Cuando regresó a la habitación de Lucy, ésta aún estaba en la ducha. Había dejado la puerta del baño entreabierta, y por un instante Bryan sintió la tentación de echar un vistazo para ver qué aspecto tenía sin ropa.
No lo hizo, pero no pudo reprimir una sonrisa. Tenía su gracia que le hubiese dado aquel repentino ataque de nobleza, acostumbrado como estaba por su trabajo a espiar a la gente.
Dejó los pijamas sobre la cama, y fue a hacer un par de llamadas: una al restaurante, para pedir algo de cena para los dos, y la otra a su prima Scarlett.
– Claro que no importa -le dijo ésta-. Además, John está fuera, por trabajo, así que no tengo planes para esta noche. Reuniré las cosas que necesito y estaré ahí dentro de hora u hora y media.
– ¿Vais a casaros?
– El año próximo; si no viajaras tanto lo sabrías. ¿De verdad no existen aquí esas especias que compras fuera?
Tal vez debiera buscarse una excusa más creíble. Cada vez que tenía que salir del país por alguna misión le decía a su familia que iba en busca de especias exóticas para el restaurante.
– Éste es un negocio muy competitivo -respondió.
– Ya. Bueno, ¿y dónde has conocido a esta chica?, ¿cuál es su historia? Ninguna de las novias que has tenido necesitaba ayuda con cómo vestirse o maquillarse.
– Es que Lindsay no es… -comenzó Bryan antes de quedarse callado. Sin saberlo, Scarlett le había dado la solución al problema de cómo justificar ante su familia el que Lucy estuviese viviendo con él-. Lindsay no es como las demás chicas con las que he salido; es especial. Es una chica de campo, muy natural, y a mí me gusta como es, pero ella insiste en que quiere un cambio de imagen para encajar mejor aquí. Dice que se siente fuera de lugar en Nueva York.
– No te preocupes; estaré encantada de ayudarla en todo cuanto pueda.
Capítulo Tres
Lucy no podía creer lo que acababa de oír. No había pretendido escuchar la conversación de Bryan con su prima, pero cuando entró en la cocina después de ducharse no pudo evitar oír lo que estaba diciéndole. ¡Prácticamente le había dicho que era su novia!
Bryan, que acababa de colgar, se volvió, y al darse cuenta de que lo había oído, murmuró:
– Mm… sí, supongo que deberíamos hablar de esto. Lo siento, pero es que no se me ha ocurrido otra manera de explicarle por qué estás aquí, en mi casa. Mi familia no sabe que soy un agente secreto del gobierno, y no puedo dejar que se enteren. Tengo que mantener separadas esas dos facetas de mi vida por su bien. Lo comprendes, ¿verdad?
– Sí, pero…
– No te preocupes, Lucy; todo irá bien -la interrumpió Bryan-. A menos que esto te incomode, claro está.
¿Incomodarla? No, ése no era el problema.
– No me incomoda, pero… ¿quién va a creerse que soy tu novia?
– ¿Por qué no habrían de creerlo?
– Pues porque yo no soy más que la empleada sosa y apocada de un banco, y tú eres… tú eres…
– El dueño de un restaurante; eso es lo único que la gente sabe de mí.
El teléfono sonó en ese momento, y cuando Bryan se volvió para contestarlo, Lucy bajó la vista dolida. No había objetado nada respecto a la descripción que había hecho de sí misma. ¿Significaba eso que así era como la veía: una chica sosa y apocada?
– De acuerdo, gracias -dijo Bryan antes de colgar y volverse de nuevo hacia ella-. Nuestra cena está lista; vuelvo enseguida.
Cuando Bryan salió de la cocina, dejándola a solas, Lucy trató de hacerse a la idea de que no sólo se había convertido en la ficción en Lindsay Morgan, sino también en la novia de Bryan.
Tiempo atrás no le habría parecido imposible que un hombre como Bryan se fijase en ella, pero eso había sido sólo durante los meses que había durado su romance con Cruz Tabor, el batería de In Tight, y porque había sido tan tonta como para dejarse seducir por sus palabras lisonjeras.
Al principio, cuando la contrataron como contable, se había propuesto no comportarse como una adolescente deslumbrada por su fama, pero cuando Cruz empezó a flirtear con ella no fue capaz de resistirse. Le dijo que era preciosa, que era sexy, la llevó con ellos de gira, le compró caros regalos…
Sin embargo, luego había descubierto que esos halagos los usaba con todas las mujeres a las que quería llevarse a la cama. Había sido una ingenua al creerse especial porque se había fijado en ella.
Pero eso no tenía nada que ver con la situación actual, se dijo. Después de aquello había dejado de engañarse a sí misma; sabía que no era atractiva en absoluto, así que… ¿cómo iba a creerse nadie que era la novia de Bryan?
Lo mejor sería que intentase no pensar, decidió. Comenzó a poner la mesa, y unos minutos después apareció Bryan con un par de bolsas de las que salía un olor delicioso.
– ¿Qué traes ahí?
– Un salteado de gambas y verduras con salsa Polonaisse.
– ¿Un salteado con una salsa francesa?
– Sí, eso es lo que define a Une Nuit: nuestros platos son una fusión entre la cocina asiática y la francesa -le explicó dejando las bolsas en la encimera, antes de volverse y mirarla de arriba abajo.
Lucy se había puesto la camisa de uno de los pijamas que le había dado. Le quedaba muy larga, así que le cubría casi hasta las rodillas, y además hacía calor, así que no se había preocupado por ponerse la parte de abajo.
Sin embargo, en ese momento se sintió incómoda con él mirándola. Quizá sí debería haberse puesto los pantalones del pijama.
– Te sienta bien -le dijo Bryan con un guiño.
Lucy se puso roja, pero por suerte Bryan se había dado la vuelta para sacar la comida de las bolsas y no se dio cuenta.
«Oh, por amor de Dios, Lucy Miller, crece de una vez», se reprendió irritada. Lo más seguro era que Bryan hubiese visto a docenas de mujeres con mucha menos ropa.
– ¿Te gusta el vino? -le preguntó él, que acababa de sacar una botella del frigorífico.
– La verdad es que… Sí, sí que me gusta.
Había estado a punto de decirle que no bebía. El alcohol era una de las cosas que había dejado cuando se había propuesto cambiar, crecer y darle un giro a su vida en vez de seguir comportándose como una adolescente irresponsable.
Lo cierto era que no se había emborrachado jamás, pero en las fiestas de Cruz y su grupo el alcohol siempre había corrido a raudales, así que el día en que había dejado de trabajar para ellos había decidido que no volvería a beber.
Sin embargo, después del día que había tenido, quizá una copa no le vendría mal. Bryan le tendió una copa.
– Hagamos un brindis: por tu nueva vida como Lindsay Morgan.
– Por Lindsay -repitió ella levantando su copa antes de tomar un sorbo.
Se sentaron a la mesa, y empezaron a comer.
– Mmm… está buenísimo este salteado -le dijo a Bryan-. No me extraña que tu restaurante tenga tanto éxito. ¿Empezaste tú el negocio, o se lo compraste a alguien que lo traspasaba?
– Lo compré. Antes era un pequeño restaurante francés, y lo de mezclar la cocina francesa con la asiática comenzó siendo sólo una broma una noche que el gerente, el chef, y yo habíamos bebido unas cuantas copas de más -le explicó él-. Luego me dije: «¿y por qué no?». Empezamos a experimentar en la cocina, introduciendo platos nuevos en el menú, y resultó que a la gente le gustaban.
– Y salta a la vista por qué -murmuró ella entre bocado y bocado.
Cuando terminaron de cenar Lucy insistió en fregar, diciéndole a Bryan que no tenía sentido poner el lavavajillas por un par de platos, y en ese momento sonó el timbre del portero automático. Era Scarlett, que ya había llegado, así que éste bajó para recibirla y ayudarle a subir las cosas que llevaba.