Y Bryan aún no había vuelto. Se preguntó qué estaría haciendo.
– Sí, sí que lo es -asintió Scarlett-. Bueno, me marcho para que puedas descansar.
– Muchísimas gracias por todo, Scarlett. Me encanta mi nuevo look.
La prima de Bryan sonrió.
– No hay de qué. Me ha encantado conocerte.
Lucy le ayudó a guardar sus cosas y la acompañó al ascensor.
– Te echaría una mano para bajar todo esto, pero no sé cómo volver a subir.
– Tranquila. Bryan y su ridículo ascensor -murmuró Scarlett poniendo los ojos en blanco-. Es verdad que tiene algunos cuadros muy caros, pero me parece que se pasó un poco con tanta seguridad.
Se despidieron y, cuando Scarlett se hubo marchado, Lucy regresó al dormitorio de Bryan. Quería llevarse toda la ropa a su habitación antes de que volviera.
Sin embargo, justo cuando estaba bajando las escaleras cargada de ropa, lo oyó saliendo del ascensor.
– ¿Lucy? -la llamó entrando en ese momento en el salón-. Ah, estás… -se paró en seco y se quedó mirándola-. ¿Qué te has hecho en el pelo?
– ¿No… no te gusta? -musitó Lucy llevándose una mano a la cabeza.
Aunque Scarlett le había dicho que le parecía una pena cortarlo, y que a la mayoría de los hombres les gustaba el pelo largo, Lucy había insistido en que lo que quería corto porque la idea era conseguir un cambio radical; no agradar a Bryan, pero… ¿quizá se lo había dejado demasiado corto?
– Es que estás tan… Espera, suelta esas cosas; deja que te vea bien.
Lucy puso la ropa sobre el sofá y se volvió hacia él, aguardando nerviosa su veredicto mientras la miraba de arriba abajo.
Bryan se acercó y le quitó las gafas para estudiar su rostro.
– Scarlett me ha dado el nombre de un optometrista al que podría encargarle que me hiciera las lentes de contacto -le dijo Lucy-. Podríamos ir mañana.
– Bueno -contestó Bryan.
Para sorpresa de Lucy no le devolvió las gafas, sino que se las guardó en el bolsillo de la camisa.
– ¿Y bien? -le preguntó Lucy impaciente-. ¿Te parece que estoy distinta, o tengo un aspecto ridículo?
Una sonrisa se dibujó lentamente en el rostro de Bryan, que Lucy, sin las gafas, no podía distinguir demasiado bien.
– Ya lo creo que estás distinta; pareces una estrella de cine, Lucy. Estás increíble, de verdad.
– ¿No crees que sería mejor que me llamaras también Lindsay cuando estamos a solas, para acostumbrarte? -le sugirió ella, tratando de ignorar el calor que notaba de pronto en las mejillas-. Y si vas a besarme otra vez como hiciste antes, al menos podrías avisar.
– Pues se supone que estamos locos el uno por el otro, así que puedes esperar un beso en cualquier momento.
– ¿En cualquier… momento?
– ¿Te incomoda que te bese? -le preguntó Bryan, asiéndola por los hombros y mirándola a los ojos-. Si no te sientes capaz de hacer esto tendremos que pensar en otra cosa. No puedo dejar que mi familia sepa la verdad.
Lucy no quería ni imaginar que la llevase a otro lugar, que la dejase sola en un hotel y no pudiera salir de allí hasta que atrapasen a los implicados en aquel caso.
– No será necesario; estoy segura de que puedo hacerlo -se apresuró a contestar. Es sólo que… no sé, creo que deberíamos «ensayar» un poco… quiero decir por si tu familia me pregunta algo, para saber qué contestar y… -en ese momento se dio cuenta de que Bryan estaba mirando sus labios-. ¿Se me ha corrido el carmín?
Bryan negó con la cabeza.
– No, pero estaba pensando que no podemos arriesgarnos a que reacciones como un animalito asustadizo cada vez que te bese -murmuró-. Creo que tienes razón: deberíamos ensayar.
Y, tras pronunciar esas palabras, inclinó la cabeza y la besó como si fuese en serio.
Capítulo Cuatro
Lo que Bryan había pretendido que fuese sólo un beso amistoso, un beso de «no tienes que tenerme miedo», se convirtió pronto en algo más.
Sin que se diese cuenta, Lucy le había rodeado el cuello con los brazos, y por el modo en que estaba respondiendo al beso, era evidente que la palabra «miedo» no estaba en su vocabulario y que no era una virgen sin experiencia alguna, como había creído.
O quizá… quizá había despertado en ella un talento innato que tenía y que ella misma desconocía. Sí, esa idea le gustaba más. No quería ni imaginarla besando a otros hombres; acostándose con otros hombres.
Bueno, no era que él fuese a acostarse con ella, claro. Eso sería llevar la pantomima demasiado lejos, pero no había nada de malo en que se besaran por el bien de la misión.
No, nada de malo, se repitió mentalmente, dejando escapar un gemido al tiempo que enredaba los dedos en los cortos mechones de su cabello. Scarlett se lo había alisado y tenía un tacto increíblemente sedoso.
Le faltó poco para atraer las caderas de Lucy hacia las suyas y hacerle notar lo excitado que estaba. Sin embargo, no pudo reprimir el impulso de hacer el beso más profundo, e inhaló el aroma embriagador a cosméticos, champú, y ropa nueva que emanaba de la joven.
¿Quién hubiera dicho que la ropa nueva pudiera tener un olor tan sexy?
De pronto Lucy despegó sus labios de los de él y se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos.
– ¿Qué estás haciendo?
Ésa era una buena pregunta. Bryan carraspeó y apartó las manos de su cabello.
– Creía que estábamos ensayando… para sentirnos más cómodos el uno con el otro.
– Bueno, pues… ya es suficiente; creo que ya hemos ensayado bastante.
Una sonrisa traviesa acudió a los labios de Bryan.
– ¿Estás segura?
– Sí, muy segura.
Lucy se peinó el cabello con las manos y se puso bien la ropa. Su respiración se había tornado agitada, y su pecho subía y bajaba de tal modo que a Bryan le parecía que en cualquier momento sus senos se saldrían de la minúscula camiseta de tirantes que llevaba.
Y hablando de su pecho… ¿De dónde habían salido esos senos que se marcaban bajo la estrecha prenda? Hacía un par de horas habría jurado que la joven estaba más plana que una tabla de planchar. Sin embargo, era imposible que Scarlett le hubiese puesto unos implantes de silicona, así que esos senos debían haber estado ahí antes. Probablemente no se había fijado en ellos por la ropa amplia con que la había visto antes.
– Me voy a la cama -murmuró Lucy-. Oh, recuérdame mañana que te cuente lo que le he dicho a Scarlett. Tenía curiosidad por saber más de mí y me temo que le solté lo primero que se me pasó por la cabeza.
– ¿Como qué?
Lucy inspiró.
– Pues que nos conocimos en París, que yo volví a Kansas, quemé toda mi ropa, y me vine desnuda a Nueva York.
– ¿Qué?
– Mm… Hablaremos de eso mañana, ¿de acuerdo? De verdad que necesito irme a la cama; estoy muy cansada. Buenas noches, Bryan, y gracias por todo -le dijo Lucy precipitadamente.
Recogió el montón de ropa que había dejado encima del sofá y se alejó a toda prisa hacia su habitación.
¿Que había viajado a Nueva York desnuda?, repitió Bryan para sus adentros, anonadado. ¿Cómo se le habría ocurrido decir algo así?
De pronto, sin poder remediarlo, se encontró imaginándosela subiendo al avión desnuda, caminando por el aeropuerto sin nada encima, montándose en un taxi… No, no podía seguir por ahí; ya estaba bastante excitado como para continuar dando rienda suelta a esa clase de fantasías.
Dios, ¿qué estaba haciéndole aquella mujer? Lo tenía embrujado. A ese paso no le iba a resultar nada difícil fingir ante su familia que estaba obsesionado con ella. El problema más bien sería comportarse cuando estuviesen a solas.
Y tenía que comportarse; Lucy era una testigo clave en el caso; no debería estar pensando en besarla, ni en acostarse con ella. No más ensayos. Tenía que comportarse como un profesional. No iba a aprovecharse de una mujer cuya vida estaba patas arriba en esos momentos. Se había metido en problemas por ayudarles y no podía volver a su casa ni ponerse en contacto con su familia. Él era su ancla en esos momentos y si no tenía cuidado Lucy podía acabar sintiendo algo desproporcionado hacia él. No, no podía aprovecharse de su vulnerabilidad. Además, Lucy no era de esas chicas que sólo buscan un romance, y eso era lo único que él tenía que ofrecer.