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NÉMESIS

Traducción de MANUEL VÁZQUEZ

Primera edición en esta colección: Julio, 1991

A Mark Hurst,

Mi inestimable corrector,

Quien me supera, creo yo,

En el afán por perfilar

Mis manuscritos.

NOTA DEL AUTOR

Este libro no forma parte de las Series de la Fundación, de los Robots ni del Imperio. Tiene carácter independiente. He creído necesario hacer esta aclaración para evitar confusiones. Desde luego, algún día podría escribir una novela que relacionara ésta con las otras; pero pensándolo bien, considero que no debo hacerlo. La verdad es que no estoy seguro de cuánto tiempo podré seguir estrujándome el cerebro para concebir estas complejas historias de nuestro futuro.

Hay otra cosa. Hace mucho tiempo tomé la decisión formal de seguir una regla fundamental en mis escritos: ser claro. He desechado cualquier tentación de escribir poéticamente o de modo experimental, o de cualquier otra forma que me permitiera (si fuera lo bastante bueno) obtener el Premio Pulitzer.

He escrito con la mayor claridad y, de este modo, he establecido una cálida relación con mis lectores, y con los críticos profesionales… Bueno, que ellos piensen como quieran.

De cualquier manera, mis historias se escriben por sí solas. Eso es lo que temo. En este caso me sorprendí al descubrir que ésta la estaba escribiendo en dos tiempos. Unos acontecimientos se producían en el presente del relato, y otros acontecimientos tenían lugar en el pasado» aunque se aproximaban progresivamente al presente. Estoy seguro de que el lector no tendrá dificultad alguna en comprenderlo, y ya que todos somos amigos, las cosas quedarán perfectamente claras.

PRÓLOGO

Él se hallaba allí sentado, solo, enclaustrado.

Fuera estaban las estrellas. Y una estrella específica con su pequeño sistema de mundos. Él podía verla en la mente con más claridad que si pudiera abrir la opaca ventana para contemplarla tal cual era.

Una estrella pequeña, rojiza, color de sangre, que evocaba destrucción y había sido bautizada con un nombre apropiado:

¡Némesis!

Némesis, diosa de la venganza divina.

Reflexionó de nuevo sobre la historia que oyó cierta vez cuando era niño… una leyenda, un mito, un cuento acerca de un diluvio universal que barrió a una Humanidad pecadora, degenerada, dejando sólo una familia con la cual recomenzar.

En esta ocasión, nada de inundaciones. Sólo Némesis.

La degeneración de la Humanidad había retornado y el Némesis que la visitaría era un juicio apropiado. No sería un diluvio. No una cosa tan simple como un diluvio.

Incluso el resto que pudiera escapar… ¿adónde iría? ¿Por qué no le inspiraba lástima alguna? La Humanidad no podía continuar tal cual era. Estaba muriendo lentamente por culpa de sus propios desafueros. Y si trocase una muerte lenta, atroz, por otra mucho más rápida, ¿sería eso motivo suficiente para entristecerse?

Aquí, girando a todas luces, un planeta, Némesis. Girando alrededor del planeta, un satélite. Girando alrededor del satélite, Rotor.

Aquel diluvio antiguo arrastró consigo hacia la salvación un arca. Él tenía una noción muy vaga de lo que era un arca: pero Rotor podría ser su equivalente. Contenía una muestra de la Humanidad que permanecería a salvo y sobre cuya base se construiría un mundo nuevo y mucho mejor.

Para el mundo antiguo sólo habría… ¡Némesis!

Volvió a reflexionar acerca de ello. Una estrella enana roja moviéndose en su trayectoria. Ella y sus mundos estaban a salvo. No así la Tierra.

Némesis se hallaba en camino… ¡hacia la Tierra!

¡Descargando su vengan!

1. MARLENE

1

Marlene había visto el sistema solar cuando tenía poco más de un año. No lo recordaba, claro está.

Había leído mucho al respecto, pero ninguna de esas lecturas le había hecho sentir que aquello pudiera haber sido jamás parte de ella, ni ella parte de aquello.

Durante sus quince años de vida, había tenido sólo recuerdos de Rotor. Lo había creído siempre un mundo vasto. Después de todo, medía ocho kilómetros de una parte a otra. Desde que tenía diez años, ella lo había recorrido de cuando en cuando (una vez al mes si le era posible) para hacer ejercicio; y, en algunas ocasiones, había seguido las rutas de escasa gravedad para poder fluctuar un poco. Eso era siempre divertido. Entre fluctuaciones y caminatas, Rotor seguía adelante con sus edificios y parques, con sus granjas y, sobre todo, con su gente.

Le costaba casi un día hacer ese recorrido; pero su madre no ponía objeciones. Afirmaba que Rotor era seguro a toda prueba. “No como la Tierra” solía decir. Pero sin explicar por qué la Tierra no era segura. Y cuando se le preguntaba el porqué, respondía: “Eso no importa.”

Era la gente lo que menos le gustaba a Marlene. Según se decía, el nuevo censo revelaba la existencia de sesenta mil personas en Rotor. Demasiadas. Más que demasiadas. Cada una de ellas mostraba una careta. Marlene aborrecía ver esas caretas a sabiendas de que detrás había algo diferente. Y no le estaba permitido decir nada al respecto. Lo intentó varias veces siendo más joven; pero su madre se había encolerizado y le había dicho que no mencionara nunca más semejantes cosas.

Cuando Marlene creció pudo ver con más claridad la falsedad; aunque eso le incomodó menos. Entretanto, había aprendido a darlo por supuesto y a pasar el mayor tiempo posible consigo misma y con sus propios pensamientos.

Últimamente, éstos estuvieron puestos a menudo en Erythro, el planeta alrededor del cual giraron durante casi toda su vida. Ella no se explicaba por qué la asaltaban tales pensamientos, pero solía deslizarse fluctuando hasta la cubierta de observación a las horas más inadecuadas sólo para observar con mirada hambrienta el planeta, deseando estar allí… allí mismo, en Erythro.

Su madre solía preguntarle, impaciente, qué motivaba ese deseo de habitar un planeta vacío, yermo. Ella no supo nunca darle respuesta. Porque lo ignoraba.

— Sólo sé que quiero ir allí — contestaba.

Ahora, Marlene lo estaba contemplando a solas en la cubierta de observación. Los rotorianos visitaban raras veces aquel lugar. Lo habrán visto todos ellos, supuso Marlene, y de resultas no comparten conmigo ese interés por Erythro.

Allí estaba; una parte iluminada, la otra a oscuras. Ella recordaba, de un modo vago, que muchos años atrás la habían levantado en brazos para que lo viera surgir, y después le mostraron cómo aumentaba de tamaño sin cesar a medida que Rotor se le aproximaba con lentitud.

¿Era un recuerdo auténtico? Podría serlo. Después de todo, ella habría estado rondando ya los cuarenta años por aquel entonces.

Pero ahora ese recuerdo, genuino o no, quedó anulado por otros pensamientos, por una comprensión creciente de la magnitud de un planeta. Erythro tenía doce mil kilómetros largos de diámetro, no ocho. Marlene no pudo concebir semejante tamaño. No le pareció tan grande en la pantalla ni se pudo ver plantando pie en él y tendiendo la vista a lo largo de centenares o incluso millares de kilómetros. Sólo supo que le gustaría muchísimo hacerlo.