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– Ochenta y dos -la corrigió la señora Pfluger.

– Estoy seguro de que aunque haya alguien vigilando ahí fuera, ni se fijarán en ti -dijo Bryan tomando el bastón y tendiéndoselo-. Vamos, prueba a imitar la forma de caminar de una mujer mayor.

Lucy se encorvó y lo intentó.

– Cielos -murmuró la señora Pfluger-. Por favor, dime que no es ése el aspecto que tengo yo cuando voy andando por la calle.

– No, claro que no; estaba exagerando -se apresuró a contestar Lucy. Se acercó a la anciana y le dio un abrazo-. No sabe cómo le agradezco que esté ayudándome, señora Pfluger. Quiero decir que… ni siquiera conoce a este hombre.

– Me ha enseñado su placa -replicó la anciana. Obviamente ni se le había pasado por la cabeza que pudiera ser falsa-. Y además parece un buen chico; estoy segura de que cuidará de ti.

– Eso espero -murmuró Lucy lanzándole una mirada significativa a Bryan-. ¿Nos vamos?

Bryan le dio las gracias a su vecina y salieron de la casa.

– Mantén la cabeza gacha -le dijo en un susurro a Lucy, mientras caminaban calle abajo-. Así. Lo estás haciendo estupendamente. Si no supiera la verdad creería que eres una abuelita.

Cuando llegaron al lugar donde había dejado aparcado el coche en el que había ido hasta allí, le abrió la puerta a Lucy, fingió ayudarla a subir en él, y lo rodeó para sentarse al volante.

Puso el vehículo en marcha y se alejaron. Miró por el retrovisor, pero no parecía que nadie los estuviese siguiendo, y por fin se relajó un poco.

Minutos después entraban en el aparcamiento del centro comercial de donde se había llevado el coche, y lo dejó aparcado cerca de donde lo había encontrado.

– ¿Por qué hemos parado aquí? -le preguntó Lucy.

– Porque vamos a cambiar de coche -respondió él apagando el motor y sacando su llave multiusos del contacto.

– ¿Qué es eso? -inquirió Lucy señalándola-. Oh. Dios mío, ¿no me digas que has robado este coche?

– Robado no; sólo lo he tomado prestado. La dueña está ahí dentro comprando y nunca se enterará.

– Da un poco de miedo… que existan chismes como ése, quiero decir, y que los agentes secretos del gobierno vayan por ahí robando coches.

– Los agentes secretos del gobierno hacen cosas mucho peores, me temo -murmuró él cuando se hubieron bajado del vehículo.

No quería decírselo aún a Lucy, pero tenía un mal presentimiento.

La condujo al coche en el que había llegado allí, un Jaguar plateado, su vehículo particular. No había querido arriesgarse a que lo identificaran, y por ello había hecho el cambio.

– Vaya, éste es mejor que el Mercedes de antes -comentó Lucy cuando estuvieron dentro del vehículo-. ¿También lo estás tomando prestado?

– No, este coche es mío.

Lucy dejó escapar un largo silbido.

– No imaginaba que ser espía estuviese tan bien pagado como para poder tener un Jaguar.

– Y no lo estamos. Este trabajo no es mi única fuente de ingresos -contestó Bryan.

Él mismo nunca habría imaginado que su tapadera, el negocio que había establecido para ocultar su verdadera profesión a familia y amigos, fuese a resultar tan lucrativo.

– Ya puedes deshacerte del disfraz; estamos a salvo.

– Gracias a Dios -murmuró Lucy quitándose la peluca, y su verdadero cabello, una espesa mata de color castaño, se desparramó sobre sus hombros.

A Bryan el pelo de una mujer nunca le había parecido especialmente excitante, pero había algo muy sensual en aquella melena.

Lucy se quitó el chubasquero, lo arrojó al asiento trasero, y maldijo entre dientes.

– Me he dejado los vaqueros en casa de mi vecina.

– No, los guardé yo en… -comenzó Bryan antes de quedarse callado.

No, no los había guardado en ningún sitio; se había quedado tan embobado mirando a Lucy bajarse los vaqueros para ponerse el pantalón de chándal de la anciana, que se había olvidado de guardarlos en la mochila de la joven. Claro que ningún hombre con sangre en las venas habría podido apartar la vista. Tenía unas piernas increíbles y…

– No te preocupes; te conseguiremos ropa.

No era momento de pensar en las piernas de Lucy. Tenían un problema, y muy serio. Había creído que aquello de que la estaban vigilando eran sólo exageraciones de la joven, pero los micrófonos ocultos en la casa no eran desde luego producto de su imaginación.

De hecho, después de examinarlos, se había reducido considerablemente la lista de posibles sospechosos. Aquellos micrófonos eran tecnología punta; comprados en Rusia. Eran tan modernos que únicamente su agencia tenía acceso a ellos… aparte de los rusos, por supuesto, pero dudaba que los rusos estuvieran implicados en aquello.

No, alguien de su propia organización lo había traicionado, y eso significaba que su vida y la de Lucy corrían peligro, a menos que identificase a aquel traidor y lo neutralizase lo antes posible.

Capítulo Dos

En vez de tomar el camino más corto para salir de la ciudad, Bryan zigzagueó por varias calles para asegurarse de que no los estaban siguiendo, hasta que finalmente salieron a la autopista.

– ¿Estás bien? -le preguntó a Lucy.

Había esperado que lo acribillara a preguntas acerca de dónde iban y qué iban a hacer; preguntas para las que no tenía aún respuesta, pero la joven iba muy callada.

Lucy asintió.

– Siento haberte puesto en peligro.

Ella se encogió de hombros.

– Sabía a lo que me exponía cuando acepté colaborar con vosotros; tú me advertiste que habría riesgos.

Era verdad que le había advertido que aquello podría ser peligroso, pero Bryan nunca habría imaginado que alguien de la agencia pudiera estar implicado.

– Y nos has ayudado muchísimo; lástima que no hayas podido terminar el trabajo.

– Sí lo he hecho.

– .Perdón?

– Después de hablar contigo por el móvil supe que no podría volver a poner un pie en Alliance Trust, así que mandé todas las precauciones a paseo. Hasta ese momento siempre había tenido mucho cuidado de cubrir mis huellas cuando descargaba información, pero dado que no iba a volver, pensé que ya daba igual. Así que descargué prácticamente todo. Parece mentira la capacidad que tiene esa memoria USB que me disteis.

– ¿Has dicho prácticamente todo? -repitió él sin poder dar crédito a lo que estaba oyendo.

– Bueno, todo lo que podría sernos útil. Me llevará tiempo revisarlo todo, porque quien estaba malversando dinero de los fondos de pensiones es bastante escurridizo, pero descargué calendarios, listas de contactos, las horas de conexión y desconexión, contraseñas, las actas de reuniones… Como digo será lento, pero creo que por un proceso de eliminación puedo llegar a descubrir quién estaba apropiándose indebidamente de esos fondos.

– No será necesario que te ocupes tú -replicó Bryan-; nuestra agencia cuenta con algunas de las mentes más brillantes del país y… -se quedó callado al recordar que hasta que no supiera quién lo había traicionado no sería prudente compartir esa información con nadie. Con sólo apretar una tecla podrían borrar las pruebas por las que Lucy había arriesgado su vida.

– Pero estoy segura de que podría hacerlo -insistió la joven-. Puede que tu organización tenga expertos y equipos de alta tecnología, pero yo conozco a las personas que trabajan en el banco y sé cuál es el cometido de cada una de ellas. Sé que sería capaz de dar con las piezas de este rompecabezas y encajarlas.

Quizá tuviese razón.

– Está bien; ¿qué necesitarías?

– Sólo un ordenador lo bastante potente como para poder manejar toda esa información, y un lugar tranquilo donde trabajar.

Un plan estaba empezando a tomar cuerpo en la mente de Bryan. Era algo descabellado, pero no sabía de qué otro modo podría poner a Lucy a salvo. La agencia contaba con un buen número de pisos francos, pero ya no podía fiarse de su propia gente. Todos los que estaban tomando parte en aquella misión conocían también esos pisos: Tarántula, Stungun, Orquídea, y su supervisor más inmediato, Siberia.