Todavía no podía creerse que aquellas cuatro personas, a las que hasta hacía una hora les habría confiado su propia vida, se hubiesen convertido de pronto en sospechosos.
– De acuerdo; creo que podré proporcionarte las dos cosas -respondió finalmente.
– Bueno, ¿y adonde vamos?
– A Nueva York.
– Eres de allí, ¿no?
Bryan dio un ligero respingo. ¿Cómo podía saber eso?
– Es por tu acento -dijo ella como si le hubiera leído el pensamiento-. En mi instituto había un chico de Nueva York, de Long Island, y hablaba igual que tú.
Vaya, vaya, vaya… pues sí que era observadora. La mayoría de la gente no lo habría notado. Durante su adiestramiento en la agencia le habían enseñado a enmascarar su acento. Claro que eso también significaba que había bajado la guardia sin darse cuenta. Debía ser la presión; muchos agentes no la aguantaban y acababan dejándolo.
– ¿Trabajas para la CIA? -le preguntó Lucy.
Ya no, pero había trabajado con ellos. Lo habían reclutado en su época de universitario, cuando estudiaba Gestión de Empresas. Por aquel entonces sus planes habían sido entrar a trabajar en la empresa familiar, el grupo editorial Elliott Publication Holding, pero aquella oferta había hecho que su vida diese un vuelco. Había estado al servicio de la CIA durante varios años, tomando parte sobre todo en operaciones encubiertas, hasta que un día le habían propuesto entrar a formar parte de una nueva agencia del Departamento de Seguridad Nacional. Las investigaciones que llevaban a cabo eran tan secretas que la agencia no tenía nombre, no tenía unas oficinas centrales, no se mencionaba en los presupuestos generales del Estado… básicamente no existía.
Debido a su trabajo se había acostumbrado a mentir y no le costaba nada hacerlo de un modo convincente, pero no quería mentir a Lucy, así que decidió que una verdad a medias no sería tan mala como una mentira.
– No, trabajo directamente para el Departamento de Seguridad Nacional.
– ¿En serio? No sabía que el Departamento de Seguridad Nacional tuviese sus propios espías.
– Es algo relativamente reciente.
– ¿Y cómo se convierte uno en espía?
– ¿Por qué?, ¿te interesa unirte a nosotros?
– Tal vez; cualquier cosa es mejor que el trabajo tan aburrido que hacía en el banco.
– ¿Y por qué estabas trabajando allí si no te gustaba?
Lucy se encogió de hombros.
– Necesitaba un empleo estable, y pagaban bastante bien. Pero ya llevaba un tiempo pensando en buscar otra cosa.
Por lo que había averiguado de ella, Bryan sabía que Lucy pertenecía a una familia de granjeros de Kansas, había ido a la universidad, se había licenciado con buenas notas y que, aunque no tenía la preparación necesaria ni la experiencia, había conseguido aquel puesto en el banco gracias a un tío suyo.
El único misterio en la vida de la joven era un periodo de dos años después de su paso por la universidad sobre el cuál no había conseguido información alguna. Su pasaporte indicaba que había viajado al extranjero, y Bryan había averiguado que tenía un hermano en Holanda, así que quizá hubiese pasado una temporada con él.
– ¿Vais a darme protección? -le preguntó Lucy de pronto.
– Ya lo estamos haciendo.
– No, me refiero a una nueva identidad -matizó ella-. La verdad es que nunca me ha gustado mi nombre, así que no me importaría nada cambiarlo por otro, aunque sólo sea algo temporal.
– ¿Qué nombre te pondrías?
– Desde luego no uno tan tonto como «Casanova» -lo picó Lucy-, aunque viendo cómo engatusaste a mi vecina para que te ayudara, la verdad es que te va como anillo al dedo.
– No me lo puse yo. Y por cierto, puedes llamarme Bryan; ése es mi verdadero nombre.
De todos modos lo habría averiguado muy pronto.
– De acuerdo; pues entonces tú llámame… Lindsay; Lindsay Morgan.
– Suena muy sofisticado. ¿Tiene algún significado especial? ¿Conoces a alguien que se llame Lindsay? ¿O que se apellide Morgan?
– No, pero Lindsay Wagner es una de mis actrices preferidas. Y Morgan… pues no sé, se me acaba de ocurrir.
– Pues no se hable más; desde este momento te llamas Lindsay Morgan, así que ve acostumbrándote.
Oh, Dios, pensó Lucy. Aquello iba en serio. Le había dicho lo del cambio de nombre medio en broma, pero iba a conseguir una nueva identidad de verdad. Un nuevo trabajo, una vida nueva en una nueva ciudad…
Unos criminales vinculados con el terrorismo internacional habían entrado en su casa, instalado micrófonos ocultos, y era posible que estuviesen buscándola para matarla, pero no estaba aterrada, como cabría esperar en una situación así. Todo aquello era tan emocionante…
Claro que se sentía un poco mal por sus padres; se preocuparían cuando pasasen varios días sin que tuviesen noticias de ella. Habría querido preguntarle a Bryan si podría volver a verlos, pero probablemente no podría responderle a eso.
Viajaron durante casi cinco horas, pero estaban en el mes de julio, así que todavía era de día cuando llegaron a Nueva York.
– ¿Dónde voy a quedarme?, ¿en un hotel? -le preguntó a Bryan.
– No, no puedo llevarte a ningún sitio donde tengas que identificarte; no hasta que no tenga listos los documentos falsos que te acrediten como Lindsay Morgan.
– Pero vas a llevarme a un lugar seguro, ¿no?
– Al más seguro de todos -le contestó él con una breve sonrisa.
Era la primera vez que Lucy lo veía sonreír, y aquella sonrisa hizo que el corazón le palpitase con fuerza. No le extrañaba que la señora Pfluger, que por lo general era algo cascarrabias, se hubiese mostrado tan dispuesta a cooperar. Si Bryan se lo hubiese pedido, la anciana habría sido capaz de desnudarse. Y hablando de desnudarse… todavía no podía creerse que se hubiera quitado los vaqueros delante de él, delante de un perfecto extraño. Entonces había estado demasiado nerviosa como para andarse con remilgos, pero en ese momento, sólo de recordarlo, las mejillas se le tiñeron de rubor, y giró el rostro hacia la ventanilla antes de que Bryan pudiera darse cuenta.
Había olvidado lo mucho que le gustaba Nueva York, aun cuando no le traía recuerdos muy agradables. No le gustaba ahondar en aquello, y cada vez que se descubría reviviendo esa época de su vida se apresuraba a apartar esos pensamientos de su mente, pero esa vez no lo hizo. Para su sorpresa descubrió que recordar aquello ya no le resultaba tan doloroso; más que otra cosa sentía tristeza por lo estúpida que había sido.
Bajó un poco la ventanilla, y el olor a perrito caliente de un puesto le hizo recordar que aparte del medio sándwich que se había tomado a mediodía no había comido nada. Había estado demasiado nerviosa como para hacer un almuerzo en condiciones.
– Me muero de hambre -le dijo a Bryan-. ¿Habrá comida en el sitio al que me llevas?, ¿o podremos pedir al menos algo por teléfono?
– No te preocupes; eso no es problema.
Se estaban adentrando en el Upper West Side, donde se encontraban las tiendas de moda, los restaurantes más selectos, y donde estaban también las zonas residenciales de la gente rica de Nueva York.
– Oh, mira. Me suena haber leído hace poco sobre ese sitio en alguna revista -le comentó a Bryan cuando pasaron por delante de un restaurante llamado Une Nuit-. Quizá fuera en People, o en The Buzz. Creo que lo mencionaban porque algún famoso había celebrado aquí su cumpleaños.
– Sí, una de las hermanas Hilton.
– Vaya… ¿Así que estás al tanto de los cotilleos? ¿De dónde saca tiempo un espía para leer esa clase de prensa?
– En realidad no lo leí; estuve allí.