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– ¿Lo dices en serio? ¿Conoces a las hermanas Hilton? -inquirió Lucy.

Siempre le había fascinado el mundo del espectáculo y los famosos, y desde el instituto había soñado con conocer a alguno de sus cantantes o actores favoritos.

Por desgracia había descubierto que en ese mundo no todo eran fiestas y glamour; lo había vivido bastante de cerca.

Bryan no contestó y, para su sorpresa, vio que se dirigían a un garaje a la vuelta de la esquina.

– Mmm… ¿no iremos a comer aquí, verdad? -le preguntó cuando Bryan bajó la ventanilla para introducir una tarjeta en la máquina que había a la entrada-. Me encantaría venir algún día, pero me parece que hoy no voy vestida de un modo muy adecuado -añadió bajando la vista a los pantalones de chándal de su vecina.

Bryan sonrió divertido.

– No, ahora mismo no vamos a entrar al restaurante, pero éste es el sitio al que venimos.

– Creía que sería un lugar más… aislado.

– Lo importante no es que esté o no aislado, sino que sea un sitio donde no se les ocurriría buscarte a quienes andan detrás de ti.

Tras dejar el vehículo aparcado, entraron por una puerta que tenía un letrero con el nombre del restaurante, pero al cruzarla accedieron a un pequeño vestíbulo donde había un ascensor v subieron en él.

Bryan apretó un botón, y una voz computerizada le pidió una contraseña.

– Enchilada -dijo Bryan, y nada más pronunciar aquella palabra el ascensor se puso en marcha.

– Un ascensor protegido por clave… Esto parece sacado de una película de James Bond -comentó Lucy anonadada.

– Además está programado para reconocer mi voz -le dijo él-. Nadie puede subir al piso de arriba a excepción de mí… y de mis huéspedes, por supuesto.

– ¿Quieres decir que vives aquí, en este sitio?

– Sí; soy el propietario del restaurante.

– ¿El restaurante es tuyo? -repitió Lucy anonadada-. ¿Y es normal que los espías lleven a su casa a testigos protegidos?

– No, pero éste es un caso especial.

– ¿Lo es?

Bryan no estaba seguro de qué debía contestarle, de cuánto podía contarle, pero finalmente optó por decirle la verdad.

– Tengo razones para creer que he sido traicionado por mi propia gente; por eso no puedo llevarte a uno de los pisos francos de la agencia. Éste es el único lugar donde estoy seguro de que nadie te buscaría.

– Entonces… la gente con la que trabajas… los otros espías… ¿no saben dónde vives?

– Ni siquiera saben cómo me llamo. Para los otros, e incluso para mi jefe, soy simplemente Casanova.

– Vaya.

Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento, y Bryan le hizo un ademán a Lucy para que fuera delante.

Hacía un par de años había comprado el edificio entero. Había hecho algunos cambios en la planta baja para ampliar el comedor y modernizar las cocinas, había convertido la segunda planta en oficinas y cuartos de almacenamiento, y había hecho de las dos plantas superiores su vivienda particular.

No había reparado en gastos; sencillamente no había tenido necesidad de hacerlo. Su familia era rica, y él percibía un buen sueldo por su trabajo para el gobierno, pero aquellas reformas las había hecho gracias a los beneficios que había conseguido hasta entonces con el restaurante.

Nunca habría imaginado que aquel negocio que había abierto como una tapadera de su verdadero trabajo de cara a su familia y amigos habría acabado siendo tan lucrativo.

– ¿Cuánto tiempo tendré que estar aquí? -le pregunto Lucy-. No es que esté quejándome, pero quiero ir haciéndome a la idea, y también me gustaría saber si podré salir o voy a tener que permanecer aquí escondida todo el tiempo. Y si tendré que testificar en un juicio o algo así.

Bryan no pudo sino sonreír ante aquel aluvión de preguntas. Le gustaba la vivacidad de Lucy. En un primer momento no le había parecido más que una chica del montón, pero tenía una sonrisa contagiosa, y sus ojos, que eran de un azul muy claro, casi grises, tenían algo especial.

– Pues claro que no voy a tenerte aquí encerrada -le contestó-. Además no creo que vayas a encontrarte con nadie que conozcas.

En lo que respectaba a su familia, sin embargo, no había forma de que pudieran evitarlos, así que tendría que inventar algo para explicar la presencia de su joven invitada.

– Mm… yo no estoy tan segura de eso -dijo Lucy-. Hace unos años estuve viviendo aquí, en Nueva York.

– ¿Cómo?

Cuando había estado recabando información sobre ella no había encontrado nada que apuntase a que hubiese residido allí. Sin embargo, entonces recordó aquellos dos años sobre los que no había podido averiguar gran cosa.

– ¿Has oído alguna vez de un grupo de rock que se llama In Tight? -le dijo Lucy.

– Sí, claro que sí. Creo que este año van a hacer una gira por todo el país, ¿no?

Lucy asintió.

– Durante un tiempo estuve trabajando para ellos.

– ¿Tú? ¿Trabajaste para un grupo de rock?

– Contesté a un anuncio que habían puesto en Internet. Buscaban a alguien que se hiciera cargo de la contabilidad.

Bryan no podía imaginársela con un grupo de melenudos.

– No es que no te crea, Lucy, pero la agencia me pidió que te investigara cuando te pusiste en contacto con ella y se plantearon proponerte que colaboraras con nosotros. Es algo rutinario. En fin, lo que quiero decir es que no encontré nada sobre eso que estás contándome.

– Probablemente porque me pagaban con dinero negro. En aquella época no eran tan famosos como ahora -le explicó ella-. Sólo quería que supieras que sí es posible que me encuentre con alguien que me reconozca.

– En ese caso tendremos que asegurarnos de que eso no pase -contestó él. La miró de arriba abajo, preguntándose qué podría hacerse para que pareciese otra persona. Quizá un color de pelo distinto, otro peinado…-. ¿Qué te parecería un cambio de imagen?

Le preocupaba que Lucy se sintiera insultada, pero en vez de eso se le iluminó el rostro.

– Oh, me encantaría. ¿Podría teñirme de rubia? Si Lindsay Morgan existiera de verdad, sin duda sería rubia.

– Si es lo que quieres… -respondió él encogiéndose de hombros-. Mi prima Scarlett trabaja en la revista Charisma, y se encarga de supervisar las sesiones fotográficas con las modelos. Podría pedirle que nos echara una mano, que trajera algo de ropa, un maletín de maquillaje, lo que le haga falta para arreglarte el cabello… ¿Puedes pasar sin las gafas?

– Me temo que no. Si no las llevo no veo más allá de un metro y medio.

– Pues entonces te pondremos lentillas. Incluso podrían ser lentillas de colores; verdes, quizá, aunque será una pena tapar esos iris azules tan bonitos.

Lucy apartó la vista, como azorada.

– No me tomes el pelo; mis ojos son de lo más corrientes; son aburridos.

– A mí no me parece que sean aburridos en absoluto.

Lucy no lo creyó, pero no dijo nada, y Bryan la llevó al cuarto de invitados, que tenía su propio cuarto de baño.

– ¿Dónde duermes tú? -le preguntó.

– Mi habitación está arriba, y también tengo un estudio. Te lo enseñaré luego; allí es donde tengo mi ordenador. Y ahí es donde trabajarás si hablabas en serio cuando me dijiste que querías intentar sacar algo en claro de toda esa información que descargaste.

– Sí, claro que lo decía en serio.

Bryan asintió.

– Bueno, te dejo para que puedas darte una ducha y descansar -le dijo-; mientras me ocuparé de la cena.

– De acuerdo. ¿Tienes una bata o algo que pueda ponerme hasta que llegue tu prima? No quiero ponerme otra vez esto cuando me haya duchado -añadió señalando los pantalones de chándal de su vecina-. De hecho, de lo que tengo ganas es de quemarlos.

– Espera; te traeré algo.

Bryan no usaba bata, pero le llevó un par de pijamas que todavía estaban en su envoltorio. Se lo había regalado su abuela, y no los había estrenado. Cada año le regalaba uno, y todavía no se había atrevido a decirle que se acostaba desnudo.