vestido de novia perfecto, sencillo pero elegante, y Lucy se sentía como una princesa de cuento de hadas. Bryan les había enviado a sus padres sendos billetes de avión, en primera clase, y sus padres, que nunca había salido de Kansas, viajaron hasta Nueva York.

Ni siquiera se habían dado cuenta de que Lucy llevaba semanas «desaparecida». La habían llamado por teléfono, y cuando les había saltado el contestador habían pensado que habría salido de viaje y no habían vuelto a preocuparse, así que Lucy había preferido no contarles nada. No quería que se pasasen el resto de sus vidas rezando por ella.

– ¿No estarás embarazada, verdad? -le había preguntado su madre en un siseo cuando fueron a recogerlos al aeropuerto.

Lucy se rió, sorprendiéndose a sí misma.

– No, mamá, sólo enamorada.

– Vaya. Bueno, pues creo que esta vez has dado con el hombre correcto. ¿Has viajado en primera clase alguna vez? Es increíble…

Todos los Elliott acudieron a la boda; incluso unos cuantos a los que Lucy aún no conocía. Todavía tenía que aprenderse todos sus nombres. Bryan había cerrado Une Nuit ese día para que todos los empleados pudieran asistir también a la boda.

Stash, por supuesto, había ido allí en su Peugeot, que ahora tenía unos cuantos agujeros de bala en la carrocería.

Bryan se había ofrecido a pagar la reparación, pero Stash le había dicho que no era necesario, y era evidente que estaba disfrutando de lo lindo contándole a todo el mundo la historia de aquellos balazos, así que Lucy procuró mantener a sus padres alejados de él.

Bryan estaba más guapo que nunca. El vendaje del hombro casi no se notaba debajo del esmoquin, y cuando se hicieron las fotografías se quitó el cabestrillo del brazo para volver a ponérselo luego. Se suponía que no debía usar el brazo hasta que estuviera completamente curado, pero decía que no le dolía.

La ceremonia fue breve, pero sentida, y luego se celebró un gran banquete. El chef Chin había ocupado la cocina de Maeve como un general que hubiera conquistado una ciudad, y los platos que había preparado eran simplemente deliciosos.

Pero el broche del día fue la tarta de cuatro pisos, una sorpresa que Bryan había querido darle a Lucy, que no se dio cuenta de qué tarta era hasta que Bryan le dio a probar un trozo mientras les hacían más fotos.

Nada más probar aquel bocado las mejillas de Lucy se encendieron.

– Lucy, ¿ocurre algo? -le preguntó Bryan solícito.

– Creo que estoy teniendo algo parecido a la respuesta condicionada de Pavlov -murmuró Lucy.

Nunca hubiera imaginado que el probar un trozo de tarta pudiera excitarla.

Bryan se echó a reír.

La madre de Bryan, que había llegado unos segundos antes de la ceremonia se acercó a abrazarlos.

– Temía que no vinieras, mamá -le dijo Bryan.

– No iba a perderme la boda de mi hijo… aunque tenga que estar bajo el mismo techo que él -respondió su madre, señalando con la cabeza a su abuelo Patrick de un modo despectivo.

Aquella familia tenía más disputas que las de las telenovelas, pensó Lucy, pero… ¿qué familia no las tenía?

– ¿Eres feliz? -le preguntó Bryan antes de besarla, cuando su madre se hubo alejado.

– Muchísimo -respondió Lucy con los ojos brillantes.

– Pues deberías estar preocupada.

– ¿Por qué?

– Porque encajas a la perfección en esta familia de locos. Ahora eres una Elliott, Lucy.

Lucy sonrió. Nada podría haberla hecho más feliz.

Kara Lennox

***